El Rey sigue, pese a algunas
críticas en mi opinión no del todo justificadas, viajando como el mejor
comercial del país;
Zapatero regresa a los mítines del PSOE, tras una etapa de 'inmersión',
mientras, por el contrario, en el PP parecen no querer a
Aznar, sumido siempre
en polémicas, en la campaña electoral que se nos echa encima. El candidato 'popular'
Arias Cañete, que no podría ser calificado como una novedad en la política
española, y
Elena Valenciano, que, pese a su juventud, tampoco es precisamente
una desconocida, ya han empezado su esgrima dialéctica con más de lo mismo.
Como siempre. Pero hay quien se pregunta si eso, lo de siempre, no es, en el fondo,
visto lo visto, lo mejor que nos puede ocurrir. O no...que diría cierto
política galaico que conocemos.
Reconozco que estoy
perdiendo, pese a mi inveterado optimismo, toda esperanza en una renovación a
fondo de la política española, que es lo que la política española, según mi
criterio, está necesitando urgentemente. Triunfa la tesis de
Rajoy, en el
sentido de que lo mejor es no tocar nada, para que lo que no funciona se pudra,
y lo que sí funciona brille, por el contrario, con luz propia, no con focos
artificiales. Y, así, supongo que Rajoy sacará pecho en esta campaña por la
habilidad con la que procedió cuando todos le pedían acudir al 'rescate
europeo': no hizo absolutamente nada, y parece que esa receta fue bien.
Sigo sin estar seguro de que lo mismo pueda aplicarse a la política, pero
tampoco me siento, a estas alturas, capaz de asegurar que el desdén con el que
La Moncloa está tratando al presidente de la Generalitat, por ejemplo, no esté
produciendo consecuencias beneficiosas para quienes pensamos que lo que Artur
Mas plantea y hace es, simplemente, una locura para el conjunto de los
españoles, para los catalanes y, desde luego, para él mismo.
Así, me dicen que
Mas ya no
está nada seguro de que pueda llevar adelante esa consulta que ha prometido a
los gobernantes de medio mundo, y que entre sus hipótesis se plantea la de
marcharse en plan
Ibarretxe, que es lo que, en silencio, le pronostican sus
aliados del PNV, que esta semana se presentan, con CiU y los restantes
integrantes de la candidatura 'nacionalista', en Madrid. Y esta
inestabilidad del presidente de la Generalitat es, claro, una buena noticia
para un Rajoy que no parece compartir para nada aquella máxima del Rey de que "hablando
se entiende la gente": a Mas le tiene sometido a una 'cura de
silencio' que desconcierta patentemente en el Palau de la Generalitat.
Veremos en qué para todo
esto, pero lo cierto es que las encuestas ofrecen una cierta esperanza al PP de
remontar algo -algo-en las urnas de cara al 25 de mayo. Desde
luego, lo que no vemos es cualquier avance en el sentido de una operación
política que empiece a arreglar algunas cañerías obsoletas o excesivamente
gastadas por el uso: los españoles, está claro, se aburren, nos aburrimos, con
esta medicina tan tradicional. Por eso se festejó tanto a
Adolfo Suárez, el
artífice de la (primera) transición, en el momento de su muerte.
Cierto es, por otro lado, que
los ciudadanos necesitan un cierto anclaje a lo tradicional. Ahí está el Rey,
retomando su papel de primer embajador, mostrando su buena forma física y
planteándose una ofensiva personal hacia Cataluña. Otra forma de entender la
política, y una manera de decirnos que, por ahora, se descarta cualquier
proyecto de abdicación, a menos que se produzca alguna nueva crisis física,
algo que no parece demasiado probable. He figurado entre quienes pidieron esta
abdicación, y ahora tampoco estoy seguro de que hubiese sido lo más idóneo,
porque estamos viendo actuar al mejor Juan Carlos I. Y, mientras todo esto dure
así, ¿quién quiere cambios radicales? Ni los principales políticos, ni el jefe
del Estado, ni el jefe del Gobierno, ni los responsables de las instituciones,
al menos, los desean ni los propician. Veremos qué dice la gran encuesta del
próximo 25 de mayo, dentro ya de menos de un mes. Mientras tanto, ¿más de lo
mismo, mientras bostezamos, pero solo un poco?
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