Cierto
que los periodistas tendemos a ser ombliguistas, y nos gusta mucho
hablar de nosotros y de nuestros problemas. Pero hay momentos en los que
me parece que tenemos la obligación de gritar a los cuatro vientos lo
que ocurre en nuestro sector, porque, aunque algunos colegas, y hasta
algunos colectivos profesionales, lo olviden, la nuestra es una
profesión de servicio a la colectividad. Un sacerdocio, que decíamos los
clásicos del género. Por ello, amable lector, creo que esto de la
libertad de expresión también le interesa a usted. Sobre todo, si no es
periodista. Porque estamos jugando con las cosas de comer, y la
información libre, veraz, sin trampas, es, no lo dude, cosa de comer.
Ahora viene Freedom House, que es una fundación norteamericana con cierta solera y amparada con fondos públicos, y denuncia
el retroceso en la libertad de prensa en España, en paralelo al declive
que vienen sufriendo otras naciones como Grecia, Hungría, algún Estado
báltico...No hacía falta que 'Freedom House', en su último informe, nos
mostrase el gráfico que indica, según sus informantes locales, que desde
1994 la cantidad y calidad de la libertad mediática española ha disminuido a la mitad; eso lo podríamos haber afirmado con total
rotundidad los profesionales que nos desempeñamos sobre el terreno:
silencios desde la Administración y las instituciones, ruedas de prensa
con preguntas limitadas, pantallas de plasma o ni siquiera eso a la hora
de ver a los líderes políticos, económicos o institucionales,
encargados de la comunicación que ni se ponen al teléfono, presiones (y
ayudas) mal disimuladas a ciertos medios...
Pero,
claro, hay que aprovechar la oportunidad que nos brinda este informe,
que coloca a España entre los países libres -faltaría más--, pero con
limitaciones, como Ghana o las islas Surinam, por ejemplo, y desde luego
por debajo de las naciones europeas, excepto, claro, la Italia
controlada televisivamente por el monopolio de un político condenado por
corrupciones varias. Así, nos ofrece una oportunidad de denuncia,
porque nunca hay suficiente libertad de expresión, y que se lo digan a
los colegas norteamericanos, que tantas veces han tenido que cerrar sus
bocas para no defender a
Julian Assange o a
Edward Snowden, que airearon
tantas basuras procedentes de agencias o departamentos del país que más
presume de libertades. O que se lo digan al director del británico 'The
Guardian', al que el Gobierno de
Cameron incluso acusó de 'traidor' por
publicar los papeles que tanto comprometían a la NSA y al propio
Downing Street, y que, menos mal, acaba de recibir, en recompensa a su
labor, un premio Pulitzer.
Claro
que para mí no es ningún consuelo el hecho de que en todas partes
cuezan habas. El grado de transparencia que exhiben las distintas
administraciones españolas con respecto a los medios es, entiendo,
lamentable: un ejército de jefes de gabinete, de protocolo, de
comunicación, impide el acceso de los periodistas a la información. Y
aquí tenemos que poner en marcha también la autocrítica: hoy, los
informadores españoles, quizá aburridos ante el trato que se nos da,
atemorizados por la crisis que nos ha venido encima, nos conformamos ya
con poco, hemos renunciado acaso del todo al periodismo presencial, nos
hemos convertido en una 'generación Google', de cortar y pegar.
Investigar ¿para qué, si ya todo está en Wikipedia? Y de esos polvos
vienen muchos de los lodos que embarran a la vida política y económica, a
unos partidos y a unos sindicatos -menudo 1 de mayo-que se sienten
seguros ante la falta de inspección y que 'solamente' se sienten
criticados por las encuestas, que muestran el escaso respeto de los
ciudadanos hacia ellos y, por extensión, también hacia los mensajeros. O
sea, nosotros, los periodistas.
Pues
eso: que lo de Freedom House me ha hecho reflexionar, porque
probablemente también me había quedado algo adormecido ante el dulce
susurro del amodorramiento ambiental.
-
El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>