Los periodistas no
debemos ser nunca noticia. Y si lo somos, malo. Es cierto que, afortunadamente
como este fin de semana, la liberación de los compañeros secuestrados en Siria
constituye una novedad de gran trascendencia para ellos mismos, sus familias y
amigos porque han conseguido salvar la vida. Pero, además, porque
Javier
Espinosa,
Ricardo García y
Marc Marginedas, liberado hace un mes, representan a
un grupo de profesionales que realizan un periodismo necesario para la sociedad
a la que sirven. Sí, a la que sirven porque el periodismo es un servicio tanto
si trabajas en un medio público como privado y porque el estado de salud de una
sociedad democrática se puede medir, entre otros elementos, por la calidad de
la información de que dispone.
En el caso de Siria y de los conflictos armados,
el secuestro y asesinato de periodistas tiene como objetivo acallar las
posibilidades de denuncia y de conocimiento de las masacres que algunos grupos
cometen, sean del bando que sean. La información se convierte en un arma más en
manos de los contendientes que la manipulan en su propio beneficio, sin pudor
ni miramientos para convertirla en propaganda favorable para sus intereses y
todo lo negativa posible para sus enemigos. Insisto que cuando los periodistas
hablamos de la situación de nosotros mismos y de los medios de comunicación no
estamos mirándonos del ombligo con una práctica endogámica y empalagosa; se
trata de velar por el ejercicio del periodismo riguroso, creíble y lo más
cercano a la verdad para que la sociedad pueda estar y sentirse lo mejor
informada posible para hacerse su composición de lugar y formarse sus propias
opiniones. Y no sólo está en peligro la buena información sobre conflictos como
el de Siria donde ejercer el periodismo conlleva un elevadísimo riesgo, también
en las sociedades acomodadas está en riesgo muy grave el compromiso y la
obligación profesional de ofrecer la mejor información posible. Cuando se
celebran ruedas de prensa sin preguntas de los periodistas, cuando la crisis
justifica el despido de profesionales críticos y experimentados, cuando prima
más la cuenta de resultados que la calidad de la información, resulta que la
sociedad no está bien informada y que la democracia no goza de buena salud.
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