Mirar la ciudad de otra forma
lunes 24 de febrero de 2014, 09:16h
Pretender ver el futuro
reclama entender el presente y para entenderlo es imprescindible conocer
nuestro pasado. El Renacimiento Italiano no fue un mero ejercicio de
desenterrar el mundo clásico, sino encontrar el eslabón perdido en la Edad Media. Hoy
estamos en una situación similar. Es recomendable parar y pensar qué hemos
hecho bien y qué mal, recuperando los principios que se forjaron en el inicio
de la Edad Moderna.
Hoy el mundo occidental está afectado por una profunda crisis económica, pero
la crisis del conjunto de la humanidad es del modelo de habitar.
Es evidente que no hemos
conseguido crear el modelo de ciudad moderna en el que nos sintamos
confortables como un lugar de convivencia. Pese a haber generado en los últimos
cien años muchísimo más tejido urbano que a lo largo de la existencia del ser
humano, en menos del dos por ciento del suelo vive cerca del 80 por ciento de
la población de la tierra.
Somos conscientes de que no
nos gustan nuestras ciudades, pero sí que consideramos las ciudades como el
mejor logro de la humanidad. El turismo prueba el interés de los ciudadanos por
el espacio urbano, la visita a pueblos y ciudades es mayor que el de los
espacios naturales, París genera más visitas que las Playas del Caribe y como París
otras muchas ciudades, Toledo, Sevilla... Si analizamos con precisión hacia dónde
dirigimos nuestros pasos, veremos que siempre van dirigidos hacia la ciudad
anterior al siglo XX: nadie va a pasear por nuestros nuevos barrios, sean de
Paris, Toledo o Sevilla. Algo mal habremos hecho.
Otro aspecto esclarecedor de
cómo valoramos el lugar en el que vivimos se manifiesta en la diferente
valoración que hacen los ciudadanos de los lugares en los que viven, según que
su emplazamiento sea en el centro o en la periferia. Los que viven en la ciudad
histórica la valoran por la armonía de sus calles y plazas, la calidad de vida
que se genera en sus calles y plazas, por la cantidad y variedad de ofertas que
conviven, culturales, de ocio, de comercio, de estancia... En definitiva, por
haber conseguido la armonía de la diversidad del espacio público, y todo ello
pese a no estar dimensionadas para la presión a que están sometidas por el
vehículo privado.
Los ciudadanos de las nuevas
ciudades situadas en las periferias solo valoran los espacios privados, mi
casa, mi piscina, mi condominio, mi club. No existe la diversidad, sino la suma
de unidades cerradas en sí mismas únicamente relacionadas por vías de tráfico y
un único lugar de encuentro, el centro comercial.
No hemos sido capaces de
diseñar el vacío
Es evidente que no hemos
conseguido diseñar nuevos lugares en los que convivir en colectividad y los
existentes los hemos abandonado, convirtiéndolos en redes de tráfico motorizado;
no hemos sido capaces de diseñar el vacío que generamos al construir nuestros
edificios, el espacio público.
Hemos progresado
satisfactoriamente en muchos aspectos generadores del incremento de la calidad
de vida, educación, medicina, comunicación, vivienda, transporte... pero no hemos
conseguido crear un espacio en el que convivir. Progreso que es consecuencia
directa de la estrategia del homo sapiens
que opto por agruparse inventando un ecosistema artificial, la ciudad, que
mientras se desarrolló lentamente y a escala razonable pudo controlar con más o
menos fortuna, pero que a partir del siglo XX no supo qué hacer.
¿Por qué hemos demostrado
tan poco interés por fomentar nuestra calidad de vida en comunidad
desentendiéndonos de nuestras ciudades como lugares de convivencia,
centrándonos únicamente en generar metros cúbicos y en el mejor de los casos,
edificios de pieles espectaculares posados sobre el territorio a modo de
floreros, normalmente descontextualizados respecto a su entorno?
¿Cómo es posible que nos
hayamos olvidado de las voces que ya advertían en la primera mitad del siglo
pasado de este desencuentro entre el hombre urbano y sus nuevos hábitats?
