Paisaje para después de una batalla vallisoletana
lunes 03 de febrero de 2014, 07:25h
Los ecos ya no se distinguen
casi de las voces. Y es que estamos en vísperas de una confrontación electoral,
la primera en muchos meses, que se han desaprovechado para forzar acuerdos
políticos de alcance. Mariano Rajoy, este domingo en Valladolid, pidió -exigió-a
la oposición que in cumpla lo que a toda oposición le cumple y se le exige: le
pidió que se calle. O que aplauda las reformas hechas, que tan buen resultado,
piensa Rajoy, está dando. Puede que la etapa socialista, en la que Rubalcaba
fue vicepresidente, no haya sido precisamente la más fructífera de la historia
reciente de nuestro país, al menos desde el punto de vista económico. Pero aquellas
equivocaciones no pueden justificar estos silencios: la democracia, que es el
peor sistema excluidos todos los demás, que decía Churchill, se base precisamente
en el juego de palabras, y de propuestas, entre Gobierno y oposición.
Lo peor es que Mariano Rajoy
parece sincero en su indignación, en sus propuestas inconcretas -pero propuestas,
al fin, aunque de corto alcance-y en su satisfacción por la labor realizada.
Por él, naturalmente. Da la impresión de que el presidente del Gobierno y del
PP, y con él los más incondicionales de sus seguidores, que son muchos, han
perdido el sentido de la realidad. Que no es la de los más o menos violentos
que protestaban en Valladolid, recordando tal vez lo ocurrido en el Gamonal de
Burgos: Castilla y León quiere hacer ruido, precisamente el que trata de evitar
su presidente autonómico, empeñado en pasar como de puntillas.
Hay que entender que una de
las consecuencias más graves del domingo vallisoletano es la ruptura de
cualquier posible consenso. Además, consenso ¿para qué, si todo va bien, si no
es precisa ninguna aportación de la oposición, ni de los medios, ni de la
sociedad que, a juicio de los responsables del PP, apenas queda representada en
esos cientos de antisistema que salen a la Plaza mayor pucelana a vociferar sus
rencores o a mostrar, en Madrid, sus pechos en una intolerable agresión a los
dirigentes episcopales?
Hay un error de apreciación
generalizado en el partido que nos gobierna, que cree que los silencios son
aquiescencia y que la disidencia se limita a los escraches sufridos por dos
dirigentes de buen talante en un bar de Valladolid. Hay una cierta miopía en
quienes pierden oportunidades de diálogo: la ausencia clamorosa de alguien del
Gobierno en ese magnífico duelo televisivo entre Artur Mas y Felipe González
debería hacer meditar a algunos, lo mismo que, a otros, el hecho de que sea la
emergente socialista Susana Díaz quien se encuentre con el molt honorable
president de la Generalitat en estas horas en Barcelona, y no su teórico jefe
político, un Alfredo Pérez Rubalcaba que solamente se hizo más grande por la
andanada que le dedicó, sin nombrarle expresamente, su principal adversario
político desde su acogedora tribuna en Valladolid.
El mar de fondo es mucho
mayor. La impresión es la de que hay inmovilismo político, aunque haya, menos
mal, aciertos, parciales, económicos. Claro que la convención del PP se cerró
con éxito para quienes allí acudieron. Faltaría más. Claro que la sociedad
quiere que sus gobernantes acierten, porque le, nos, va mucho en ello. Pero hay
protestas que van mucho más allá del enfrentamiento con los policías en las
calles. Hay descontento en los ciudadanos, dicen las encuestas, y puede que lo
digan las urnas mañana o pasado mañana. Claro que ¿a quién votar? Esa es otra.
Rajoy no dio la talla que aún
le suponemos ni en Barcelona hace una semana ni en Valladolid este domingo. Y
quién sabe si la dará en próximas comparecencias, como ese debate sobre el
estado de la nación aún no formalmente convocado, pero que se espera para
dentro de pocas semanas. Pero daba la
impresión de que el presidente ya estaba comenzando a preparar la confrontación
parlamentaria más dura e importante del año, víspera de unas elecciones
europeas que, según qué encuesta periodística lea usted, puede ganar uno u
otro. O ninguno de los dos, que será, acaso, lo más probable.