Arquitecto de la Transición
viernes 21 de marzo de 2014, 18:14h
Adolfo Suárez fue el único arquitecto de la
transición. No hay otro. Y si la historia quiere que le acompañe alguien más,
siempre estará por debajo de su virtud, de su mérito y de la responsabilidad
ejercida. De hecho, el rey Juan Carlos, que acertadamente lo eligió para tal
fin, le retiró la confianza en un momento crucial de ese periodo, haciendo caso
a los sectores más reaccionarios de la milicia y a las pérfidas batallas
internas de los barones de la extinta
Unión de Centro Democrático (UCD), y dejándolo caer prematuramente de la escena
política del país para nada, pues ya España había
solidificado su edificio democrático sin posibilidad de volver atrás.
Tuve la suerte como periodista de cubrir, primero
desde el añorado diario Informaciones
y después desde El País, lo más
esencial de la obra de Suárez. Desde los años que precedieron a las elecciones
del 15 de junio de 1977 a su dimisión el 29 de enero de 1981. Viajé con él por
España, el resto de Europa, Norte de África y América Latina. Fui testigo en La
Habana de su encuentro con Fidel Castro, de sus posicionamientos hacia una vía
intermedia entre los dos bloques hegemónicos del Mundo en aquella época y de su
admiración hacia la socialdemocracia, posicionándose una vez en unas vísperas
electorales en Caracas de lado de Carlos Andrés Pérez, cuando lo suyo hubiera
sido prestarle apoyo moral y político a los democristianos de Rafael Caldera.
Suárez fue un hombre honesto. Y un político de los
llamados de Estado. Cuando dimitió, ninguno de aquellos barones que le acompañaron en UCD apenas fueron capaces de mostrar
públicamente su agradecimiento. Le dejaron sólo. Y sólo siguió en política,
secundado por un pequeño grupo de leales, entre ellos el malogrado Agustín
Rodríguez Sahagún. Esa fotografía de ambos en las últimas filas del Congreso de
los Diputados ocupando, tras la elecciones de 1982, los dos escaños obtenidos
por el Centro Democrático y Social (CDS) la llevo siempre en mi retina.
Como también llevo otra fotografía, ésta en mi
poder, que nos hicimos ambos con el rey en el Club de Mar de Palma de Mallorca
el 5 de marzo de 1977, con la infanta Cristina, aún niña, correteando por medio.
Suárez y Juan Carlos se habían dado cita ese día en Mallorca para entrevistarse
informalmente con Nicolae Ceaucescu. Que había previsto una escala a tal efecto
al regreso de un viaje oficial a Nigeria. Era la primera vez que ambos se iban
a ver con un mandatario comunista. Pero Ceaucescu canceló la escala por un
terremoto que se produjo en Rumanía horas antes de la cita. Como era sábado y
no había prisas, el rey invitó a Suárez a navegar unas horas por los
alrededores de la isla. Todo parecía un viaje de placer. Y así se nos dijo a
los escasos periodistas que allí nos encontrábamos. Muchos años después ambos
revelaron que, en ese corto paseo por el mar, fijaron de mutuo acuerdo la fecha
del 15 de junio de 1977 para las primeras elecciones de la democracia.
Felipe González combatió ferozmente desde la
oposición a Suárez. Siempre entendí injusto aquel hostigamiento, si bien cuando
Suárez ya no era enemigo a batir le brindó su amistad. No lo sé, y habría que
preguntárselo a González, pero estoy convencido de que, además de contendientes
con identidades políticas diferenciadas, pudo haber celos por parte del líder
socialista, porque Suárez, con su personalidad política y su querencia
socialdemócrata, invadía a veces sus espacios. Esto me pareció entonces
absurdo, porque González tenía todo el apoyo de la socialdemocracia internacional,
estaba llamado de inmediato a gobernar el país y le esperaba una flamante carrera
política. Pero así actúa la condición humana. Y así son algunas claves que, por
inimaginables que parezcan, suceden ocultas en la vida política.
Desgraciadamente, la Transición ha pasado con
demasiada rapidez a ser historia ya de este país. Quizás quienes la vivimos
intensamente desde el periodismo o la política no la hayamos contado lo
suficientemente bien para que las generaciones más jóvenes que nos suceden la
tengan hoy en cuenta cómo referente. Al igual que Suárez, ha caído injustamente
en el olvido. E, incluso, algunos la combaten desde las tribunas políticas de
ahora por considerar que fue una reforma y no una ruptura contra la Dictadura.
Esto es también injusto. Sólo espero que con la muerte que se nos anuncia, y el
regreso mediático que hacia la Transición está produciendo esta triste noticia,
la mayoría de este país comprenda la importancia que tuvo ese periodo. Cuyo más
preciado resultado es la estabilidad política que nos ha permitido a los
españoles los 37 años de democracia ya transcurridos.
Fernando
Orgambides es periodista y escritor.