La
Iglesia católica ha canonizado a dos de sus Papas más recientes,
dos Papas del siglo XX. Todo es inusual, desde la cercanía de estas
canonizaciones al hecho de que sean dos pontífices simultáneamente.
Detrás de este reconocimiento de santidad, hay dos vidas diferentes,
dos estilos de papado, dos formas de dirigir la Iglesia, pero la una
no se opone a la otra, todo lo contrario.
Juan XXIII, prelado con
larga experiencia diplomática en lugares muy difíciles, puso en
marcha la revolución del Concilio Vaticano II, la mayor de la
historia de la Iglesia, aún pendiente en algunas cosas, la vuelta de
una Iglesia-poder, de una Iglesia casi monárquica, a sus raíces, a
la esencia del Evangelio. A la sencillez, a la humildad, a la
conciliación, a la búsqueda de la verdad interior. Juan XXIII fue
el Papa de los hombres.
Juan
Pablo II, alegre y cercano como Juan XXIII, trajo otra revolución
rompedora para cumplir otro de los mandatos de Jesús: Id y
evangelizad a todo el mundo. Desde la libertad y el compromiso
absoluto con la fe. También desde la modernidad, utilizando como
nadie los nuevos medios de comunicación, viajando incansable por
todo el mundo. Juan Pablo II jugó un papel decisivo en el final del
comunismo, él que conocía perfectamente, el terrible drama, el
horror de un régimen totalitario que acabó con la libertad de
millones de ciudadanos. Juan Pablo II fue el Papa de las familias y
de los jóvenes, el Papa de la Alegría y el que lanzó con fuerza el
mensaje de Jesús: "No tengáis miedo". Su entrega hasta el final
fue otro testimonio de fe irreductible y de dignidad.
Algo
más que la defensa, el seguimiento y la proclamación
urbi
et orbe
de la fe, une a estos dos grandes hombres, dos líderes del siglo XX,
dos Papas inolvidables: la oración. Detrás de cada una de sus
decisiones hay horas interminables de meditación escuchando a Dios.
Sin la oración no se entendería a uno ni a otro. Y en esa oración
se unen estos dos nuevos santos al actual Papa Francisco que de
alguna forma hereda a uno y a otro: la vuelta de la Iglesia a su
esencia de humidad y de sencillez y su cercanía con los fieles, la
Iglesia de los pobres y la Iglesia evangelizadora, la Iglesia del
perdón y de la paz. La Iglesia en la que creen millones de hombres
en el mundo y que debe ser, otra vez, luz para el mundo.
Algo
de verdad tiene que haber necesariamente en la intervención
misteriosa del Espíritu Santo en la elección de los Papas como
testifican los nombres de Juan XXIII, Juan Pablo II,
Benedicto XVI o
Francisco, líderes indiscutibles en cada uno de sus tiempos,
respetados por todas las religiones y por todos los políticos,
servidores del bien común y de los hombres. Lástima que el Espíritu
Santo no intervenga igual cuando se trata de elegir a nuestros
gobernantes o a nuestros eurodiputados... Aunque fuera para descartar
a unas docenas...
-
El papa Francisco proclama santos a Juan XXIII y Juan Pablo II en un multitudinario acto-
Galería fotográfica de la ceremonia de canonización