Nos
contaban en clase de lengua que los sustantivos son las palabras que nombran personas, animales o cosas, como por ejemplo, Carlos o lápiz. Los adjetivos son las
palabras que nombran "cualidades" de los sustantivos. Por ejemplo, azul
o grande. Los verbos son las
palabras que expresan acciones. Por
ejemplo, escribir o saltar.
Por otro
lado, las palabras que indican circunstancias de lugar, modo, tiempo, cantidad, afirmación, negación
o duda son adverbios, por ejemplo, dentro o bien. Y por último, las palabras
que utilizamos para nombrarnos a nosotros, a quienes nos escuchan o a
personas de las que hablamos se llaman pronombres personales, políticos,
por ejemplo, nosotros o ellos.
Como no
va en mi línea dar clases de lengua, voy a tratar de situar a los políticos en
algún apartado de los anteriormente mencionados, ya que no me queda claro en
que momento dejan de ser sustantivos, personas, para convertirse en
adjetivos, animales, pasar de lo uno a lo otro y quedarse solamente en
verbo, cosa. Todo esto tiene mucho que ver con el análisis que cada uno
hacemos en distintas situaciones en las que los políticos son protagonistas,
que son casi todas, y le cinismo y desdén que desprenden por el mero hecho de
sentirse fuertes ante un público que unas veces es afín y otras
indiferente.
En
España existe la mala costumbre de hacer de la política una casta, una forma de
vida, un privilegio, una mafia. No hace mucho, el dibujante satírico Andrés
Rábago, El Roto, aseveraba en una conferencia "que la mentira es la forma de expresión de los políticos y que más que
los efectos, lo que interesa en su trabajo son las causas de los mismos".
No escondía, como no lo hago yo, el desencanto que producen determinados
políticos y hasta el hastío que generan en la sociedad, condicionada por el
poder que representan a serles serviles y afectos a cuenta de recibir u obtener
resultados que por lógica y razón les corresponden. Cuando de lo que se trata
es de utilizar los mecanismos democráticos que otorga el pueblo para servirle
de la forma más conveniente, vocación de servicio que llaman algunos. Es
lamentable ver en que se convierten aquellos jóvenes "avispados" que tanto
prometían, y que en llegando a obtener un poco de poder político, se quedan en
estúpidos arrogantes. Pero el tonto, como en el refrán, no desaparece con la
linde, sigue y sigue, porque el sistema electoral diseñado para mantenerlos
ocupados, permite a los partidos políticos distribuirlos a su antojo, por
senados, diputaciones y otros tipos de agujeros donde pueden pasar
desapercibidos, pero que les permite seguir cobrando sus emolumentos, como si
de algún trabajo meritorio se tratase.
La casta
política y la crisis, como dice mi admirado José Antonio Marina, es el gran
miedo que tenemos los españoles, y una cosa va unida a la otra, porque unos son
el instrumento y otro el resultado. Los sustantivos políticos aprenden
no sólo a ser imbéciles, sino a pensar que los demás pronombres lo
somos, a cuenta del miedo que generan en la sociedad, como un problema añadido.
Y lo más perverso, como continúa diciendo Marina, "es que se utiliza ese miedo para crear un sentimiento negativo de que
las cosas no tienen remedio". Y todo ello, porque los que una vez nacieron
como seres humanos, dejaron de ser personas, para convertirse en animales
y cosas, mientras canturreo aquello de Sabina "el más capullo de mi clase, que elemento, está en el Parlamento".
Ismael Álvarez de Toledo
Escritor y periodista
http://www.ismaelalvarezdetoledo.com