¿Los arquitectos y los
urbanistas han tenido la culpa, lo pueden resolver ellos solos?
Rotundamente no, la solución
debe nacer de "la cultura urbana de la
sociedad", una sociedad que debe intentar poner orden en su modelo de vida,
una sociedad que se encuentra hoy día como el niño que, al despedazar la
maquinaria de su juguete para encontrar su magia, trata desesperadamente de
reunir sus piezas para integrarlas de nuevo sin conseguirlo.
Un modelo para el que hay
que generar unos objetivos claros dando prioridad a las necesidades humanas
básicas frente a los requerimientos económicos e industriales; un modelo que
afronte el difícil equilibrio entre la imprescindible diversidad y la unidad,
generando unas reglas de juego que no destruyan el individualismo y la
diversidad, sino que los protejan; un modelo que se relacione dignamente con el
medio en el que se asienta, tanto físico como social; un modelo que reconozca
el lugar evitando la universalización.
Urbanismo de reparto de
plusvalías
Estas reflexiones resumen
una preocupación ya detectada en la primera mitad del siglo y lamentablemente
igual de vigentes en su diagnostico. Julián Huxley dijo: "...Más pronto que tarde hemos de abandonar el sistema basado en el
incremento artificial de los deseos del hombre y comenzar por construir uno
dirigido a satisfacer cualitativamente las autenticas necesidades humanas...".
La ciudad es el resultado de
una superposición de múltiples capas de naturaleza muy diversa; si de por sí
son complejas, al estar superpuestas e interrelacionadas la complejidad es tal
que modelizarla es casi imposible, lo que nos sitúa en una posición similar al
niño con su juguete destripado. Quizá esta complejidad puede ser la razón por
la que no hemos sido capaces de diseñar y gestionar un modelo a gran escala y
en tiempos reducidos.
El abandono de este complejo
reto de la Edad Moderna
ha dejado su formalización en manos de los inversores y especuladores que al
reducir la complejidad a una sola variable, el beneficio, han sido capaces de
construir millones de metros cúbicos mediante un urbanismo de reparto de
plusvalías, formalizado mediante la secuencia repetitiva de contenedores
conectados por redes de tráfico, que no calles, cumpliendo una normas
higiénicas internacionales, es decir para cualquier lugar, las dimensiones de
las calles son iguales en Hamburgo que en Almería.
El resultado es que el ciudadano
ha perdido su cultura urbana para refugiarse en su célula individual
abandonando la bondad de lo colectivo.
¿Qué hacer?
Para recuperar la cultura
urbana hay que volver a aprender las cualidades que ofrecen las ciudades como
lugar de encuentro y de aprendizaje de la vida en comunidad. En términos
actuales, conocer el ecosistema urbano. Es curioso que desde Rodríguez de la Fuente la sociedad se haya
mentalizado de lo importante que es preservar el ecosistema del oso polar o el
de los linces; pero, ¿quién conoce cuál es el ecosistema urbano y su
importancia para nuestra especie?
Ya lo decía Gropius en los
años 60: hay que empezar enseñando a los niños. La profesora Adams en los
cincuenta, en Chicago, desarrolló un modelo educativo para niños de los
jardines de infancia para que aprendieran a conocer su hábitat, "la ciudad". Hoy, la Fundación Estudio
está inmersa en un proyecto de investigación para que los niños entiendan el
ecosistema urbano, y conociéndolo podrán diseñar los futuros hábitats con la
garantía de dominar la complejidad de sus capas, convirtiéndose en niños que
sabrán desmontar y montar su juguete más preciado, la ciudad de la convivencia.
Nuestra actual asignatura pendiente.
Cuatro objetivos concretos
Mientras esas nuevas
generaciones tomen el poder nosotros debemos ser prudentes y saber elegir
objetivos concretos que entendamos y podamos ejecutar en la confianza que
representen una mejora cualitativa de la vida urbana. A mi entender señalo cuatro.
