miércoles 29 de enero de 2014, 07:52h
Me había juramentado para no escribir una línea más del
llamado proceso soberanista en Cataluña, pero tan íntimo compromiso me resulta
insoportable por culpa de esa marioneta de la sedición al que nombran Artur
Mas. Cada vez que escucho sus baladas nacionalistas, reproducidas
inmediatamente en la crónica de nuestros episodios nacionales, procuro
desatender la murga secesionista del citado caballero. Me apunto,
consecuentemente, al autismo practicante con el que Mas ignora los
planteamientos constitucionales que defendemos sus contrarios, vivamos o no en
esa parte del territorio comunal. El esfuerzo que suponen ignorar tanta soflama
independentista es agotador, inútil muchas veces, pues basta con sintonizar el
dial radiofónico o conectar la TV para tropezarse nuevamente con Mas y escuchar
otra vez las milongas desentonadas del omnipresente cantor.
Entre todos, y yo el primero, reincidente habitual en el
pecado de mantener encendido el farol de Mas, hemos convertido al embaucador en
un miembro más de la familia, en un invitado cotidiano que se nos sienta a la
mesa cada día, que se toma nuestra sopa y picotea en el plato de patatas
fritas, que lejos de callarse nos ameniza la pitanza con proclamas egoístas,
ajeno siempre a los problemas sociales que aquejan a los anfitriones paganos
del almuerzo. "Un señor mal educado", que diría mi abuela, tan sincera siempre
en un mundo de silentes acobardados. No pretendo frivolizar un contencioso tan
problemático como impostado, tampoco quiero pasar de un pulso que quiere acabar
con la Nación más antigua de Europa, pero me resisto a convertir una maniobra
de camuflaje político en el argumento fundamental de nuestro futuro más
inmediato. Tampoco deberían hacerlo los habitantes, activos o pasivos, de
Cataluña.
Todo lo que tenía que decir Artur Mas, lo ha dicho ya; todas
las fabulaciones históricas que sobre España y Cataluña pudieran inventarse, se
han expuesto ya impúdicamente; todos los
males que padecen los catalanes, buena parte de ellos consecuencia de la
incompetencia de sus gobiernos autónomos, se han explotado hasta la saciedad y
toda la inquina que podía sembrarse, dentro y fuera de aquellas tierras,
comienza a germinar en los barbechos de la intolerancia más estéril. Deberíamos
preguntarnos cómo será la España resultante del cataclismo económico padecido y
dejar de dar vueltas a la noria montada con utopías mágicas. Me cuentan algunos
amigos catalanistas, orgullosos de sus raíces y su lengua, que por allí
comienzan a referirse a Mas cómo "el pelmazo", aburridos, como tantos otros, de la monserga con la que se desayunan cada
mañana.
Otro personaje, llamado Bertomeu, debutante en la pasarela
pública, Presidente sobrevenido del FC Barcelona, copiloto en el viaje
interrumpido de su antecesor, acaba de sumarse a la caravana de feriantes que
vende victimismo a los que quieran comprarlo. El buen señor opina que la
envidia de los oponentes que no cuentan con Messi y Neymar en sus filas,
confabulados con los periódicos madrileños que publicaron lo inconfesable del
contrato que firmaron al astro brasileño, son los culpables de la crisis
blaugrana. Una parodia espectacular que quiere ocultar la verdad: que fue un
socio del Club el denunciante de la impostura jurídica. Lo dicho: "pelmazos".