Los dos grandes de la literatura cántabra, si es que eso existe, coinciden en estos días con nuevas novelas. Jesús Pardo y Alvaro Pombo están presentando sus últimas entregas, que tienen en común más de lo que parece.
Jesús Pardo hace ya mucho que firma sus libros
sin la segunda parte de su apellido: de
Santayana. Rojo perla, publicada
en Santander por la editorial El Desvelo, es la historia de un hombre peculiar,
de principio a final, y es la historia de una conciencia algo perversa -muy
perversa, en realidad- y del doble buceo, en la maldad primero y en el
arrepentimiento después, como parte fundante de una larga, honda, educación
sentimental. Contada con una minuciosidad elíptica, que evita lo escabroso con
elegancia, me recuerda en su estilo las de los novelistas a los que
expresamente dedica su tiempo de formación Alberto Mediavilla, el protagonista.
Nombrándolos a veces, y otras no, ahí están Hoyos y
Vinent y Felipe Trigo, Francés y Retana y Belda: un poco,
el decadentismo español y la bohemia. Pero con brío.
La transformación de Johanna
Sansíleri, la última novela de Alvaro Pombo, apareció hace pocas semanas bajo el sello de Destino.
Aquí es una mujer la que vivirá, como el propio título indica, un severo cambio
íntimo. Pero es que son demasiadas las cosas que le pasan, las revelaciones que
dan al traste con su conciencia de sí misma y de su atípico matrimonio, esa
inconsciente felicidad, y la desdicha que le sobreviene. La presencia continua
del jardín, como un espacio abierto-cerrado a la casa, que es el lugar -muy
septentrional- hecho más de tiempo y de quietud contradictoria en el que
transcurre, si transcurre, la vida. Ah, ese jardín al tiempo vivo y cambiante,
al tiempo metafórico, simbólico, que permite a Don Alvaro ejercer su prosa jugosa. La metáfora del jardín nos
persigue desde Eva, y juega aquí como el lugar de una culpa, que es a lo mejor
la mayor: la del desconocimiento, la de la ignorancia. Expresamente, la de la
inocencia.
Qué curioso
que la culpa sea uno de los factores comunes de las dos novelas. En la de Jesús Pardo, es una culpa digamos que
activa. Es que Alberto ha sido malo. Se le ve lo malo -y retorcido- que es, y
en eso, y en cómo ha llegado a eso, están las tripas de la novela. Esta cosa
del castigo, de la voluntad y el poderío de castigar, hasta con razón, hasta
privadamente, que muchos no entendemos y que a lo mejor por eso no nos hicimos
juezas. Sansíleri, la protagonista de Alvaro
Pombo, en cambio, tiene la culpa de la omisión, del no haberse enterado, y
no es menos dañina. Y los dos personajes, que no tienen nada qué ver (salvo que
los dos son lectores, él de literatura más o menos libertina, ella de teología)
van a tener una virazón religiosa potente, muy potente.
Y entonces, volvemos
al jardín, o si lo quieren al terruño -y la geografía da un poco igual- para recuperar la vieja metáfora. Aquí todos
pierden -perdemos- el Paraíso. Johanna, por la via de la acción cristiana, es
decir, de la caridad, y de una reflexión macerada en la desgracia, buena parte
de la cual no acaba de doler. Pero la otra sí. Alberto, con la desesperación
más de un Luzbel que de un Judas. Ajustar las cuentas con Dios y, ahí se queda,
quizá colgarse de la rama de un árbol alto y copioso.
Y yo me
pregunto, admirados paisanos, admirados maestros, qué hemos hecho para que la
religión, y en estos casos concretos, el catolicismo, con mayor o menor
parafernalia pero desde luego con una presencia -a veces controvertida- pero
clerical al fin, se nos eche encima, se os eche encima?
Me quedo un
poco perpleja. Estoy por apuntarme a un curso de meditación trascendental,
porque algo me estoy perdiendo. Que no será, desde luego, el placer de la
lectura. Y más, cuando la oferta, tan
distinta y tan cercana, es la de estos dos libros que recomiendo sin lugar a
dudas.