No existen, creo, manuales de
cómo mandar al carajo una campaña electoral. Pero, si los hubiera, me parece
que contemplarían muchas de las cosas que han ocurrido en esta semana. Los
sondeos de inminente publicación, los últimos posibles, no reflejarán ni los
efectos sobre el cuerpo electoral de la muerte de Isabel Carrasco -que sin duda
existen--, ni los del 'cara a cara' entre los dos principales candidatos -que vaya
si existen--, ni los de las posteriores, desafortunadísimas, declaraciones de
uno de ellos,
Miguel Arias, acerca de su contrincante,
Elena Valenciano; y esto
sí que va a repercutir, seguro, en los tristes resultados que se cosechen en
las urnas el próximo día 25. El caso es que entramos en la recta final de una
campaña que, en cinco días, ya se ha ido al diablo, por decirlo de manera menos
contundente.
Primero: las reacciones al
asesinato. Para quien suscribe, permítame el amable lector una pequeña
incursión personal, la semana ha sido más bien triste: estuve, lunes, con la
presidenta de la Diputación de León hasta diez minutos antes de que sus
asesinas le descerrajasen, a pocos metros de donde nos despedimos, cuatro tiros
mortales, abriendo un culebrón de sucesos, de infamias y de mala baba en las
redes sociales que, sin duda, influyen en el desarrollo de algo políticamente
tan delicado como es una campaña electoral, incluso obligando a suspenderla
durante un día. Quién sabe si, de haber accedido ella a mi pretensión de acompañarla
hasta su casa, o hasta su coche, hubiésemos evitado el crimen, porque las
autoras buscaban tenerla sola. Ella, amablemente, declinó mi invitación, porque
mi automóvil estaba aparcado allí mismo, y partió hacia su destino. Inútil
ahora preguntarse qué hubiese ocurrido de haber transcurrido las cosas de otra
manera. La clase política actuó bastante bien, aunque algunos sectores trataron
de hacer victimismo político de lo que era un aborrecible suceso, ni más ni
menos.
Segundo: luego está, martes,
lo de la moción de censura en Extremadura, metedura de pata donde las haya del
dirigente socialista extremeño Fernández Vara. Todavía quiero escuchar de
labios de Pérez Rubalcaba, y no de los de algunos de sus adjuntos, que dio su
visto bueno a tamaño dislate, que, también, influía sobre la campaña algo
descolorida del PSOE. Pero ¿no estábamos deseando transmitir mensajes de cara a
Europa? Hombre, para perder una moción de censura tan calamitosamente podrían
haber esperado un par de semanas, ¿no? La sensación de descontrol en los
cuarteles de Ferraz se incrementaba.
Tercero: el debate anodino. El
jueves, con un día de retraso sobre lo previsto, como muestra de luto por el
asesinato de Carrasco, el debate en televisión. Se ha hablado mucho de ello. Lo
ganó Valenciano por cuatro cuerpos. Miguel Arias Cañete, mi compañero de
colegio, y durante un curso hasta de pupitre, Miguel Arias, no fue él: lo
inmovilizaron consejos equivocados de quienes pretendieron mantener atada su
lengua y encerrado su pensamiento. Culpan al superasesor
Pedro Arriola, pero
hay otros responsables, el propio Arias el primero.
Cuarto: el patinazo. Arias,
viernes, se dio cuenta de su error, y corrió presto hasta las cámaras de Antena
3 a corregirlo. No se le ocurrió nada mejor que, siendo acaso más él que él
mismo, decir todas aquellas burradas sobre la superioridad intelectual del
hombre que debate con las mujeres indefensas. ¿Machismo? Nunca le tuve por tal.
Sí por imprudente y algo lenguaraz.
Quinto: alegría en el PSOE. En
los cuarteles socialistas de la 'indefensa' (¿?) Valenciano, de cuya amistad,
aunque más lejana, también me enorgullezco, han sabido sacarle no poco lustre
al patinazo del candidato del PP, que ha
sumido a los suyos en negros presagios: "ojala perdamos solamente un punto", se
lamentaba, sábado, otro miembro de la candidatura, anticipando las encuestas
dominicales que, ya digo, no han tenido tiempo de reflejar lo ocurrido en esta
semana, verdaderamente inusual. Y es que resulta difícil acumular tanta
desgracia, tanta infamia, tanto dislate y tanta equivocación en solamente cinco
días. Cinco días que cambiaron una campaña que, de tono menor, ha pasado a ser
catastrófica. ¿Cabrá, en los próximos cinco días, rectificar tanto error?
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