martes 20 de mayo de 2014, 07:34h
Estaba dispuesto a no acudir a ninguno de los mítines que
los distintos partidos que concurren a la Eleciones europeas diesen en Sevilla.
La verdad es que, como a la inmensa mayoría de los ciudadanos (y ciudadanas) de
este pais, estos comicios me aburren una hartá no porque no sean importantes,
que lo son y mucho, sino porque los candidatos (y candidatas) se están
centrando mas en las habituales pamplinas sobre el machismo, el feminismo o sus
conocimientos individuales que sobre las cuestiones que de verdad va a
afectarnos a corto y medio plazo. Ochenta de cada cien decisiones que se
adoptan en Bruselas nos conciernen de forma directa a todos los españoles (y
españolas) y sería bastante conveniente para todos (y todas) que tuviésemos
allí a nuestros mejores representantes (y representantas). Pero, claro, Bruselas
o Estrasbusgo caen bastante lejos y bastante tenemos aquí con buscarnos las
habichuelas día a día para ir saliendo malamente de la crisis para, además,
pensar que el Parlamento europeo tiene que estar dominado por la derecha, la
izquierda, los verdes o los de la moto.
Pero a lo que iba, que he roto mi promesa y, forzado por las circunstancias,
acudí el único mítin que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, va a
dar en Sevilla. Un mitin, dicho sea en honor a la verdad, que resultó bastante
atípico para lo que estamos acostumbrados. No es normal que teniendo como
figuras del acto al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, a un
ministro, Cristóbal Montoro, y una ministra, Fátima Báñez, a la
número tres en la lista de Miguel Arias Cañete, la eurodiputada Teresa
Jiménez Becerril, al líder del PP andaluz, Juanma Moreno, al alcalde
de Sevilla, Juan Ignacio Zoido, y al presidente de honor del PP andaluz,
Javier Arenas, entre otras muchas personalidades, no se llegaran a
concentrar en el Palacio de Exposiciones y Congresos de Sevilla ni tan siquiera
mil personas. Hay que reconocer que, en contra de lo que viene siendo habitual,
esta vez no hubo ni autobuses ni bocadillos pagados y que quienes acudieron,
muchos de ellos provenientes de pueblos lejanos de la provincia sevillana, lo
hicieron utilizando sus propios medios de desplazamiento. El día tampoco
acompañó demasiado a un acto programado al aire libre. Un fuerte y fresco
poniente hacía que se volaran pelos, papeles, sillas y que alguno (y alguna) de
los asistentes (y asistentas) utilizaran hasta las banderas del PP como chales
para no coger un resfriado.
Sobre los discursos poco que añadir. Más sobre la corrupción en la Junta y del
PSOE, sobre la nadería y las ambiciones políticas de Susana Díaz, sobre
el sangrante paro en Andalucía y sobre que estas elecciones suponen, de nuevo,
el primer paso del cambio para que el PP pueda gobernar en esta comunidad. Más
de lo mismo excepto algunas bromas de caracter localista como la alusión de Zoido
al Betis y a Turín, de Moreno al excesivo "aire
acondicionado" del lugar y de Teresa Jiménez Becerril al asesinato
de su hermano y su cuñada por la banda ETA y su apoyo a las víctimas del
terrorismo. Juan Bueno abrió el acto y, casi una hora después, Rajoy lo
clausuró repitiendo los mismos mensajes que ha dado en sus anteriores mítines.
Punto y pelota. Como yo no tengo carné de conducir, me vi obligado a marcharme
deprisa y corriendo del Palacio de Congresos para no perder el tren de
cercanías que me llevaría a casa. Allí dejé a Fernando Jaúregui y
a Lourdes escribiendo sus crónicas. Por lo que he leído después, tampoco me
perdí gran cosa.
Afortunadamente ya sólo quedan cuatro días de campaña y me da a mí que, pese al
esfuerzo que algunos le están echando, la gran vencedora de estas elecciones no
va a ser ni Elena Valenciano ni Miguel Arias Cañete, por más
debates que hagan, sino esa temible abstención que, según los últimos sondeos
hechos públicos, va a batir récords. Sé que no va a servir de nada, pero yo
insistiría a los responsbales de la campaña, sobre todo de los dos grandes
partidos en litigio, que se pusieran las pilas en los escasos días que restan y
sacaran algún conejo (o coneja) de la chistera mágica de Arriola, para animar
al personal. Porque si no lo hacen, todos lo vamos a lamentar.