1.- Priorizar el diseño del
espacio vacío frente al construido; es decir, primero se diseña el espacio
público en el que convivir y después se formaliza la edificación en la que
vivir y trabajar. Un espacio para el peatón, para los niños. Si un niño puede
usar la calle, jugar a la rayuela, la ciudad está resuelta.
2.- Tratar al vehículo
privado como excepción, reservándole el mínimo espacio posible. Propongamos "el carril coche", apoyemos la bici
eléctrica y el transporte público.
El prestigioso crítico
Kenneth Framton, decía a mediados de 2011 en Madrid que "el coche es un invento más apocalíptico que la bomba atómica".
Nuestro espacio de convivencia esta usurpado en más de un 80 % por millones de
toneladas de chatarra que gastan más energía en desplazar su propio peso que lo
que transportan, sean personas o mercancías. Aquí querría señalar el peligro
que se avecina con los coches eléctricos. Se avecina un plan renove perverso: es evidente que no contaminan en la ciudad, pero
siguen ocupando el espacio que nos corresponde a los ciudadanos.
Liberarnos del coche se
resuelve con solo modificar señales de tráfico; es prácticamente gratis, solo
se necesita voluntad. Como decía Einstein, "la
voluntad es la herramienta más poderosa que posee el hombre".
3.- Dotar de contenido al
espacio público, recuperar el comercio, mezclar los usos dotacionales, bar,
tienda, ayuntamiento, superponer las generaciones, niños, jóvenes y viejos,
fomentar la diversidad social, recuperar el mercado de barrio etc. El mejor
centro comercial es la calle; de hecho, empresas especializadas en grandes
centro de periferia empiezan a explorar modelos urbanos gestionando conjuntos
de bajos comerciales de calles y plazas con el mismo modelo, oferta variada de
diferentes tiendas, un mercado de alimentación de productos frescos y un
supermercado de tamaño medio.
Otra experiencia
significativa se produjo hace años en los Ángeles, cuando un macro centro
comercial de periferia fue absorbido por la ciudad, perdió su clientela de
periferia y quebró. Los nuevos propietarios solo hicieron una cosa para
convertirlo en un lugar de referencia, le quitaron la cubierta y se convirtió
en ciudad.
4.- Buscar formulas para que
las plusvalías de la transformación del suelo rústico en urbano se reinvierta
en los ciudadanos. En estos últimos años de locura inmobiliaria, de los 6.000
?/m2, al menos 3.000 ? correspondían a la plusvalía generada por el cambio de
calificación del suelo. Miles de millones de euros que los ciudadanos podrían
haber invertido en sus pueblos y ciudades.
Hemos vivido tiempos de
esplendor en la actividad edificatoria. Los arquitectos han propuesto un
variado muestrario de propuestas tipológicas y técnicas explorando lenguajes
basados en una industria de la construcción en permanente evolución, todo lo
cual ha sido posible al disponer de unos recursos económicos prácticamente sin
límites.
Hoy se ha iniciado un
periodo de reflexión basado en el axioma del "menos es más". Bienvenido sea. La asunción de la búsqueda de
modelos sostenibles, junto a la crisis financiera, pueden ayudar a que la
sociedad entronice este nuevo paradigma.
Pero algo más se ha olvidado
que considero necesario afrontar en los próximos años: fijar la atención al
vacío que generamos cuando construimos, el espacio de encuentro y relación, el
espacio generador de la vida en comunidad, el espacio público en contraposición
al privado contenido en lo edificado y el espacio intermedio entre ambos, el
umbral que formaliza la transición entre lo público y lo privado.
Espacios que se han
configurado sin atención, como residuos, ignorados por un urbanismo cautivo,
repartidor de plusvalías edificatorias, y por edificios entendidos como objetos
posados sin más en el tapiz del planeamiento.
Mirar la ciudad de otra
forma, construir la ciudad de otra forma, diseñar antes el vacío que lo
construido, entenderla de otra forma.
[*] Jerónimo Junquera es arquitecto, fundador del estudio Junquera Arquitectos. Artículo
publicado en el libro "La España que necesitamos", con un horizonte
regeneracionista puesto en 2020