Ahora
que estábamos terminando el 'revival' de lo que fue la transición, va y
se nos muere el último comunista histórico que nos quedaba,
Armando
López Salinas. Le conocí bastante en aquellos tiempos de clandestinidad
-él era probablemente el único comunista que podía declararlo
públicamente sin sufrir demasiadas represalias: en él primaba el
intelectual y hasta el franquismo se lo reconocía-y sé cuánto influyeron
gentes como él para que el histórico PCE se amoldase a una serie de
renuncias a su 'programa de máximos' para facilitar, con Santiago
Carrillo a la cabeza, la transición.
Traigo
aquí a mi ex camarada Armando -sí, yo milité en aquel PCE clandestino,
como tantos que luego lo abandonaron en busca de parajes más
sosegados-porque estoy escuchando estos días muchas cosas interesadas, y
poco veraces, sobre el comportamiento actual de ese magma al que llaman
'izquierda'. No sé lo que hubiera pensado el viejo López Salinas de la
participación de Izquierda Unida, que básicamente se nutre del PCE, en
las marchas por la dignidad: creo que hubiese estado a favor de las
manifestaciones y que se hubiese horrorizado, como tantos comunistas
actuales con los que he hablado, de los últimos coletazos violentos con
los que unos centenares de indeseables, a los que absurdamente se llama
'radicales', concluyeron la jornada.
Esos
'radicales' -radicales somos, amable lector, usted o yo cuando
defendemos nuestras ideas; ellos son unos fanáticos extremistas
enloquecidos-no tienen, a mi modo de entender las cosas, nada que ver ni
con la izquierda ni, menos aún, claro, con la extrema derecha, como
quiso sugerir el presidente de la Comunidad madrileña, por más que sus
actitudes rocen las del fascismo violento más puro. Nada que ver ni con
IU ni, menos aún -lo escuché, pasmado, en una tertulia radiofónica, de
labios de un comentarista ciertamente comprometido con tesis
ultraconservadoras--, con el PSOE.
Puede
que ambos partidos se hayan equivocado absteniéndose de condenar la
violencia ejercida en la noche del sábado por esos antisistema que nada
tienen en la cabeza excepto la frustración y rencores extraños; puede
que IU, en concreto, hubiese debido exigir un 'servicio de orden' eficaz
en aquella manifestación por la dignidad. Pero resulta cuando menos
inveraz y malintencionado sembrar cualquier sospecha sobre la
'izquierda' en general, y sobre determinados partidos parlamentarios en
particular, acerca de que alienten actitudes violentas. Pero las
mentiras tienen las patas cortas: me preocupan poco las insidias que
envilecen durante un rato el panorama político nacional. Sí me preocupa
la extensión misma de la violencia, que volvió a hacerse presente este
miércoles en la Universidad Complutense madrileña -cuyo rector es,
precisamente, un hizo de carrillo--, con un saldo de cincuenta
detenidos. Una violencia que también debe condenarse públicamente cuanto
antes, porque ni enriquece la vida académica ni fomenta la convivencia
nacional.
Recuerdo
que un día, en presencia del mismísimo
Santiago Carrillo, López Salinas
nos dijo a un reducido grupo de periodistas que las ideas son lo
esencial, lo insobornable; pero que ninguna idea justifica segar una
vida. Puede que sean ideas lo que nos va faltando. Desde luego, no las
vamos a encontrar entre quienes queman contenedores y tratan de
'cargarse' a policías. Ay, si Armando levantara la cabeza...
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