Hay veces
que el nombre de esta columna me da un repelús que me muero. Es que llevamos
una racha maldita, y cada tres por dos, lo que se llora de verdad parece que es
hipócrita. Y no.
Esta semana
ha sido aciaga para la generación del 68.
Que es verdad que ya estamos mayores, pero no para morirnos! Pues se ha
llevado a Ana María Moix y a Leopoldo María Panero, en una
confluencia de fechas -con cinco días de distancia- que produce escalofríos. Ya
lo saben ustedes, porque eran dos grandes y han aparecido en las primeras de
todos los periódicos, incluido éste. Y han inundado las redes sociales, y hasta
hay gente que, con una o con otro, han considerado que había demasiada
alharaca. Envidia. Que es que los envidiosos, envidian hasta los males.
Porque al
final, la envidia es el gran mal, el mal que envilece a este país. No pensaba
nombrarle, al tal Sostres, pero su
artículo de El Mundo sobre Ana María es sencillamente repugnante. No sorprende,
porque le gusta el escándalo y, sencillamente, odia a las mujeres. Y odia a la
izquierda. Hay toda una tradición de
silencio en torno a la muerte de las mujeres, que la de Ana María Moix ha roto.
Y efectivamente, la despedida ha sido multitudinaria. El mismo, que no creo que
estuviera nunca en el mundo de Panero, se ha deshecho en elogios que a mí me
dan el mismo asco. Por venir de donde vienen.
Hay otra
tradición que implica callar lo malo del recién muerto, un respeto de un
tiempo. Yo creo que esa hay que guardarla, aunque lo que se diga fuera verdad.
Mentir e insultar, es que ni se consideran. Pues de todo ha habido. Y por fin
hay los que preguntan por qué tanto hablar de alguien a quien no se hizo caso
en vida, refiriéndose a Leopoldo María. Yo creo que se puede explicar la conmoción
que verdaderamente ha sufrido el mundo de la cultura, y muy brevemente, voy a
intentarlo. En primer lugar, los dos formaban parte de una generación que dijo
cosas nuevas en lo literario, en lo político y en lo moral. Una generación que
ha tenido, más que poder, influencia: que ha sido el núcleo duro de una
concepción de la literatura que rompía con las fórmulas, los temas y las
intenciones anteriores, y que instalaba la modernidad en este país. Una manera
nueva de ver. Que además, formaban parte de un grupo numéricamente muy pequeño,
pero infinita, escandalosamente activo. Y que se lo ha puesto muy difícil a los
que han venido después.
No es raro
que si mueren dos de los más jóvenes -los dos del 48- a los que todos ellos -y
hasta sus críticos- conocían, el escalofrío sea terrible. Los dos eran
personajes rompedores. Se da el caso además, de que ambos tenían una recepción
lectora cualitativamente distinta. Panero es seguramente uno de los poetas más
valorados por los jóvenes actuales, así, jóvenes a secas. Y Ana María era una
persona muy querida en el mundo literario español y catalán. Y se da el caso
también de que ellos, la generación del 68, tienen voz en los medios de
comunicación. Aunque hayan concitado tantas pelusas, la siguen teniendo.
A mi me ha
conmovido personalmente. No quería escribir sobre el tema, ya he dicho que odio
los obituarios, pero esto no -tampoco- lo es. Es, si ustedes lo quieren, una
toma de pulso a la cultura y a la comunicación. Los ritos que acompañan a la
muerte son parte de nuestra vida.
Ha sido una
semana terrible, realmente. También ha muerto Silvia Tubert, sicoanalista y escritora feminista, cuya lucidez
echaremos en falta. Y Don Luis Villoro,
el gran filósofo mexicano, que se ha ido a los 92 años. Pero todos los hombres
mueren jóvenes, y Villoro seguía, también, haciéndome falta. En fin.