martes 04 de marzo de 2014, 09:59h
En el Congreso de los Diputados, como en la vida en general, algunas
de las cosas más interesantes ocurren al final de la sesión. El pasado
martes, a eso de las diez menos diez de la noche, cuando terminaba la
primera jornada del debate del estado de la nación, se produjo una
interesante controversia entre el Presidente Rajoy y la líder de UPyD
sobre el uso de la pobreza infantil como objeto de pugna política. Le
decía la señora Díez al señor Rajoy: "dice usted además que no ha
hablado de esa cuestión porque no quiere que se utilice en el debate
político. Me parece una ofensa, qué quiere que le diga. Hablar de los
problemas no es utilizarlos". A lo que el presidente Rajoy le replicó:
"cuando habla usted de la pobreza infantil lo único que le voy a decir
es que mejor no entro en su intervención sobre este asunto. Véase usted a
sí misma en televisión".
Es fina la línea que separa la voluntad de denunciar el
sufrimiento,de la voluntad de aprovecharse políticamente de ese
sufrimiento. Claro que algunos extienden la sospecha incluso a aquellos
que, sencillamente, tratan de ayudar a quienes pasan por dificultades.
Según esa filosofía, no se podría hacer políticas sociales so pena de
ser acusados de buscar el "voto cautivo" de la gente que las necesita.
Es lo malo de exagerar.
En todo caso, uno no puede negar la evidencia de que hay ocasiones en
que se hace un uso espurio del dolor humano para sacar beneficio
político. Supongo que el presidente Rajoy creyó identificar esa
intención en el gesto de la señora Díez y por eso le pidió que se mirara
en la televisión. He de confesar mi frecuente torpeza a la hora de ver
las malas intenciones en la cara de la gente, quizá porque, en general,
para reconocer esas intenciones en la cara de los demás, debemos
tenerlas antes en nuestro propio cerebro. Así que deberíamos ser capaces
de establecer algún criterio algo más objetivo para juzgar si la
denuncia del sufrimiento humano responde a la solidaridad más noble o a
un interés más egoísta. Sin olvidarnos de que un seguidor de Mandeville
nos diría que la mejor ayuda es la más interesada.
De hecho, después de que los terroristas asesinaran a Tomás y
Valiente, estuve llamando durante unos días a un admirado profesor para
asegurarme de que tenía protección antiterrorista. Ese profesor había
escrito un libro en el que fundaba la ética en cierto razonable egoísmo.
De broma, y en alusión a su libro, le dije: «mi verdadera razón para
preocuparme por ti era puramente egoísta: quiero poder seguir
disfrutando de tus escritos». A lo que él me dijo: «¿ves cómo tu interés
interesado me da más seguridad que si fuera desinteresado?».
Cuando veo al presidente Rajoy y a la señora Diez competir entre
ellos en su solidaridad con las víctimas del terrorismo, y poner en duda
la solidaridad de todos los demás, y a pesar de esforzarme mucho, nunca
he conseguido ver sus verdaderas intenciones. Seguro que ellos dos sí
las pueden reconocer en la mirada del otro cuando hablan del terrorismo,
de sus víctimas y de la unidad de España.