El Partido Popular, a pesar
de las circunstancias, ha ganado las elecciones en el conjunto de Europa y en
España. Una señal a tener en cuenta cuando las circunstancias de la crisis y
los "recortes" para afrontarla calientan el caldo extremista a izquierda y
derecha. La normalidad cívica de los comicios en España, con cincuenta mil
mesas electorales, donde los incidentes se pueden contar don los dedos y las
ilegalidades se han corregido sin problemas, demuestran que tenemos un pueblo
sensato y equilibrado que desearía una voz más afinada de sus representantes y
una limpieza a fondo de las costras de corrupción que ensucian la imagen de la
política hasta un grado que no parecen comprender unos ni otros.
El fantasma de la abstención,
con la que especulaban los charlatanes cenizos, no ha crecido en relación con
convocatorias anteriores. Tanto en España como en Europa, un ligero aumento de
la participación, indica un cambio de tendencia. España y Alemania destacan en
este sentido, participando más de lo anunciado por los agoreros. Pero un
notable porcentaje de votos se ha desviado de donde solía hacia la ira, el
histrionismo o la payasada.
Los dos partidos que han
asumido responsabilidades en el tratamiento de la crisis - PP y PSOE- han
sufrido mermas explicables por el malestar provocado tanto por el manejo
oficial de la crisis como por los sacrificios impuestos para soportarla. Sin
embargo, siguen siendo las únicas opciones con base suficiente para
capitanear aspiraciones de gobierno. La proliferación de colectivos menores
-han pasado de seis a diez las formaciones con escaño en el Parlamento Europeo-
no ofrecen perspectivas de crecimiento más allá del batiburrillo favorecido por
el sistema electoral de candidatura única. Dentro de este panorama resulta
paradójico que sufra más desgaste el
PSOE que el PP y crezca la distancia entre los
portaestandeartes de la oposición y los responsables de un difícil gobierno.
España y Alemania son grandes naciones donde, a pesar de todo, el partido
gobernante mantiene la
delantera. El escandaloso retroceso del socialismo francés
contribuye a desviar del izquierdismo a las grandes naciones continentales,
aunque sea con el precio molesto de una extrema derecha coyunturalmente
recrecida que, sumada al centro derecha tradicional, desplaza al socialismo
europeo hacia su extrema decadencia.
La conclusión es que el mapa
continental, pese a las tormentas pasadas y por pasar, presenta un clima
medianamente razonable,. Dentro del cual las representaciones estrambóticas y
fragmentarias afloran como símbolo de desesperación, desencanto o derecho al
pataleo de rompenaciones o rompeconstituciones que pronostican más tumultos que
verdaderas amenazas a la Europa democrática y a la estabilidad de sus
instituciones estatales y comunitarias.
Los grandes partidos, que
siguen siendo los que son, deben afinar su canción y recuperar la identidad
perdida en sus cúpulas con sentido autocrítico. El socialismo debe ser
consciente de que no hay alternativa para salir de la crisis a su izquierda,
fragmentada y utópica. Si quiere desempeñar un papel trascendente dentro del
europeismo por el cual, hasta ahora, ha luchado, debe ir pensando en pactos de
Estado y no dejarse encandilar por cantos de sirena asistemáticos que solo
conducen hacia arrecifes de naufragio. Pero, tampoco el PP, puede confiar en un
simple continuismo. Si pretende mayorías de gobierno suficientes, en un futuro
próximo, no puede conformarse con el quietismo político y la contabilidad
económica. Tiene que regenerarse, recuperar su identidad desleída y asumir la
cruda realidad de que permanecer en una precaria delantera no es mantener
capacidad de gobierno. El perfil bajo no es el predicado "buen camino", sino el camino de la
ingobernabilidad, que es lo peor que puede sucederle a España.
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Especial: 'España, un país en elecciones'