martes 04 de marzo de 2014, 07:47h
El navegante nos anuncia que ha bordeado el cabo de las
tormentas y su nave transita ya por aguas más tranquilas. Todos los grumetes
que viajamos abordo nos alegramos de ello; pero le guste o no al almirante
Rajoy, pilota una travesía gubernamental con demasiados oficiales agotados en
el puente de mando. Si yo fuera él, Dios nos libre de una coyuntura semejante,
aprovecharía la primera de las escalas previstas para renovar la tripulación.
Empeñarse en lo contrario, por muy macho que se crea el Presidente, por muy
comprometido que se sienta, podría producirle las mismas ensoñaciones que
padeció aquel romántico juramentado con su propia sombra. Las maquinarias
políticas duran lo que duran y cuando se descompensan no sirven para nada.
Nuestro Gobierno no utiliza ya los símiles ferroviarios para
explicarnos cómo van las cosas. Archivado aquello "de la luz al final del
túnel", ahora se maneja con aventuras náuticas. Involucrados todos en la nueva
comparación, yo le recomendaría a Rajoy que no prolongara la larga agonía de
los peces fuera del agua. El ministro Wert, por ejemplo, parece ya de retirada
y bueno sería que fueran preparándole el finiquito. Anda por la vida despegado
de la ciudadanía a la que debiera administrar en asuntos como la Educación y la
Cultura, se ausenta en los actos oficiales que reclaman su presencia y aparenta
cierto cansancio cuando le abuchean en público. Habría que desembarcarlo, señor
Presidente, en el puerto más cercano. En la misma lancha, camino del malecón,
se trasladarían sus compañeros Fernández Díaz, Ana Mato y José Manuel Soria.
Ahí tenemos al Ministro del Interior, chapoteando en todos
los charcos que las olas dejan en cubierta, empapado hasta las cejas de nacionalcatolicismo,
mareado por la crisis de la emigración ilegal y su propio autoritarismo
doctrinal. Cuando regrese a casa, condecoradas todas sus devociones personales,
es muy posible que Rouco le haya reservado el palio iluminado que se merece. El
ministro Soria, recluido en su camarote desde que se le amotinaran las
eléctricas, se lamenta de su mala suerte. Comenzó muy bien, pero ahora se
merece que lo pasen a la reserva. Más complicado resultará entregarle el cese a
la señora Mato, desaparecida en combate desde los papelillos de confeti.
Rajoy debería licenciar también a Ruiz Gallardón. En alguno
de los itinerarios trazados por el timonel del conservadurismo patrio, el navío
popular se ha visto zarandeado por las galernas. Cuando Rajoy navegaba empujado
por corrientes favorables, ya me dirán ustedes qué necesidad había de cambiar
el rumbo y meter el barco en los temporales de la nueva Ley del Aborto. Tampoco
resulta muy eficaz el trabajo de Báñez en la sala de máquinas. ¡Alcanzamos la
potencia deseada, capitán! -grita la Ministra de Trabajo-, pero el buque se
mueve lentamente y el paisaje que se divisa apenas cambia. Aquello que se
presenta como un cambio de tendencia, no es otra cosa que un embuste estadístico:
los desempleados de larga duración desertan de las colas del paro, los que
pueden se marchan a países más prósperos y muchos de los que vinieron buscando
trabajo regresan a la tierra que los vio nacer. Por no acertar, Fátima Báñez se
confundió incluso de virgen. Pidió auxilio a la Santísima de los rocieros en
lugar de encomendarnos a la Patrona de los marineros.
Podría citarles algunos tripulantes más consumidos en el
empeño, pero no quiero aburrirles. Lo más probable es que Rajoy, fiel a su
trayectoria, se quede inmóvil y afronte el final de la legislatura con los
mismos personajes que eligió después de investirse en el Congreso de los
Diputados. Todo es posible en el Palacio de la Moncloa.