El país estuvo pendiente este
sábado, y toda la semana, de la declaración de una Infanta, que ya debería
haber renunciado a serlo, en un Juzgado mallorquín. Ella, y quizá incluso su
familia, piensa que todo puede seguir igual que antes de esa comparecencia ante
el juez. Pero no. Para ella, las cosas han evolucionado. A peor. Todo se mueve,
y mucho más aprisa de lo que piensan quienes no desean evolución -y menos
revolución-alguna. Que son muchos, y más allá de lo que pudiera, lógicamente,
desear la hija del Rey caída en desgracia. Y, sin embargo...
'Eppur si muove'.
Galileo, según la tradición, pronunció este '...y, sin embargo, se
mueve', tras haber abjurado de su tesis del movimiento heliocéntrico del
mundo, temeroso del cruel brazo de la inquisición. La pertinacia en la
inmovilidad de la tierra, que era la doctrina 'oficial', duraría
aún mucho tiempo. Pero, en todo ese período, la Tierra siguió moviéndose, como
antes y después. Como siempre. Hay gente, mucha gente, empeñada en que nada
cambia, nada se mueve, ni debe hacerlo. Y hay quien se empecina en que no hay
que moverse mientras todo lo demás gira. Es la negación de la 'doctrina
Lampedusa', según la cual es preciso que algo cambie para que todo siga
igual. A esa negación yo la llamaría 'doctrina
Rajoy', consistente
en intentar dominar los tiempos, las coyunturas, las tempestades, todas las
pasiones que son elementos motores de la humanidad, a base de quedarse quieto,
sin alterar un músculo. Los problemas o se solucionan por la dinámica ajena o
se pudren. ¿Para qué pues, alterarse, desgastarse en una actividad absurda?
Hoy me pareció mucho más
digna de meditación esta 'doctrina Rajoy' que cualquier comentario
al uso sobre el destino de la ciudadana
Cristina de Borbón tras su comparecencia
judicial como imputada. Porque de Rajoy dependen, aquí y ahora, muchos más
elementos de nuestro destino que de lo que pudiera ocurrirle a una Infanta que,
contra lo que dicen quienes quisieran que la Corona saliese dañada de este
trance, ya está de hecho desvinculada del porvenir de su familia en particular
y del de España, en general.
Lo más curioso de todo es
que, en contra de lo que en buena lógica pudiera creerse, a Mariano Rajoy, al
revés de lo que le va a ocurrir a la Infanta, el inmovilismo le puede acabar
saliendo bien. Acertó cuando prosiguió, impasible, su camino hacia el mismo
sitio mientras algunos en su propio partido querían desbancarle en el congreso
del PP en Valencia, 2008. Y hay que reconocer que también acertó al no mover un
músculo mientras rugían las fuerzas que le exigían pedir el rescate económico a
la UE, aunque impuso, eso sí, las reformas que Europa nos exigía a los
españoles; hoy, los datos macroeconómicos, se deban a la inercia, a las medidas
del Banco Central Europeo o al sacrificio callado de los españoles, han
mejorado y están generando un cierto clima de confianza, imprescindible para la
ulterior recuperación.
Ahora, las grandes preguntas
son: ¿y si también está acertando Rajoy en su 'dolce far niente' ante
el llamado 'problema catalán', o ante la disolución definitiva de
ETA? No trato, desde luego, de equiparar ambas cosas. Son distintas y
distantes. Simplemente, digo que Rajoy ha venido desoyendo las opiniones
mayoritarias -entre las que, desde luego, está la de quien suscribe-que
le piden negociación, cambios constitucionales, diálogo a tope, flexibilidad,
con la Generalitat catalana; nada de esto ha hecho el presidente, y, sin embargo,
todo indica que el castillo de naipes montado por Artur Mas puede empezar a
desmoronarse o, al menos, a cuartearse. Esta semana hemos tenido algunos
indicios visibles en las contradicciones del portavoz y 'mano derecha'
de Mas, Francesc Homs. ¿Habrá tenido el presidente una visión superior a la del
resto del mundo al analizar las obvias flaquezas del 'plan Mas'?
De la misma manera, Rajoy ha
desoído a quienes le reclamaban 'mano dura' con lo que venía
significando algo así como el 'brazo político' de ETA, como también
ha hecho caso omiso a quienes pedían negociación con la banda para su
liquidación definitiva. Y, pese a este enroque, lo cierto es que en las últimas
semanas se han producido comunicados de la banda que parecen, al menos a quienes
no se niegan por principio a admitir cualquier avance, tímidos pasos en la
buena dirección.
Y, si algo se mueve, quizá
hacia el buen camino, ¿quién diablos convence ahora a Rajoy de que son precisos
urgentes giros de timón, medidas de reforma legislativa e incluso
constitucional, un gran pacto con la oposición para reforzar a la Corona y proceder
a las medidas que el común de los mortales considera que deberían adoptarse,
tanto en el campo político como, en menor medida, en el económico? Rajoy no se
considera parte de ese 'común de los mortales', eso está claro. Sus
intervenciones públicas son, para mí, decepcionantes. Su política de
comunicación es, en mi humilde opinión, desastrosa. Su Gobierno, ese que,
llevado de su política ignaciana -'en tiempos de crisis, no hacer
mudanza'--, parece decidido a mantener incólume, hace agua por varios
boquetes. Y ya ven: sin embargo, la situación se mueve. Sí, pero ¿hacia dónde,
hasta cuándo, cuánto, con qué resultados? Porque lo que es evidente es que el
hombre que mucho puede y poco, en el fondo, hace, no controla más que su
inmovilidad, que tan buenos resultados -o, al menos, no malos hasta ahora-le
está dando.
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