lunes 24 de marzo de 2014, 16:28h
Todo
hoy es Suárez y apenas queda un hueco para hablar de otra cosa que
no sea la figura del ex presidente que llevó a España hacia la
democracia. Ya se sabe que, salvo muy raras excepciones, para el
muerto son la alabanzas -que tantas veces se le negaron en vida- y
que la memoria selectiva de todos escoge en cada corazón la anécdota
agradable, la frase oportuna o el discurso más entrañable dejando
en la papelera de reciclaje los enfrentamientos, las traiciones, los
olvidos y hasta el desprecio que en un momento se pudiera sentir por
el difunto. Esto es así y está bien que así sea porque es lo que
hace posible la convivencia. Pero tampoco conviene que la realidad de
unas horas nos haga perder la perspectiva de lo que fue la realidad
histórica.
Es
como las colas que los madrileños hacen para casi todo; que yo
recuerde la primera fue tras la muerte de Franco y se podrá intentar
solapar o difuminar de la forma que se quiera, pero lo cierto es que
allí no fue nadie ni obligado ni llevado. Lo mismo pasó cuando
murió Tierno, el alcalde de Madrid y cuando, después, el se abrió
el Palacio Real para el ultimo adiós a Don Juan de Borbón. Siempre
hay colas para ver a los muertos, hay como un efecto llamada y da
igual que el difunto sea un dictador, un socialista republicano, un
rey sin corona o un presidente al que se le negó el pan y la sal, al
que dejaron sólo los suyos y nunca terminaron de aceptar los
contrarios. Tuvo que pasar mucho tiempo y mucho político mediocre
para que se empezara a reconocer el trabajo que por encargo o no, eso
es ya lo de menos, hizo Adolfo Suarez en y para este país.
Y
hoy oyes las declaraciones de unos y de otros y se te pone -al
menos a mí- una sonrisa de asombro, escepticismo y supongo que
también de comprensión con la condición humana. En sus memorias
Calvo Sotelo escribió algunos nombres de los que abandonaron el
barco cuando todavía la UCD flotaba entre dos aguas: las que tiraban
para el PSOE y los que se acogían aquella AP de Fraga previendo el
naufragio. Se ha repetido muchas veces en esta horas ultimas, pero
llegó un momento en el que Suarez, poco antes de dimitir, preguntó
a Gutiérrez Mellado: "Además de ti y de mi, ¿quién nos apoya?".
Le
dejaron solo porque la UCD fue una amasijo de tendencias en las que
desde el principio sobraba la U de Unión porque el único nexo que
les mantenía juntos a aquellas familias fue el poder y muy pronto,
demasiado pronto para la propia UCD y tal vez para España, los
varones se revelaron y cada uno tiró por la calle que más le
convino. Al final a Suarez le rodeaban un puñado pequeño de
incondicionales y otro un puñado pequeño de votos: "Además de ti
y de mi, ¿quién nos apoya?".
Muchos
de los que se fueron después de dinamitar el proyecto desde dentro,
hacían en estas últimas horas pomposas declaraciones elevando a
categoría de ejemplo a seguir al hombre que ellos abandonaron a su
suerte. Pero imagino que esa es la condición humana. Nunca fui
"suarista" pero nunca, ni en sus momentos de esplendor ni en su
derrota, deje de reconocer que sin Suárez la transición hubiera
sido mucho más difícil.