Naturalmente,
no faltan los alarmismos ni las exageraciones. He visto que algún periódico
español titulaba 'Guerra en Europa', y, desde luego, no deja de ser
una demasía. Pero faltan tres meses para
las elecciones europeas -y vaya usted a saber si ese 25 de mayo conocerá, en España, alguna otra urna, navarra, andaluza o canaria-y ya todo es
el trepidar de una precampaña que va a desembocar en una nueva era para esta
Europa que mira temblorosa hacia Ucrania. Y que, de
paso, estudia los pormenores de aquella gran guerra que estalló hace un
siglo. Lo cierto es que esta Europa alegre y confiada, próspera pese a todo y
solamente amenazada, pero poco, por el asalto de subsaharianos hambrientos, se
parece bastante a aquella que, todavía el 25 de mayo de 1914, ni siquiera
sospechaba que algunas semanas después estallaría la mayor conflagración hasta
entonces conocida.
Insisto en que no digo yo que estemos, ni remotamente, abocados a
algo semejante a lo que ocurrió entonces: resulta
inimaginable, se diga lo que se diga en algunas tertulias. Supongo que,
si alguna vez se diese una tercera guerra mundial, tendría lugar a través de
las ondas de Internet, donde ya se libra una batalla de considerables
dimensiones entre las grandes potencias. Lo que sí digo
es que el mundo, comenzando por la vieja e
inacabada Europa y sus zonas de influencia, está cambiando muy rápido hacia lo imprevisible.
Y, por ejemplo, la inanidad
de las apariciones de la baronesa
Ashton, 'lady
Europa', para comentar lo que está ocurriendo en esa Ucrania
partida entre los pro europeos y los pro rusos de Putin,
demuestra que la Unión Europea tiene que reinventarse y es ahora
cuando tiene la oportunidad de hacerlo. Porque cierto es que Alemania trata de
regular las consecuencias y hasta la tramitación de estas elecciones de mayo,
que acabarán eligiendo a los máximos rectores de la organización que une a los
veintiocho estados en el Viejo Continente. Pero no menos cierto es que, por
primera vez, serán los votos ciudadanos y no el dedo del conciliábulo entre
Berlín y París quien elegirá a los principales
responsables de conducir los asuntos políticos
y económicos de la UE.
Ya sé que dos personalidades
como el socialdemócrata
Martin Schulz o el conservador
Jean Claude Juncker, el
más probable candidato del Partido Popular Europeo para concurrir a este
liderazgo (se decidirá a comienzos de marzo en Dublín), no entusiasman a nadie.
Pero lo importante es el proceso que se abre, y que la vieja Europa es cada día
más consciente de que no puede ser un espectador entre el malévolo
Putin y el
poderoso
Obama, digámoslo así para personalizar y
simplificar.
Y ocurre que, en España,
donde las grandes teorías cosmogónicas, estratégicas e históricas siempre han
resbalado sobre la piel de nuestra clase política, las elecciones europeas,
para las que el principal partido aún ni ha designado a su candidato (
Miguel
Arias o no
Miguel Arias, esa es la cuestión), se ven en clave interna. En clave
de pervivencia del bipartidismo y de supremacía de los 'populares'
sobre los socialistas, o viceversa. Todo, todo, desde el ridículo
'desarme' escenificado por ETA hasta la transcripción de la
declaración de la Infanta ante el juez Castro, pasando por la votación contra
los planes de
Artur Mas en el Congreso de los Diputados o por la benigna
calificación de Moody´s a la 'nueva' economía española, se
contempla ahora desde el prisma electoral. No tanto por lo que ocurra en mayo,
que también, sino por lo que va a suceder a continuación, cuando se abra la
carrera por las municipales, autonómicas y, finalmente, las generales.
Ya verá usted
cómo en el inminente debate sobre el estado de la nación, en el que los
partidos miran más hacia sus propias crisis internas que hacia cualquier otro
lado, Europa será un tema sobre el que se pasará como si fuera sobre ascuas. Bastantes
quebraderos de cabeza tienen nuestros representantes políticos con
Artur Mas,
el juez
Ruz o sus propios líos caseros, primarias incluidas, como para
preocuparse de si el próximo Parlamento Europeo tendrá más socialdemócratas,
más conservadores o más partidos euroescépticos. Y, sin embargo, ya ve usted,
amable lector: si bien se mira, Ucrania está ahí, a la vuelta de la esquina, y
no parece buena cosa que los periódicos abran sus ediciones con fotografías de
calles en llamas o muertos paseados por la multitud. Ni que algún medio
exacerbe sus titulares recordando la Historia de hace un siglo. Es el caso que
Europa se sigue construyendo, un siglo después, y los españoles tenemos la
oportunidad de participar de manera señalada en esa construcción, en la que
nunca, ni hace cien años, ni ahora, hemos estado de un modo importante.
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El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>