Creo, con sinceridad, que el ex
presidente
Felipe González se considera ya por encima del bien y del mal, dice
lo-que-le-da-la-gana -faltaría más--, independientemente de que guste o no al
'aparato' de su partido y, más allá de simpatías o antipatías personales, de
negocios más o menos compatibles, hay que reconocer que en él sigue existiendo
un estadista. Y un enorme político. Así que si Felipe González aboga a favor de
una gran coalición PP-PSOE para el futuro "y si fuese necesario", eso no es
algo que deba despacharse sin más como el 'lapsus' de un señor cuyo cerebro va
envejeciendo. Ni ha sido un 'lapsus', ni González tiene mermadas un solo
ápice sus importantes facultades mentales, ni, por cierto, es el único que cree
que un gran pacto, que llegue hasta una 'grosse koalition', sería una buena
solución para la política española.
Otra cosa es que González
haya tenido que pedir disculpas a los actuales líderes del PSOE, que bastante
desdibujada han encontrado ya su campaña electoral entre preparativos de
primarias, mociones de censura en Extremadura, socialistas catalanes a la greña
y un Rubalcaba que quiere estar en todos los frentes y, simplemente, no llega a
todos los escenarios posibles y deseables. Claro que ni en el PSOE ni en el PP
cabe hablar, precisamente ahora, de futuros pactos, y menos de coaliciones: es
la campaña electoral, estúpido, podríamos decir, retocando la célebre frase
dedicada a la economía. Y en campaña electoral lo que se lleva, ya digo, es
sacudirse de lo lindo, recordar herencias, hablar del incompetente del otro
lado. No es momento de construir nada y consta que hemos perdido un tiempo
precioso, en estos dos últimos años sin elecciones, para haber logrado acuerdos
sobre grandes reformas políticas. En fin, de nada sirve, si no es para aprender
la lección, llorar sobre el agua derramada; lo malo es que nadie parece deseoso
de aprender lección alguna.
Pero ya digo: incluso el
Consejo de la Competitividad, que agrupa a los 'grandes' de nuestra economía,
se pronunció, en el último encuentro con Rajoy, por esta solución futura del
Gobierno de coalición. Al fin y al cabo, lo que nos dicen las encuestas es que,
de seguir esta tendencia, ni PP ni PSOE podrán gobernar en solitario, y tendrán
que pedir ayuda. ¿A los partidos pequeños, tratando de lograr alianzas con los nacionalistas
vascos y/o catalanes, o con UPyD? Eso nos llevaría a esquemas 'a la italiana',
sin un dibujo claro de poder. ¿Una alianza PSOE -IU, 'a la andaluza'? Ya hemos
visto que el 'frente de izquierdas' puede llegar a ser un polvorín, y, si no,
que se lo digan a la presidenta andaluza, Susana Díaz. Quedaría, entonces, la
gran coalición PP-PSOE, con un programa regeneracionista que incluya, entre
otras cosas, la modificación de algunos puntos de la Constitución para arreglar
problemas con las 'nacionalidades históricas'.
Claro, uno no es Felipe
González, ni miembro del Consejo de la Competitividad, ni reside en La
Zarzuela, donde me aseguran que esta salida no se contemplaría con malos ojos.
Uno es, simplemente, un mirón de la cosa política desde hace ya demasiadas
décadas. Ya en 2007, en un libro titulado 'La Decepción', que llevaba los
retratos de
Zapatero y de
Rajoy en la portada, escribí que la gran coalición,
que tan buenos resultados da ocasionalmente en ese gran país que es
Alemania, sería un buen remedio contra lo que se avecinaba. Pero entonces el
inquilino de La Moncloa pensaba que vivíamos en el mejor de los mundos posibles
y el líder de la oposición vaya usted a saber qué pensaba realmente; quizá en
todo menos en formar una coalición con Zapatero. Estoy convencido de que si esa
gran alianza se hubiese concretado, muchos avatares no deseables y ciertos
daños que se han producido en estos siete años de vacas flacas habrían sido
limitados y controlados.
Ahora te dicen, unos y otros,
en público (no siempre es lo mismo que te dicen en privado), que España no está
preparada para una gran coalición. Como si hubiese países aptos para esta
fórmula política y otros a los que el destino nos ha negado esta posibilidad.
Lo que ocurre es que, incluso a la hora de argumentar las razones por las que
no se hace nada, algunos nos toman por tontos de remate. Y eso sí que no.
- Especial: '
España, un país en elecciones'
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