Con
los buenos datos del paro, la certeza de que 'brotes verdes' asoman por el
horizonte económico (muy negro para los bolsillos privados aún), con una cierta
paz procedente de las agencias de calificación y de los periódicos 'salmones',
en medio de una destacable, aunque coyuntural, 'pax internacional' (o sea, sin
conflictos), Rajoy parece hallarse en un momento dulce. Al menos, en este
cuarto de hora. Si a ello le añadimos que
Artur Mas no para de perder pie en
sus pretensiones secesionistas -ahora dice que el Tribunal Constitucional le
avala en su idea de celebrar la consulta, cuando todos hemos comprobado que es
lo contrario--, hasta el punto de que corre un riesgo creciente de ahogarse, la
coyuntura para el presidente de la nación más que dulce se pone almibarada.
Tiene que aprovecharla.
Primero,
la 'cuestión catalana': pienso que Mariano Rajoy tiene una espléndida
oportunidad para iniciar una negociación con la Generalitat de
Catalunya, algunos de cuyos portavoces ya ni siquiera hablan de referéndum,
sino de 'consulta no vinculante'. Casi un sondeo demoscópico, vamos. Saben que
no van a poder, si no es desvirtuándolo, con su compromiso, contraído ante los
primeros ministros de medio mundo, de celebrar ese referéndum para el 9 de
noviembre. Es la gran ocasión para que Rajoy, cuyas cualidades como negociador
aún permanecen inéditas, 'eche una mano' a Mas para salir con cierta dignidad
del lío en el que el propio Mas, sin ayuda de nadie, se ha metido: hay cosas
que desde el Gobierno central se pueden conceder sin menoscabo del Estado, ni
de su Presupuesto, ni del texto formal de la Constitución (más se
cedió, a este respecto, con la aprobación del Estatut de autonomía, y ahí
sigue...).
Y,
si hay que redefinir el Estado autonómico y tocar en algunos puntos una
Constitución que, de cualquier forma, tiene que reformarse, pues se hace y aquí
paz y después gloria. Rajoy debería entender, todos deberíamos hacerlo, que más
vale tener en Mas un aliado al que se le ha permitido ganar en algunos puntos
renunciables para el Estado, que ofrecer en bandeja una victoria a ERC en las
próximas elecciones catalanas, que ahí sí que las cosas iba a ponerse feas para
los propios catalanes y para el resto de los españoles.
El
gran problema, a la hora de solventar la insensatez de la que da continuas
muestras Artur Mas, es el inmovilismo que aqueja a
Rajoy. Una figura a la que
yo muchas veces he definido como respetable, pero que empieza a administrar
mal, me parece, sus tiempos: los problemas no siempre se pudren y muchas veces,
aun pudriéndose, dejan un hedor insoportable para la convivencia. Da la
impresión de que el presidente del Gobierno de la nación está ahora mucho más
pendiente de las pejigueras de su propio partido -y, por ejemplo, definir quién
va a encabezar la candidatura europea del PP no deje de ser una más de esas
pejigueras-que de enfrentarse cara a cara con las grandes, espinosas, cuestiones
del Estado, comenzando por concluir, antes de que sea imposible, un acuerdo con
otro rival-aliado, Alfredo Pérez Rubalcaba. Me dicen que pronto habrá un
encuentro entre ambos que podría concluir en algún avance significativo. Dios
me oiga.
Una
parte, no sé si pequeña, de lo que he definido como el gran problema es que el
inquilino de La Moncloa
se muestra encantado de lo bien que van las cosas, y datos como el de la bajada
del paro en marzo le incitan a seguir levitando. ¿Para qué cambiar si todo va
bien? Pues porque puede, señor presidente, que no todo vaya tan bien: asómese
al sentir del ciudadano medio. Y, sobre todo, señor presidente, porque puede
que algunas enfermedades políticas, si no se tratan, deriven en algo peor.
Quizá mucho peor. Es precisamente en los cuartos de hora de dulzura cuando hay
que tomar las grandes decisiones para cuando lleguen las vacas flacas. O los
toros que embisten.
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El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>