Si
Artur Mas va a la BBC,
Mariano Rajoy acude a una 'tele' nacional para explicar sus puntos de vista.
Fundamentalmente, ambos, sobre el proceso catalán, claro. Supongo que es su
manera de enviarse mensajes: a través de las crónicas sobre sus respectivas
intervenciones mediáticas. Lamento que se hablen a través de ese lenguaje
global que reside en la pequeña pantalla y no cara a cara, en La Moncloa, sin límite de
tiempo y con sendos retratos de
Adolfo Suárez y Tarradellas sobre las
respectivas cabezas: al fin y al cabo, antes que Mas y Rajoy negociaron los
antedichos, se tiraron los trastos a la cabeza y salieron del encuentro
sonrientes, asegurando que había habido un buen entendimiento entre ambos, que,
por cierto, acabó habiéndolo. Dos estadistas (aquellos).
Claro,
el problema son las nuevas tecnologías: aquí, o te comunicas a través de una
pantalla de plasma, o no te comunicas. O dices el mensaje en la tele o,
incluso, a través de los 140 caracteres de Twitter, o nada. Porque lo del
mirarse a los ojos y tomarse un gin-tonic hablando tranquilamente, intentando
acercar posiciones en el diálogo abierto y franco, no parece estar de moda.
Incluso, cuando te vas a almorzar con alguien, sucede a menudo que te desespera
la mala educación de tu interlocutor, que, entre el primer y el segundo plato,
no ha dejado de jugar con su teléfono móvil, enviando quién sabe qué mensajes
intrascendentes a quién sabe qué comunicantes a quién sabe dónde.
Hemos
banalizado la interlocución, la palabra, el contacto, el debate. Hemos
introducido unos usos políticos (y hasta sociales) aberrantes, consistentes en
colocar micrófonos bajo las mesas de los restaurantes para saber qué opina el
rival, o incluso el aliado. De manera que todo son guiños. Estamos, en fin,
favoreciendo la incomunicación, cosa muy peligrosa cuando los trenes que
circulan por la misma vía en sentido opuesto se dirigen a toda velocidad al
choque frontal.
Creo
que, cuando todo el país pide diálogo y acuerdos a sus gobernantes, la mejor
manera de impedirlo es televisar el partido, en lugar de verlo en el estadio,
que es donde se alienta a los jugadores. O se les abuchea, si es necesario. Lo
televisivo tiene algo de componenda, de poner puertas al campo, de
simplificación de mensajes que, además, llegan al otro lado o edulcorados o
exagerados. Exactamente lo que está ocurriendo aquí y ahora.
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El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>