Nacionalismo y Juegos Olímpicos
jueves 20 de marzo de 2014, 09:28h
El
nacionalismo (los nacionalismos) ha causado hasta ahora dos guerras mundiales.
Para evitar una tercera, se han creado dudosas aunque bienintencionadas
organizaciones internacionales, desde la ONU hasta la Unión Europea.
Lo
paradójico es que el mundo no está más unido que antes: al acabar la Segunda
Guerra, había unos 90 Estados; ahora, nos acercamos a los 200. Y subiendo, a
tenor de movimientos como los de Escocia, Cataluña y muchos más. ¿Hemos
disminuido, por consiguiente, el riesgo de conflictos que queríamos evitar?
Lo
de Ucrania es el último suceso inquietante de este tenor, pero los hay a
mansalva, desde Siria o Irak hasta Chechenia y, dentro de poco, con alguna
probabilidad, la inmensa China. De Europa, no hablemos, tras haber visto la
fragmentación de Yugoslavia en siete países diferentes o la proliferación de
Estados bálticos y caucásicos.
La
exaltación del nacionalismo no sólo no es reprimida sino que se la promueve
constantemente. El mayor ejemplo lo aportan las competiciones deportivas, con
la exhibición de banderas y símbolos nacionales.
Hay
quien dice que es mejor que las naciones se enfrenten en los estadios que en
los campos de batalla. Por supuesto. Pero, ¿por qué tienen que enfrentarse las
naciones y no los deportistas a pelo, al margen de organización política
alguna?
La
prueba de que el deporte se instrumentaliza políticamente la aporta cualquier
territorio aspirante a país, que busca ser representado en el COI o en la UEFA,
como ha hecho recientemente Gibraltar.
Otro
ejemplo lo ofreció la pobre España, cuando hace unos años sus deportistas mostraban
sus desconocidas banderas autonómicas, en una propaganda centrífuga de los
regionalismos contra el Estado.
En
vez de esas constantes y casi obligadas exhibiciones políticas, sería
maravilloso, insisto, que en los Juegos Olímpicos, por ejemplo, compitiesen los
mejores atletas a nivel individual, sin limitaciones nacionales, y en las
pruebas de equipo lo hiciesen encuadrándose al margen de las divisiones
territoriales existentes.
Probablemente,
unos Juegos de este tipo tendrían menos repercusión mediática y generarían
menos dinero. Ya. Pero no olvidemos que el dinero, de una u otra forma, está
detrás de todas las guerras que en el mundo ha habido. Y de las que habrá.
Diplomado en la Universidad de Stanford, lleva escribiendo casi cuarenta años. Sus artículos han aparecido en la mayor parte de los diarios españoles, en la revista italiana Terzo Mondo y en el periódico Noticias del Mundo de Nueva York.
Entre otros cargos, ha sido director de El Periódico de Barcelona, El Adelanto de Salamanca, y la edición de ABC en la Comunidad Valenciana, así como director general de publicaciones del Grupo Zeta y asesor de varias empresas de comunicación.
En los últimos años, ha alternado sus colaboraciones en prensa, radio y televisión con la literatura, habiendo obtenido varios premios en ambas labores, entre ellos el nacional de periodismo gastronómico Álvaro Cunqueiro (2004), el de Novela Corta Ategua (2005) y el de periodismo social de la Comunidad Valenciana, Convivir (2006).
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Comentarios
Últimos comentarios de los lectores (1)
27099 | Rosa Paredes - 20/03/2014 @ 15:56:25 (GMT+1)
Haciendo mención de las luchas interminables a nivel mundial que cita en su artículo, Sr. Arias, confieso que soy cobarde. Ante las crueles imágenes que nos ofrecen en la pantalla de nuestros televisores ocasionadas por las guerras, rápidamnete enciendo el extractor de humos que hace un ruido infernal e intento adiestrar la mirada para que se dirija a otro ángulo de la estancia. ¡No puedo soportar escuchar ni ver todo el horror que se genera en esas horribles batallas que en su día han tenido un principio, pero no se ve un final a las mismas! ¿Como evitar que todo ello no hiera la sensibilidad del que está al otro lado del campo de batalla? Al final terminas llorando las lágrimas de otros...
No quiero dejar de darle a la tecla de mi ordenador, sin hacer mención de una escena que me produce... ¿como decirlo? Rechazo.
Al pasar por la plazoleta del barrio donde resido, observo a los chavales, de diversas edades, que se encuentran en el lugar. En ocasiones juegan a dar patadas al balón, y en otros momentos, entretienen su tiempo jugando a las "guerras" Unos día le dan al sable, y otros a las pistolas...
Son juegos inocentes de niños, no cabe duda de ello. Sin embargo cuando los miro de refilón, puedo ver las expresiones de sus rostros infantiles y lo que percibo me hace sentir trallazo por dentro. Agresividad y crueldad, es lo que reflejan esas caras inocentes que están empezando a vivir y ya entretienen su ocio con juegos que encierran más malo que bueno.
Corto y cambio.
Pensando en el horror de la lejanía, se me ocurre una pregunta: ¿cuando se dará paso a la ansiada tregua y podamos escribir con mayúsculas, la palabra PAZ?
Saludos
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