La Constitución, mantenimiento y reformas
miércoles 19 de febrero de 2014, 12:00h
Es
inevitable que cuando nos referimos a nuestra Constitución, la palabra reforma
aparezca inmediatamente como necesidad más o menos imperiosa. Nos dirigimos
felizmente hacia la cuarentena de su entrada en vigor, pero por una razón u
otra no dejamos de encontrarle peros o defectos.
Nadie
puede negar que la sociedad española que dio ese paso institucional tan
trascendental como es el de dotarse de una regla general democrática para
ordenar su funcionamiento, no es la de esta primera década del siglo XXI en la
que nos encontramos. Muchísimas cosas han cambiado en nuestras propias vidas
como para negar la necesidad de realizar algunos ajustes que remedien ausencias
que nadie podía prever a finales de los años 70 del siglo pasado.
Pero
lo que no debemos perder de vista es que los cimientos, la base, el edificio,
no sólo no tienen que ser derruidos, sino reconocidos como uno de los logros
más importantes de toda nuestra Historia. Y eso no lo debemos olvidar así como
así. Por lo tanto, debemos proceder a su mantenimiento entre todos los
españoles. Porque fue tarea de todos, y a todos nos corresponde asumir la
responsabilidad de defender unos principios que yo considero inalterables.
A
saber: unidad de España y defensa comprometida del Estado de las Autonomías,
con la Monarquía parlamentaria como forma política; defensa a ultranza de la
libertad individual, la justicia, la igualdad y el pluralismo y del Estado
social y democrático de Derecho; el pueblo español como sujeto de la soberanía
nacional de la que emergen los poderes del Estado. Valores y principios todos
ellos que configuran esos cimientos, esa base y ese edificio en el que cabemos
todos los españoles haciendo como propios la cultura y la personalidad de otras
Comunidades ajenas a la nuestra.
A
partir de aquí, y como decía al principio, nadie puede negar la conveniencia de
hacer ajustes, pequeñas reparaciones o puestas al día de nuestra Carta Magna
para hacer frente a retos sociales que hasta hace poco eran ajenos a cualquier
sociedad democrática avanzada. Modificaciones constitucionales que, a mi
juicio, deben desarrollarse por el mismo procedimiento por el que fue aprobada
la Constitución. Es decir, con el máximo consenso posible de las fuerzas
políticas presentes en las Cortes Generales. ¿Acaso debemos considerar que
nuestros representantes políticos hoy no son capaces de hacer lo que hicieron
los que nos representaron por voluntad popular hace ahora casi 40 años? Yo debo
y quiero responderme a esa pregunta con un no rotundo. Por lo tanto, y desde
esta tribuna que se me ofrece muy generosamente, reclamo una vez más
responsabilidad a nuestros políticos para que no afronten ninguna reforma
constitucional si no es partiendo de ese principio básico: consenso.
Pero
también quisiera referirme a un aspecto de nuestra Constitución que no sólo no
necesita reforma sino que demanda una puesta en valor mucho más importante de
lo que se hace habitualmente. Incluso por nosotros mismos, los que somos
empresarios por vocación y dedicación.
Me
refiero concretamente al reconocimiento que nuestra ley de leyes hace de la
libertad de empresa. Hace unos meses, y como responsable de una organización
empresarial tan importante como la que agrupa a los 500.000 mil empresarios de
Madrid, tuve la ocasión de expresarme públicamente sobre este aspecto, y quiero
hacerlo aquí de nuevo. Recordé en aquel momento que las organizaciones
empresariales tenemos en nuestro objeto fundacional la defensa de esa libertad
de empresa que reconoce el artículo 38 de nuestra Constitución.
Y
quiero poner en valor una vez más el papel del empresario en la consolidación
de nuestras libertades sociales y en el desarrollo económico y progreso social
que ha experimentado España en esta feliz etapa democrática que vivimos. No
siempre ha sido fácil que esa función social del empresario haya sido
comprendida en términos generales ni su defensa. Pero parece que poco a poco se
va abriendo paso lo que en otras sociedades no es sólo un activo, sino un
principio incuestionable. Sin empresa, sin empresarios, no hay generación de
empleo ni progreso económico general.
[*] Arturo Fernández es presidente de la
Confederación Empresarial de Madrid (CEIM-CEOE) y de la Cámara de Comercio de Madrid