Cuando
un jefe de Estado se enfrenta a una cierta desafección pública, algo debe
hacer. Por ejemplo,
François Hollande ha dado un viraje de ciento ochenta
grados a su conducta, personal y política, tras los últimos varapalos sufridos
en las urnas y en las encuestas. Y yo diría que también el Rey de España, que
suspende en los sondeos y no culpa a los encuestadores, como hacen algunos
partidos políticos, ha iniciado una nueva etapa, quizá la definitiva recta
final hacia una consolidación de la Monarquía.
Debemos
partir de la base de que se está produciendo un terremoto en los valores hasta
ahora más o menos consolidados. Demasiados casos de corrupción, demasiados
comportamientos egoístas o irregulares, demasiada impermeabilidad por parte de
los representantes hacia los representados ha hecho que los ciudadanos den la
espalda a su clase política, a sus instituciones y, hasta cierto punto, también
a los mensajeros, que somos los medios de comunicación. Que, por cierto, son
los que narran esos interminables casos de real o presunta corrupción que
pueblan las páginas de los periódicos y que aparecen en tantas autonomías.
Muchas
veces he escrito que es necesario instaurar una nueva forma de gobernar, de
ejercer esa representación otorgada por el pueblo a otros ciudadanos con
teórica voluntad de servicio a la cosa pública. Pero esos servidores muchas
veces han olvidado sus premisas, y se han alejado demasiado del votante que es,
a la vez, contribuyente. Y, además, persona. Creo que el inquilino de La Zarzuela ha entendido
bastante bien que ante un suspenso en las encuestas no puede, como hacen otros
(muchos) encogerse de hombros, que el funcionamiento de la Monarquía española exige
saber que el puesto ha de ganarse cada día y que no solamente la herencia
garantiza la permanencia en el principal despacho de La Zarzuela.
Tengo,
siempre lo he confesado, un fondo de confianza, crítica pero confianza al fin,
en el Rey. Y, desde luego, en la persona que le sucederá en el trono. Me parece
que
Don Juan Carlos, que tantos errores difícilmente perdonables ha cometido,
ha entendido el mensaje: no basta con hablar solamente de lo que va bien y
menos aún puede bastar el no hablar en absoluto, dejando que los problemas se
pudran. España es una sociedad en pleno dinamismo, que ha asumido recortes y
sacrificios con un grado mínimo de protestas, un país en el que las
desigualdades sociales escandalosas no pueden prolongarse mucho más, una nación
necesitada de reformas que profundicen su democracia.
El
Rey habló de la necesidad de 'regeneración' en su último discurso de Navidad.
Ya digo: me parece que él está entendiendo, ha entendido, el mensaje. Creo que
otros no han entendido el mensaje que él ha enviado.
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El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>