Con García Márquez en Caracas
viernes 02 de mayo de 2014, 11:33h
Esto
lo decía
Gabriel García Márquez, considerado el mejor escritor en habla
castellana desde Cervantes. Y razón
tenía
pues si la gallina no
cacarea
tras poner el huevo, algo no funciona. Fue lo que nos pasó
a los vascos con tantas historias que el silencio impuesto por la
dictadura impidió
fueran conocidas. De ahí,
que con estas letras, quiero sacar de la oscuridad hechos que
sucedieron y hoy no se conocen.
García
Márquez y su amigo, el escritor colombiano Plinio Apuleyo Mendoza
tuvieron su fase venezolana. Fue éste quien logró
un contrato en 1957 para que los dos trabajaran en la revista Momento
de Caracas dirigida por un tipo atrabiliario, Carlos Ramírez
Mc Gregor, al que llamaban "el loco". Tan es así que
terminó
suicidándose.
Los dos trabajaron asimismo en las revistas Élite
y Venezuela Gráfica.
Y como decía
el propio García Márquez fueron los tiempos en los que él
fue feliz e indocumentado.
Y
resulta que en Momento trabajaron mano a mano con Leizaola y
Elósegui, dos vascos inteligentes y singulares. Karmele
Leizaola,
sobrina del Lehendakari y hermana de Joseba, quien fuera presidente
del
Parlamento
Vasco, era la diseñadora
de la revista. Hija del impresor Ricardo Leizaola
había llegado éste
exiliado a Venezuela en 1940 llevando a su familia en 1945, ya que
como muchos refugiados en aquellos años
pensaban que acabada la guerra mundial, los aliados removerían
a Franco. Cuando comprobó que eso no era así, llevó a toda su
familia a Venezuela y a su hija Karmele la puso a trabajar con él en
la muy importante Tipografía Vargas donde se editaba todo lo que se
imprimía de importancia en Venezuela en aquellos años. Pionero del
huecograbado que instaló en aquel mundo de impresión, allí
aprendió Karmele a diseñar periódicos y revistas, llegando con el
tiempo a hacerlo en el periódico más importante de Venezuela, el
Nacional. Ganadora de muchos premios es persona muy amable y
servicial. Todas las diagramaciones de las publicaciones del Centro
Vasco de Caracas y de Gudari las hizo Karmele, considerada hoy
maestra de dos generaciones de diseñadores gráficos venezolanos.
De
su trabajo con la pareja de escritores colombianos, recordaba. "Con
Plinio aprendí
mucho y de Gabo tengo que decir que era encantador y muy simpático,
aunque muy sui generis. Cuando salió
su libro "Cien años
de Soledad", muchos de esos cuentos ya los sabía
porque se los había oído
a él.
Él hablaba y hablaba y soltaba todo lo que tenía
en la cabeza y se ponía
enfrente de la mesa con los brazos en la cabeza y me contaba cuentos
y mas cuentos".
Alberto
Elósegui era el otro vasco nacionalista que trabajaba en la revista
Momento. Firmaba sus trabajos como Paul
de Garat.
Donostiarra, abogado, su compromiso con la resistencia vasca le llevó
a la cárcel
de Martutene para arribar a Venezuela en 1956 y llegar a ser
redactor-jefe de la revista Momento donde trabajaron Plinio Apuleyo
Mendoza y Gabriel García Márquez con quien estableció una gran
amistad. Aquella revista incomodaba a la embajada española porque no
había noticia sobre las visitas de Aguirre, la desaparición de
Galíndez, las acciones de la resistencia vasca que no tuvieran su
asiento en aquella publicación considerada "un nido de
nacionalistas y republicanos". Las largas conversaciones con Gabo
sobre la guerra y la resistencia fueron continuas. Alberto Elósegui
puso en funcionamiento la revista clandestina Gudari que se editaba
en Venezuela con informaciones llegadas del interior y que él
publicaba con la pasión y el mejor periodismo que se hacía
en aquella revista que marcó
un hito en el periodismo latinoamericano. ¡Mira por donde!.
Cerca estaban los dos colombianos, trabajando mano
a mano con dos vascos entregados al mejor periodismo y a la mejor de
las causas. Y fue Alberto Elósegui quien le encargó
al diseñador
catalán
Juan Queralt que hiciera el símbolo
de EGI, que tiene en su centro una mano con la antorcha del fuego que
se pasa de generación
en generación.
