Internet, redes sociales y soluciones fáciles
lunes 02 de junio de 2014, 11:43h
En el
contexto de la crisis económica que caracteriza este cambio de
época, el surgimiento de Podemos en las pasadas elecciones está
dando lugar a un debate más amplio sobre la brecha generacional
-especialmente en cuanto a la tecnología digital- en relación con
la regeneración política. Vaya por delante que considero un efecto
de normalidad democrática el que un grupo que representa el malestar
social generado con la crisis, entre con fuerza en el sistema
político. Lo anómalo sería que eso no se produjera. Se confirma
así que el sistema democrático funciona: recoge bien lo que sucede
en las calles.
Pero a
partir de esta eclosión de Podemos se ha extendido la interpretación
de que estamos ad portas de un cambio generacional que supone un
corte profundo, civilizatorio, en la forma de procesar la política.
Ese recambio generacional viene marcado por un salto tecnológico:
son los menores de 40 años los que, siendo nativos digitales, están
mejor preparados para entender este mundo y, consecuentemente, para
encontrar las soluciones políticas que necesita. Mientras tanto, los
mayores de 50, que enfrentan como pueden el reto de manejar
torpemente el e-phone, cuando apenas han comenzado a usar más o
menos aceptablemente internet, siguen manteniendo recetas políticas
superadas por el ritmo de los tiempos.
El problema
de tal interpretación es que hace un paquete dynamico de cosas
diversas que no encajan tan bien como parece. Además de que la
conclusión subsiguiente puede ser precipitada, cuando no interesada.
Según esta idea, los mayores de 50 años deberían ir abandonando la
escena política, para dejar espacio a las generaciones siguientes,
digitales en su mayoría, algo que, por asociación deslizante, nos
llevaría a apoyar a gente como Podemos.
Comencemos
por observar de cerca el cambio generacional. En primer lugar, desde
el punto de vista únicamente etario, este recambio generacional es
menos fuerte que los anteriores. Hoy, con el salto en la esperanza de
vida que la humanidad ha dado en los últimos cincuenta años, una
persona de 50 o 60 años se considera joven y suele tener las
facultades fisiológicas y mentales bastante bien conservadas. Por
tanto la ruptura generacional hay que buscarla en otra parte: se
refiere a la brecha existente en cuanto al uso de las nuevas
tecnologías, especialmente las comunicacionales. Y ahí la
diferencia de generaciones es patente, entre las que son digitales y
las que no lo son. Sin embargo, eso no nos debe llevar a asumir que
el medio -internet y redes sociales- suponen un salto adelante en
cuanto a una mejor formación de la gente. Hay estudios que muestran
lo contrario.
Desde el
aparecimiento del trabajo de Nicolas Carr en el 2008 asegurando que
Internet (y Google) nos hace idiotas, se hace más necesario observar
con mayor cuidado los pro y contra de los nuevos medios electrónicos.
Carr nos ilustra acerca de como el acostumbrarse a los mensajes
digitales está reprogramando la consistencia del conocimiento y la
memoria. En su propia experiencia, nos cuenta cómo iba perdiendo la
capacidad de concentración para seguir argumentos largos y
complejos. Después de la tercera página ya se desinteresaba y
buscaba un mensaje corto y fácil, cibernético. No hay que compartir
la tesis de la inevitabilidad de Carr, para tener claro que la
información digital es lo más parecido a un enorme océano de cinco
centímetros de profundidad. El uso de los medios digitales ofrecen a
las nuevas generaciones un conocimiento rápido del mundo
circundante, pero la preparación sigue distinguiendo a los que son
capaces de dar pasos hacia los estudios en profundidad y no se quedan
en las redes sociales.
Pero si lo
anterior es cierto el problema crece al constatar el incremento de la
complejidad en la gestión política que ha caracterizado los últimos
sesenta años. La sociología política hace tiempo que ha confirmado
dos asertos: 1) la complejidad en la gestión política y
administrativa ha incentivado la profesionalización de los
políticos, 2) pero esa profesionalización ha incrementado la
distancia entre el político profesional y el hombre de la calle. Esa
distancia no sería un problema para la ciudadanía que busca
descargar en los hombros del político profesional la complejidad de
la gestión pública, pero sí lo es respecto de la ciudadanía que
aprecia que esa profesionalización ha comenzado a generar intereses
corporativos (de casta, como dice Podemos). Sin embargo, la solución
a esa encrucijada no es tan sencilla como algunos creen. Y, en todo
caso, una primera conclusión es posible: la cultura de la
información superficial no encaja bien con el aumento de complejidad
del mundo actual y su gestión política.
En sentido
contrario, es posible afirmar que la cultura de la información
superficial de las redes sociales sí se asocia bien con las
consignas simples y las soluciones sencillas. Los mensajes
electrónicos son muy útiles para difundir consignas y animar
manifestaciones, pero no lo son tanto para entender bien los
problemas de financiación de la seguridad social, por poner un
ejemplo. Parece pues que existe una sutil línea de continuidad entre
generaciones jóvenes ligadas a los mensajes rápidos y ligeros de
los medios electrónicos, bien dispuestas para la movilización
social, que pueden aceptar sin dificultad las soluciones fáciles de
grupos como Podemos.
Eso puede
tener efectos consecuentes en un país que tiene un problema serio
con su cultura política. Ya hemos hablado en otra oportunidad de la
falta de ciudadanía sustantiva en España. Aquí es más fácil la
toma de posición gregaria, incluso la movilización social, que la
creación de ciudadanía informada. ¿Terreno fértil para la
asunción de soluciones fáciles, no sólo entre los jóvenes? Al
parecer, Felipe González cree que existe ese riesgo.
Sin embargo,
surge una paradoja. Incluso los que saludan jubilosamente la llegada
de las generaciones digitales, no creen que la solución de los
problemas del país proceda de Podemos. Quizás no puedan ver la
sutil línea que hay entre el medio y el mensaje. Desde luego, no es
la primera vez que un salto tecnológico facilita un espejismo.
Muchos historiadores aseguran que Hitler no hubiera sido posible sin
la popularización de la radio (un emisor y millones de receptores
sin retorno). Parece pues necesaria una doble prudencia. En primer
lugar, observar con rigor los pros y contras del salto
comunicacional. Y en segundo, tener claro que el mensaje sigue
teniendo importancia en sí mismo: su simplificación puede
conducirnos al radical empeoramiento de las cosas.