Voy a comenzar con una afirmación rotunda, aunque bien sospecho
que no debería hacerla: no espero gran cosa, la verdad, del debate sobre el
estado de la nación que comienza este martes. La suerte está echada, y ya los
portavoces han elaborado su discurso y su estrategia; ya verán cómo habrá poco
o nada nuevo bajo el sol.Y eso que, para mí, este acto parlamentario es acaso
el más importante de los veinticinco que se habrán celebrado desde que fueron
establecidos en 1983 por
Felipe González. Estamos nada menos que ante algo muy
semejante a una segunda transición, aunque a la mayor parte de nuestros políticos
más relevantes les cueste admitirlo oficialmente: habría que cambiar demasiadas
cosas en demasiado poco tiempo o, en frase de Adolfo Suárez, cambiar las cañerías
sin que por ello deje de circular el agua. Y los políticos españoles se han
ido haciendo cada vez más perezosos, al menos en lo que a las grandes reformas afecta:
nos hemos acostumbrado a la herrumbe en las cañerías atascadas, las prefieren
así antes que proceder a un saneamiento a fondo.
Este es el debate que exige visión de futuro y no
cortoplacista. Que reclama pasar por encima de los intereses y problemas de los
partidos. Que pide primar los consensos sobre la pelea electoral. Se han
perdido ya demasiadas oportunidades para acordar un período regeneracionista en
la política española, y mal hará
Mariano Rajoy si cree que solamente a base de
pequeñas 'sorpresas' en el terreno económico -ya, ya sabemos
que va a bajar los impuestos-va a salvar al menos los muebles. Me parece,
y a las encuestas me remito, que los ciudadanos piden cada día más política, y
eso es precisamente lo que no se les está dando.
Sí, me parecen lamentables las disquisiciones sobre la
verificación del desarme de ETA. O sobre determinados aspectos de la
judicialización de la vida española. O sobre la reforma del aborto. Pienso que,
en su mayoría, estos debates se convierten en cortinas que ocultan lo más
urgente. Que ya se sabe que, a veces, lo interesante, el espectáculo -y está
habiendo mucho de esto últimamente--, suplanta a lo importante, a lo esencial.
Por eso me he situado ya en el día después del debate sobre
el estado de esta nación nuestra. Porque las intervenciones de los oradores son
lo accidental, y va a resultar muy difícil encontrar en sus parlamentos, que
serán los habituales, alguna chispa que encienda nuestro entusiasmo. Después,
regresará la aburrida normalidad, la campaña electoral, el sempiterno rifirrafe
de mítin y sal gorda en torno a candidatos que están muy lejos de apasionarnos.
Y sabremos, entonces, que otra oportunidad se ha perdido, se va a perder, en
las próximas horas.
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