Llego
de un desayuno político, uno de esos que congregan a dos centenares de personas
en torno a un personaje más o menos importante de un partido. Lo que el
personaje más o menos importante diga pierde relevancia -y mira que se dicen
cosas, a veces disparatadas, en ocasiones sensatas-, en relación con lo que se cuenta,
se especula, se desmiente, en los pasillos. Nombres y más nombres circulan como
liebres por las alfombras de los hall de los hoteles de cinco estrellas. Los
cenáculos y los mentideros de la
Villa y Corte se pueblan de nombres de posibles candidatos,
de quinielas de cesables e incorporables, y lo mismo está ocurriendo, cada cual
a su escala, en los ámbitos autonómico y local. Algunos piden que se aparte de
ellos el cáliz de disponibles para algo; otros, descaradamente, se están
postulando por la vía del tam-tam: que hablen de ti aunque sea para bien. Hay
tensión política, pero es como el colesterol, hay del bueno y del malo. Esta
tensión es de lo segundo: una mera carrera hacia un poder basado en la
presencia y en permanecer en la ortodoxia de tu partido, que ya se sabe que
quien se mueve fuera de los límites no sale en la foto.
Resulta
que la impermeabilidad y la improvisación típicas del funcionamiento de las
formaciones políticas españolas aún no nos han revelado ni quiénes serán los
principales candidatos a las elecciones europeas ni, menos aún, quiénes a las
principales autonomías -menudo lío tienen PP y PSOE en Madrid-y en las mayores
ciudades. Por eso, cuando no hay información segura, seria, solvente y a
tiempo, estamos sumidos en el Estado del Rumor Galopante (ERG), que es aquel en
el que, sin que casi nadie tenga la menor idea de lo que de verdad se cuece en
esos conciliábulos de la cerrada oligarquía política, son muchos los que se
proclaman informados acerca de quién encabezará qué candidatura, quién
concurrirá a qué primarias, a quién favorece o desfavorece el 'aparato' de este
o aquel partido. Y, así, los ciudadanos hemos de adoptar una actitud de
paciente espera, a ver cuándo se enciende la 'luz verde' y nos comunican
oficialmente quién nos va a representar en el Parlamento Europeo, quién en
nuestra Comunidad Autónoma, quién en nuestro municipio.
Pienso
que una democracia a fondo no se consuma con el mero votar cada cuatro años. La
elección de los candidatos debe empezar por abajo -las primarias deberían ser,
a todos los niveles, obligatorias en todos los partidos--, por los militantes y
simpatizantes de cada formación; y con una nueva normativa electoral que
respete mejor la proporcionalidad y no trabaje desequilibradamente a favor del bipartidismo.
Ello, junto con el desbloqueo de las candidaturas a todos los niveles, es la
única forma de acercar a los actuales y futuros dirigentes al votante, es
decir, al ciudadano. Y, mientras el sistema siga siendo el que es, puedo
vaticinar y vaticino que la participación en los comicios, sean los que fueren,
será cada vez menor.
-
El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>