Doña Abstención ganará con mayoría absoluta las europeas
martes 22 de abril de 2014, 12:35h
Ya lo hizo en 2009 con un 54% de NO votos y lo volverá a
hacer el próximo 25 de mayo con una diferencia mayor si se cumple lo que
aseguran todas las encuestas. Doña Abstención va a reinar en toda Europa y por
supuesto en España. Muy lejos de ella quedará al que llamaremos partido ganador
que, como mucho, no contará ni con el 20% de apoyo entre los 35 millones y medio de españoles con derecho
a voto. Del resto mejor no hablar, por mucho que suban en resultados las formaciones
que combaten ese bipartidismo imperfecto que se instaló en nuestro país a
partir de 1982 en torno al Partido Socialista y al Partido Popular.
Europa construyó de forma muy rápida una moneda pero no
una política, ni siquiera económica y mucho menos social. De ahí vienen todos
los líos en los que estamos metidos los europeos desde hace siete años. Cientos
de miles de millones de euros invertidos en rescates bancarios, frente a
recortes de decenas de miles de millones en protección social, ya sea en forma
de pensiones o coberturas de paro. Países que miran por sus intereses e imponen
lo que mejor les viene y países que aceptan como una obligación ineludible que
sus ciudadanos vivan peor. El miedo a la catástrofe se pasea de Grecia a
Portugal, de Irlanda a España, de Francia a Italia: el antiguo estado del
bienestar que era una de las señas de identidad del Viejo Continente parece
despedirse para no volver en muchos, muchos años. Si es que vuelve.
El desencanto aleja a los ciudadanos de esas urnas
europeas y llega a los extremos de Eslovaquia en 2009 con una abstención del 80
por ciento. ¿Qué representatividad podrán aducir los elegidos con ese
porcentaje? Y eso mismo podremos decirle a los Miguel Arias, Elena
Valenciano, Willy Meyer, Francisco Sosa Wagner y demás compaña cuando alguno de
ellos tenga su escaño por menos del 2 por ciento de los españoles con derecho a
pronunciarse en las urnas. La democracia parlamentaria y representativa
necesita los votos de los ciudadanos. Si éstos abjuran de ese derecho, que no
obligación, por cansancio, desilusión o hartazgo de sus dirigentes y
formaciones políticas, la democracia pierde su base existencial y termina
corrompiéndose a todos los niveles. El poder para el pueblo, sin el pueblo que lo elija de forma mayoritaria,
no es democracia, es otra cosa.