Desde
mediados de febrero pasado y hasta el
próximo 6 de abril se representa en el Teatro Valle Inclán de
Madrid, del Centro Dramático Nacional
(CDN), la adaptación a la escena, en
versión de Ignacio del Moral, de la novela de Fernando
Fernán Gómez, 'El viaje a ninguna parte' (1985). El melodrama describe
la penosa situación que vive una compañía de teatro
en la postguerra española, justo en el momento en que el
cinematógrafo empieza a
ocupar un lugar preponderante
en los hábitos de diversión del público
español. La obra está llena
de un humor teñido de cierta melancolía y
amargura e impotencia ante la situación de cambio
a la que, inevitablemente, se ve abocada la compañía
ambulante de teatro Iniesta-Galván por tierras
manchegas.
El drama del hambre, la pobreza, la miseria espiritual
y material de los pueblos que recorre
la pequeña compañía impregnan también a ésta, que se ve abocada a
su disolución por la falta de
futuro. La
situación es vivida por el
espectador durante los
90 minutos que dura la obra con
verdadera pasión, a la que contribuye una puesta en escena contenida y
brillante a la vez, una iluminación, música y
efectos audiovisuales perfectos y
un vestuario adecuado, y
una interpretación homogénea
y eficaz de Amparo
Fernández, Antonio Gil,
Andrés Herrera, Olivia Molina, José Ángel
Navarro, Tamar Novas, Miguel Rellán y Camila Viyuela. Y todo ello manejado con
una dirección
escénica ejemplar, de Carol López,
que rige cuanto sucede en el escenario con una
precisión de una orquesta sinfónica, que permite el disfrute al espectador desde el primer al último minuto de la
representación.
La
novela del escritor, actor, director y académico
Fernán Gómez, verdadero referente
tanto en el teatro como en el cine
durante la segunda mitad del
siglo XX en
España, fue llevada también por él mismo a la
gran pantalla en 1986, un año después de su publicación y, aunque en los
tres formatos, el drama obviamente es
idéntico, es quizás en este
medio, el teatro, donde adquiere
una fuerza mayor. Teatro dentro del teatro, veneno dentro del veneno, parafraseando la afirmación de Carlos cuando intenta explicar a su hijo Carlitos, fruto de un desliz de
juventud, del que se ha
desentendido casi totalmente desde que naciera hace 17 años, y que, ahora, de pronto,
aparece de nuevo en su vida por arte de magia, como un espíritu resucitado venido desde
Galicia.
El viaje a ninguna parte es -en
palabras de Ignacio del Moral- una
crónica del cambio de los tiempos, de la desaparición de una forma de ejercer
la profesión del teatro, ese oficio
"poblado por unos personajes, medio artistas, medio pícaros, que aman y
odian su oficio a partes iguales".
Los diversos ambientes
(plazas, cafés, pensiones, campos...) en donde se desarrolla la acción son
resueltos de manera ágil y simple
por el director de la obra
con decorados y
retroproyecciones que sitúan fácilmente al espectador en los distintos
ambientes en donde discurren los
acontecimientos dramáticos. Cuestión
esta que
supongo no habría sido nada
fácil de identificar para un buen número de espectadores ciegos o con discapacidad
visual y auditiva que acudieron también a la representación el día
6 de marzo y que un
eficaz sistema de subtitulado
(para sordos) y
audiodescripción de esta y otras
circunstancias que sucedían en escena, dieron buena cuenta desde
Apten y la Fundación Vodafone que, desde hace ya algún tiempo, ponen este
servicio de ayuda tanto en el CDN, como en otros teatros
madrileños, de forma gratuita
para todos los espectadores que lo necesitan, durante unas cuantas
funciones de cada obra.
En
resumen, una obra imprescindible
para quienes pasen por Madrid si no
quieren dejar de ver buen teatro.