Decía
Furio Colombo que el espectáculo es poco compatible con el verdadero
periodismo. Lo mismo me parece, con matices, respecto de la Justicia y hasta de la
verdadera cultura. El espectáculo es necesario, como bien saben los políticos,
porque con pan y circo, más con lo segundo que con lo primero, se anda el
camino...del contento ciudadano. Lo malo es cuando el pan escasea y el
espectáculo se vuelve contra el poderoso, y eso último es lo que ocurre este
sábado, cuando la Infanta Cristina
inicie -o no... - el 'paseíllo' hacia los juzgados de Palma. O hubiese
ocurrido si el ministro de Educación, de Cultura -y del Cine-,
José Ignacio
Wert, no hubiese decidido -con muy buen acuerdo, en mi opinión-inventarse un
mal pretexto para no acudir a la gala de los premios Goya.
A
mi entender, que el espectáculo se vaya apoderando de todas las facetas de la
vida nacional no es bueno. Y que, para dialogar con
Artur Mas desde posiciones
digamos 'constitucionalistas', haga falta montar un programa de televisión al
que asiste el presidente de la
Generalitat con un ex presidente del Gobierno central, puede
ser algo positivo para la cadena televisiva y para el solaz de los
telespectadores, pero es nocivo para una solución correcta de eso que está
dando en llamarse 'el problema catalán'. Donde, como en todas las cuestiones
graves, se requiere del sosiego, del diálogo demorado y de la reflexión que no
proporcionan los mensaje urgentes que se/nos envían los políticos por las redes
sociales, que eso tampoco deja de ser mero artificio espectacular.
Y,
así, la que se ha montado en torno a esos cuarenta metros que separan la
portezuela protectora del coche de la entrada a los juzgados mallorquines, no
tiene perdón. Imagino al populacho -perdón por el palabro, que no quisiera que
resultase excesivamente peyorativo-vociferando e insultando a la infanta,
deseoso de imponer, al margen de cualquier magistrado, la medieval pena
infamante sobre la hija del Rey y, la verdad, se me abren las carnes.
Castíguese a la ciudadano
Cristina de Borbón con las penas a las que se haya
hecho acreedora, pero, antes, respetemos su presunción de inocencia, como debe
hacerse con el resto de la ciudadanía que se halla en el trance de tener que
declarar ante un juez.
Yo
suprimiría paseíllos, cámaras grabando la entrada de futuros procesados -o
no-en los tribunales, espectadores gritones e hirientes y todo aquello,
incluyendo ataques gratuitos a magistrados que no deciden lo que nos gusta, que
está pesando como penas suplementarias, no contempladas por Código Penal
alguno, sobre la Justicia
entendida al hispánico modo. Y para qué le voy a contar lo del alquiler de
balcones con buen tiro de cámara para mejor grabar los pasos vacilantes del
reo: espero que el ministro
Montoro tome buena nota de esos ingresos
suplementarios de los arrendadores de las balconadas.
Ya
digo: lo del ministro Wert, lo mismo. A este paso, y dada la (im)popularidad
del 'farolillo rojo' del Ejecutivo en lo que a valoración popular se refiere,
la gala de los Goya amenazaba con convertirse, vista la trayectoria de estos,
por otra parte, magníficos actos, en una suerte de lapidación del titular de
Educación, Cultura, Arte y, claro, cine. Me parece bien que el mundo del
séptimo arte se pronuncie con tonos críticos: es su derecho y hasta, si usted
quiere, su deber. Pero, si yo hubiese sido el ministro, también me hubiese
inventado un pretexto patentemente inverosímil para no estar allí este domingo por
la noche a la hora de recibir las pedradas. El cine es espectáculo, pero del
otro lado de la pantalla.
Así
que el circo se va apoderando de nuestras vidas, en las que proliferan los
payasos, los domadores de gatos, los trapecistas y, cada vez más, las charlotadas.
Un día de estos hablamos de Artur Mas, por ejemplo. Suma y sigue.
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