El precio del encargo fue una taza de café
tomada en la cafetería
de la revista y que costó
0,25 de bolívar.
Al poco, el sello,
ornaba la portada de Gudari y se repartía
clandestinamente en Euzkadi. A su alrededor, "Euzko Gaztedi -
Resistencia Vasca". A nadie he visto mas entregado, con mayor
entusiasmo que a Alberto Elósegui trabajar por un periodismo de
combate que animaba a la resistencia
vasca contra el franquismo con ese criterio vietnamita que dice que
"si no tienes la fuerza, tienes que tener la leyenda de la fuerza".
Y ese periodismo de combate se fraguó en aquellos años en los que
García Márquez preparaba su realismo mágico. Codo con codo.
Otro
vasco que conoció y trató a García Márquez fue Patxi Abrisketa,
un bilbaíno erudito, que donó su inmensa biblioteca a las
Instituciones vascas y que trabajó en Bogotá y Nueva York dio
clases en su Universidad. Él promovió en 1982, en virtud de la
relación con el escritor colombiano, la traducción al euskera de
"Crónica
de una muerte anunciada" "Heriotza iragarritako baten Kronika".
La traducción la hizo Xalbador Garmendia. Y también tenemos a Jose
Vicente Katarain, editor de la citada novela con su editorial
colombiana "La
Oveja Negra".
Su aita era de Idiazabal. En 1922 de once mozos había que elegir uno
para hacer el servicio militar. Los otros quedaban libres. Y resulta
que la última bola le tocó a él y esa noche abandonó con sigilo
el caserío Aizederra y a través del monte y de los Pirineos eludió
la leva castrense y estudió ingeniería eléctrica en París para
recalar finalmente en Colombia. Su hijo, fue editor de García
Márquez y aunque Idiazabal no es Macondo, la historia de Katarain y
de su sucesor Juan Vicente, también da para muchas historias
mágicas.
El
año
pasado fui a un acto a la Casa de América en Madrid y allí estaba
Plinio que lo primero que hizo fue darme recuerdos para Karmele y
Alberto y recalcar el afecto que tanto él, como García Márquez,
les tenían. Y me contó cosas de sus años venezolanos.
Hicieron,
tras la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez, una visita al
Palacio de Miraflores. Un octogenario mayordomo les enseñó la
habitación donde solía dormir otro dictador, Juan Vicente Gómez
que lo fue de 1908 hasta su muerte en 1935, a quien él había
servido y recordaba con respeto. "El general dormía
en esta pieza con su gallo -les dijo- y no en una cama sino en un
chinchorro (hamaca)". Al salir del Palacio, Gabo le dijo: "¿Te
das cuenta que no se ha escrito todavía
la novela del dictador?". Y desde ese día
empezó
a recopilar datos para el libro que más
años
más
tarde sería
"El
otoño
del Patriarca".
Recordaba
la caída
del dictador Pérez Jiménez:
"Gabo y yo
vimos
desde el balcón
de mi apartamento, a las tres de la madrugada, el avión
que lo llevaba a la República
Dominicana. Me veo en la sala de redacción
de Momento, desierta, escribiendo el editorial -el primero de
la
democracia-,
mientras la ciudad vivía,
en la primera luz de la madrugada y en medio de pitos y sirenas, el
delirio por la caída
del dictador".
De
la revista Momento fueron despedidos porque Plinio
y Gabo, pusieron las iniciales del loco Mc Gregor en un artículo
donde éste denostaba la actitud de los venezolanos ante la presencia
del vicepresidente Nixon, a quien escupieron y acorralaron en su
coche por haber condecorado a Pérez
Jiménez.
En
fin, esto es también
parte del realismo mágico
vasco. El que dos nacionalistas vascos de gran calidad trabajaran con
dos eximios
colombianos en momentos en los que estaba naciendo un nuevo
periodismo americano, que tenía
sus ramificaciones clandestinas en Euzkadi, es digno de ser conocido
porque como decía García Márquez, "no basta con ser mejor, sino
que se sepa".
Lo
único que lamento es que ni Gabo ni Plinio escribieran las historias
de Karmele y su familia, de Alberto y de su entrega total, de
Abrisketa y sus vasco-colombianos entre ellos el primo del
Lehendakari Aguirre, el Cojo Gómez Lekube y de Katarain y sus ovejas
negras.
Cada
una de estas personalidades da para un libro fantástico que se podía
haber escrito en aquellos cuarenta años de soledad. Y de silencio.