Imagino la carita que se le pondría el domingo a muchos dirigentes
socialistas andaluces cuando abrieran el periódico en el desayuno y
vieran la fotografía de la juez
Mercedes Alaya, vestida de novia
vintage y cola y el pelo rizado, bajo una lluvia de pétalos de rosa. Y
lo que soltaría por esa boquita la ex consejera, ex ministra y todavía
vicepresidenta del Banco Europeo de Inversiones,
Magdalena Álvarez,
quien a estas alturas debe estar buscando avales para su fianza, a
quien se le cortaría el café con leche y se le atragantaría el cruasán
en el primer bocado. El caso es que la magistrada, cumpliendo fielmente
el anuncio hecho hace algo más de un mes, celebró su "reboda" con su
marido el auditor
Jorge Castro treinta años después de su primer
enlace, y el acontecimiento, digno de cualquier famosa del Hola, levantó
una inusitada expectación, tanta que hubo de modificar lo previsto
sobre la marcha para impedir cualquier alboroto. La iglesia de San
Alberto Magno, sita en pleno barrio de Santa Cruz.en la calle Estrella a
dos pasos de un famoso bar del mismo nombre, fue finalmente el templo
elegido a última hora después de que se descartara la Basílica del Gran
Poder, donde estaba prevista inicialmente la ceremonia.
Es lo que tiene el ser famosa, que los paparazzi no le dejan a una tranquila. Y
Mercedes Alaya lo es. No tanto, claro, como la
Duquesa de Alba o
Isabel Pantoja,
pero para muchos andaluces es todo un referente ejemplar de lo que
debería ser la Justicia en España y eso marca y mucho. Eso sí, fiel a su
carcaterística forma de actuar en los Juzgados con imputados y
periodistas, Alaya se hizo esperar casi tres cuartos de hora aunque esta
vez no interrogaba a ningún
Guerrero, y no me refiero precisamente al decano de los jueces,
Francisco Guerrero, quien fue uno de los pocos compañeros de profesión invitados a la boda, sino a
Francisco Javier el de los gin-tonics. Cuenta la crónica de mi ex compañera
Mercedes Benítez que
el festejo acabó en el palacio de la Condesa de Lebrija con salmorejo
con buey de mar, solomillo y helado. Enhorabuena señoría, que sea feliz
mientras se lo permitan. Trate de aprovechar al máximo los buenos
momentos porque me da a mí que algunos están dispuestos a amargarle la
existencia. Se avecinan tiempos tormentosos.
Y es que parece que
el PSOE-A está decidido a pasar al ataque con el visto bueno de su
secretaria general y presidenta de la Junta,
Susana Díaz. La fianza de casi treinta millones de euros impuesta a
Magdalena Álvarez parece
haber sido la gota que ha colmado el vaso de la paciencia de un sector
dispuesto a utilizar todos los medios legales a su alcance para
desarbolar la instrucción que está llevando a cabo Alaya en la trama de
los EREs fraudulentos. No van a escatimar medios y si para ello tienen
que utilizar los enormes recursos de la administración autonómica, lo
harán. Tampoco sería la primera vez.
Es lo malo que tiene
confundir la parte con el todo, el partido con Andalucía, y pensar que
el respaldo reiteradamente obtenido por los socialistas durante más de
treinta años en las urnas les da patente de corso para hacer lo que les
viene en gana. El ejemplo del fraude continuado durante más de una
década con los EREs es sintomático de esta situación. Un fraude que no
se habría producido si alguien no hubiese diseñado un modelo para
desviar dinero público a otros fines para evitar los controles que toda
administración debe tener. No sé si fue
Magdalena Álvarez, como
afirma Alaya, quien ideó la fórmula, pero si fuese así, los treinta
millones de euros de fianza impuestos por la magistrada astigitana, me
parecerían incluso pocos. Alguien, y no sólo
Guerrero, Fernández y los "cuatro golfos" que decía
Chaves,
debe de asumir la responsabilidad política y penal del mayor escándalo
de corrupción de la democracia. Porque si algo está quedando bastante
claro en todo este turbio asunto es que los varios cientos de millones
robados a los andaluces jamás serán devueltos, como tampoco los
devolverá la UGT por más pamplinas que diga la gran Susana de cara a la
galería.
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