Devolver a la Justicia la justicia y la dignidad
martes 21 de enero de 2014, 09:43h
Nuestra
Constitución dedica su título VI al poder judicial. Ahora que se ha cumplido el
35 aniversario de su promulgación, desde el punto de vista de un abogado en
ejercicio que diariamente pisa los estrados, observo con pudor cuán alejada se
encuentra la realidad que pretendía instaurar nuestra Carta Magna con la que
impera en el día a día judicial.
Por
ejemplo, el artículo 118 de la Constitución instituye la obligación de cumplir
las sentencias y demás resoluciones firmes de los jueces y de los tribunales.
Muchos de los que lean esto dirán: "¡Pero si yo obtuve una sentencia que jamás
pude ejecutar porque el condenado y obligado al pago se declaró insolvente,
aunque circula con el mismo tren de vida de antes, con un coche de superlujo y
burlándose de todos a los que dejó en la ruina!". Pero así son las cosas: resulta
ya una triste evidencia el hecho de que el sistema no funciona.
O
qué decir del artículo 124.1, donde se establece que el Ministerio Fiscal, sin
perjuicio de las funciones encomendadas a otros órganos, tiene por misión
promover la acción de la justicia en defensa de la legalidad, de los derechos
de los ciudadanos y del interés público tutelado por la ley, de oficio o a
petición de los interesados, así como velar por la independencia de los
Tribunales y procurar ante éstos la satisfacción del interés social. Pues bien,
¿cuántas veces vivimos situaciones en los Juzgados en las que un denunciante o
testigo ha mentido flagrantemente y así lo ha manifestado el juez, sin que
posteriormente se hayan iniciado acciones contra éstos calumniadores y delincuentes
de la palabra por falso testimonio? Es otra prueba evidente de que el sistema
no funciona.
Y
eso sin relatar cómo se nos ha transmitido, ante la instrucción de un caso de
trascendencia mediática, la preocupación del juez de turno porque ningún fallo
le pueda costar su carrera al susodicho, por el miedo a que el artículo 117.2
no fuera de común aplicación (aquel que dice que los jueces y magistrados no
podrán ser separados, suspendidos, trasladados ni jubilados, sino por alguna de
las causas y con las garantías previstas en la ley). Alguien podría decir que
se trata de una posición prudente, pero la realidad es que afecta a la calidad
de la justicia, y todos conocemos multitud de casos.
Ése
es el día a día en uno de los poderes esenciales del Estado, el que tiene la capacidad
para impartir justicia y de hacer realidad nuestro principio social y
democrático de igualdad de los ciudadanos ante la ley.
Así
las cosas, me cuesta posicionarme sobre si la reforma de la Constitución es o
no obligada, o si de serlo debería ser de forma parcial o total; pero lo que no
me cuesta ningún trabajo es criticar la obsesión reformadora de leyes que
aquejan a los españoles, especialmente a sus políticos, sin observar que en la
mayoría de los casos bastaría con la sencilla aplicación exhaustiva de las que
ya tenemos, preocupándonos más de procurar que nuestro sistema judicial haga
realmente efectivas las dos características necesarias que le harán
competitivo.
Me
refiero, en primer lugar, a la seguridad; sí, a la seguridad jurídica de la que
carecemos, porque cualquier abogado ejerciente sabe, sin ningún género de dudas,
que la resolución de un asunto va a depender de la Sección o Juzgado donde
caiga, de la afinidad o no de un magistrado con una corriente determinada y de cómo
según su adscripción progresista o conservadora el citado juez interpretará las
leyes de manera diametralmente opuesta.
La
segunda característica, pero no menos importante que la primera, es la de la celeridad
en la tramitación y resolución de los asuntos, porque de todos es conocido que la
justicia tardía no es justicia, y tras veintidós años de ejercicio tengo base
suficiente para afirmar que la justicia en España no es que sea lenta, es que
se eterniza. Y eso no se arregla con un cambio de leyes, sino con voluntad
política y con la puesta en marcha de los recursos necesarios para que el
sistema judicial funcione. Así de simple... y así de complicado. Y obvio
voluntariamente, aunque arriba lo he dejado apuntado, el asalto de la justicia
por el poder político.
Creo
que sobre todo eso es sobre lo que deberíamos reflexionar en profundidad más
allá de los avatares electorales. Necesitamos un gran pacto de Estado para dar
al poder judicial algo que parece que nunca realmente ha tenido: justicia... y
dignidad.
[*]
José María Garzón es abogado y fundador del bufete Garzón & Abogados