miércoles 16 de abril de 2014, 16:11h
Desde Málaga o Sevilla a Valladolid y Palencia, desde Toledo hasta
Córdoba desde Cantabria a Murcia, del norte al sur, del este al oeste, España
entera vive la Semana Santa. Dios en las calles, ese Dios que muere en la cruz,
ese Dios del Perdón y de la Paz tan abandonado por todos, católicos y no
católicos. Para algunos es puro turismo, descanso, diversión... Para muchos
millones de españoles y para no pocos turistas es más, mucho más. Las
procesiones de Semana Santa seguramente están en su momento más alto de
atención y de asistencia.
Detrás de los cofrades y del folclore está la esencia
de la fe, la tradición, la cultura, la historia que nos ha hecho como nación.
Las madrugadas nazarenas son todo un símbolo de las creencias, las procesiones
del silencio encarnan el respeto de un pueblo, las Vírgenes dolientes son
reflejo de tantas mujeres que sufren hoy en el mundo.
Decía el cardenal Martini que "Jesús ha ido al encuentro de la muerte
porque ha querido ir a nuestro encuentro hasta el final; no ha querido volverse
atrás frente a ninguna consecuencia de su estar con nosotros, confiándose
completamente". Dios con nosotros y nosotros cada vez más lejos de Dios en esta
sociedad que vive al día, que busca el placer inmediato, que no quiere afrontar
el sufrimiento ni el dolor ni la muerte... Por eso, un tiempo, aunque sea pequeño,
para la reflexión. Un tiempo para hablar de Dios, para encerrarnos en nosotros
mismos, para interpelarnos por lo que somos, por lo que hacemos por los otros.
Y por lo que no hacemos.
El Dios del Papa Francisco, que es el Dios de todos los creyentes,
habla de misericordia, de acercamiento, de llevar a "cuantos viven en la miseria material,
moral y espiritual el mensaje evangélico que se resume en el anuncio del amor
del padre misericordioso, listo para abrazar a Cristo en cada persona". Para el
Papa Francisco, la Cuaresma que termina en la Semana Santa, en la muerte de
Jesús en la cruz, pero que no tendría sentido sin la resurrección y sin la
Pascua, "es un tiempo adecuado para despojarse". Despojarse de todo lo que nos
sobra en lo material y en lo espiritual para dárselo a tantos que no tienen
nada, a los millones de desempleados que no tienen esperanza, a los niños que
viven por debajo del vergonzante umbral de la pobreza. Despojarse de todo para
abrazar, como lo haría hoy el Jesús de la cruz, a los más débiles, a los que
llegan en patera o saltan vallas para huir de la miseria y del sufrimiento.
Estos días hay que mirar a la cara a ese Jesús del madero, a esa madre
que sufre en su carne el dolor del hijo, el dolor de todos los hijos que
sufren. La Semana Santa debería ser tiempo para eso. Para hablar del Dios que
ama, que sufre, que es capaz de dar la vida por los hombres, del Dios del
perdón y la esperanza. La Semana Santa no excluye a nadie, nos une a todos, nos
recuerda lo que somos y, sobre todo, lo que debemos ser.
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Comentarios
Últimos comentarios de los lectores (1)
27617 | Cuquiña - 18/04/2014 @ 01:32:36 (GMT+1)
Un buen artículo atendiendo a lo que hoy ha echado a la calle a media España, a conmemorar la Pasión y muerte de Jesús de Nazaret. Por razones que no vienen al caso estoy en mi casa, pero he vivido intensamente los desfiles procesionales que no son la fe, pero que si son la manifestación de esta fe, sino no se comprendería como hay costaleros u hombres de trono que aguantan horas y horas paseando por cientos de ciudades españolas. Las cofradías, que todo el año ejercen un trabajo social importante, desfilan veneando a sus imágenes. He visto por televisión procesiones de Málaga, de Zamora, de Córdoba, de Sevilla. El pueblo expresa su religiosidad cuando y como le parece, y estos día estamos viendo la otra cara de Andalucía, no la de las pésimas noticias que últimamente ha generado.
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