No entiendo esta Justicia
viernes 25 de abril de 2014, 11:12h
El Fiscal General del Estado, Torres Dulce, ponía el
dedo en una vieja llaga ante la Comisión Constitucional del Congreso de los
Diputados. Y removió la herida de falta de medios y escasez de instrumentos legislativos adecuados para la lucha contra las
malas prácticas de la clase política, no sólo en lo que respecta a los temas de
corrupción. Esto, que es ya un escándalo de proporciones inadmisibles en la
España de hoy, no deja de ser la punta del iceberg más llamativo de un poder
judicial anquilosado, incomprensible para la mayoría, lento hasta la
desesperación, ahora con unas tasas disuasorias, politizado hasta decir basta y
completamente alejado y extraño al común sentir de la sociedad que lo padece y
que ya no confía. Es muy triste decirlo pero es demasiado importante para
callarlo. Lo malo es que tras esta denuncia de Torres Dulce solo le quedan dos
salidas para el Fiscal: o irse de ese sistema que critica con tantísima razón o
provocar un cambio radical en el mismo. Ninguna de las dos cosas va a pasar.
Pero sería absolutamente injusto imputar a jueces y
fiscales todo este desastre; el problema de base está en la supeditación de la
Justicia a los partidos, que la han absorbido, y en una legislación que es
necesario poner al día cambiando lo que haya que cambiar porque hasta ahora
solo se han puesto parches a unas leyes decimonónicas.
El Fiscal General ha puesto un énfasis especial en
lo que hoy -como he dicho- es ya un escándalo nacional, una vergüenza y el
fracaso de una casta política que se ha creído que estaba por encima de la Ley.
Pero de eso ya hemos hablado bastante y lo que aún nos queda. Porque lo que
tampoco entiende el ciudadano es lo que sucede día tras día en los juzgados y
apenas sale en los medios: no se entiende que se ponga en libertad a un
detenido decenas y decenas de veces sabiendo que va a volver a delinquir; no se
entiende que un violador confeso pueda vivir en la casa de enfrente de su
víctima; no se entiende en muchísimos casos -y ya sé que un cierto sector me va
a linchar por esto- en denuncias por presunto maltrato doméstico exista una Ley
que vulnera algo tan sagrado como la presunción de inocencia para el varón; ni
se entienden muchos permisos carcelarios, ni muchos indultos, ni tantas
prescripciones de delitos, ni que, a excepción de en los procedimientos
penales, en los demás -y esto ya es una anécdota- el demandante no pueda decir
ni esta boca es mía. No se entiende que a un ciudadano, cualquier abogado con
criterio le recomiende no meterse en pleitos porque le cuesta más la tasa que
la pretensión que reclama y porque la resolución la verán sus hijos. No se
entiende que después de un calvario de recursos y habiendo recaído sentencia
firme, haya que interponer nueva demanda para exigir que esa sentencia se
cumpla. No se entienden tantas cosas, que ya son demasiadas, como para poder
confiar en las Leyes y la Justicia, ese último asidero que nos debería quedar a
todos.
Y si no se entienden tantas cosas pequeñas, pero
absolutamente trascendentales en la vida cotidiana de una persona anónima, cómo
no vamos a escandalizarnos de que los grandes juicios de corrupción duren años
y años, la mitad de los delitos prescriban y nadie devuelva nunca el dinero que
se robó o, que lo que todos sabemos que es un tormenta, quede al final en un
vasito de agua. Dice el Fiscal General que todas estas cosas influyen en el
comportamiento del ciudadano. Y tiene razón: reconozco que cada vez que pagamos
el IVA, por ejemplo, nos comen los diablos por dentro.