Hay que suponer que en los
próximos días iremos conociendo con mayor seguridad el nombre de la persona
designada por la dirección del Partido Popular para encabezar la candidatura
autonómica andaluza, tras el rifirrafe interno entre la secretaria general,
Dolores de Cospedal, y el vicesecretario y hasta ahora virrey 'popular'
en Andalucía,
Javier Arenas. Una escaramuza digna de los peores tiempos del
inicio de los partidos, cuando los 'elegidos' por el dedo del
mandamás lo eran en conciliábulos secretos, componendas de poder y equilibrios
intestinos, todo ello bien lejos de la luz y la transparencia debida a los
militantes, a los propios electores y a los ciudadanos en general. Pero no me
gustaría señalar solamente al PP, aunque en este caso sí principalmente a la
formación que nos gobierna, porque los métodos antidemocráticos se extienden a
casi todas las formaciones. Y aquí estamos, a poco más de tres meses de las
elecciones europeas, sin saber quiénes encabezarán la lista de los dos
principales partidos nacionales...¿Porque la cosa está en período de
consulta con las llamadas 'bases', y eso provoca la tardanza? Claro
que no: aquí, esas 'bases' no tienen nada que hacer ni que decir.
Todo se reduce a pugnas entre los grupitos que buscan alzarse sobre los
competidores internos y colocar a 'su' hombre, o mujer, en la recta
de salida.
Cierto es que, al menos, en
el Partido Socialista, según y cómo y según y dónde, existen las elecciones
primarias. Las retrasó Rubalcaba cuando debía enfrentarse frontalmente a
Carme
Chacón, pero la verdad es que ahora se ha abierto entre los socialistas un
proceso, lento y algo confuso, pero proceso al fin, de participación de los
militantes y simpatizantes en la selección de quienes los van a representar
frente a las urnas. Lo que ocurre es que esas primarias ni se extienden a todos
los ámbitos ni sabemos muy bien en qué van a parar, cuando aún ni uno solo de
los futuros contendientes se ha lanzado al ruedo, comenzando por el propio
Rubalcaba, que se resiste a decir si concurrirá o no a esas elecciones frente a
algunos de sus correligionarios. Todos guardan silencio a la espera del primer
movimiento de sus competidores. Y, así, la política española se centra en
debates nominalistas, en los que nadie hace la más mínima propuesta válida que
interese realmente al porvenir de los ciudadanos.
Me parece, en suma, urgente moverse
hacia formas de mayor participación democrática. Las primarias habrían de ser
obligatorias para todos los partidos -cierto: algunas de las alternativas
'menores' ya las han adoptado--, lo mismo que el desbloqueo de las
candidaturas electorales. La propia
Esperanza Aguirre, que se ha convertido en
una especie de 'conciencia crítica' de su partido, para
desesperación de tantos instalados, ha hecho saber que esas fórmulas de
participación de la militancia se hacen inevitables: el espectáculo andaluz,
donde ahora parece que la mejor solución para encabezar la lista autonómica sería
una ministra con un índice de popularidad de 2'2 puntos sobre diez, según
dicen, unánimes, las encuestas, está siendo demasiado sonrojante. Y conste que
no es que me entusiasmase, ni mucho menos, el modo como la socialista y 'esperanza
blanca'
Susana Díaz fue elevada a la presidencia andaluza, sin, por una
cuestión de quítame allá unos avales, poder competir con otros aspirantes de
valía, como el ex consejero
Luis Planas.
Dentro de pocos días
estaremos ante una avalancha de nombres, surgidos de los hornos de los 'aparatos'
de los partidos, que acudirán a las urnas para representarnos a escala europea -menudo
chollo ser eurodiputado: todo un premio para los más fieles y que ya no sirven
para combatir en primera línea--, a escala autonómica, local y hasta nacional.
Los ciudadanos acudiremos a votar, como cada cuatro años, y la ceremonia de la
democracia básica se habrá cumplido. Luego, las encuestas seguirán arrojando
esos tremendos porcentajes de desconfianza hacia el presidente del Gobierno,
hacia el líder de la oposición, hacia los ministros y hacia todos los políticos
en general, y todo se habrá consumado, como cada cuatro años, ya digo. Unos
cuantos seguirán, seguiremos, pidiendo otra forma de gobernar, más
participativa, más pendiente del ciudadanos, más reformista e incluso, en
algunos aspectos, mínimamente revolucionaria, y continuarán, continuaremos,
predicando en el desierto. Porque en un páramo, un secarral, se está
convirtiendo un país que cuenta las décadas -cuarenta años, se cumplen en
noviembre del año próximo-- en las que algo ha ido cambiando para que todo
siga, básicamente, igual.
>>
El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>
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