Las Fuerzas Armadas no son el problema
miércoles 15 de enero de 2014, 09:20h
Hace unos pocos años que se escuchan voces criticando
lo que ha venido en llamarse Transición y cómo se llevó a cabo. Suelen echar en
cara que no se hiciera la ruptura, lo que implicó el tener que contar con
personas procedentes del franquismo que nos llevó a una reforma que transcurrió
como lo hizo y nos llevó también a una democracia controlada por los integrantes
de la derecha de siempre y que muchas cosas que, de otra forma, se pudieran
haber hecho, se quedaran en el camino.
Bien. Es posible que algo de razón haya en ello, pero
no deja de ser un acto de "presentismo" que, como siempre que se hace, adolece
de errores de fondo al no tener en cuenta la situación de entonces, los códigos
y condicionantes de esa época y los peligros a los que nos hubiese llevado la
romántica y deseada aventura rupturista.
Se llegó a una Constitución pactada por derechas e
izquierdas que nos ha sido muy útil durante todos estos años. Precisamente por
ser una Carta Magna pactada por todos, ha funcionado. A sus críticos más
radicales les pediría que se leyesen la Constitución de la II República, hecha
por una parte de los dirigentes políticos, que no podía funcionar porque,
simplemente, no era hija del consenso. Todo ello no justifica, ni mucho menos,
la sublevación militar, llamemos franquista, que nos llevó a una guerra civil y
a un régimen falto de libertades y violento de casi cuarenta años en el que los
intereses de la gran derecha y de la Iglesia vivieron como pez en el agua... durante
bastante tiempo.
Luego, las circunstancias exigían cambios para poder
seguir nadando en esas aguas y eso fue lo que empujó al pacto constitucional y
a todo su desarrollo. Y no solamente a la aceptación, sino también al
enaltecimiento de la Monarquía como sistema de Estado. Esa parte, no pocas
renuncias y otras circunstancias, fue lo que "sujetó" a las Fuerzas Armadas -abiertamente
contrarias al cambio- que veían en Don Juan Carlos a su jefe y al heredero de
Franco.
El que luego organizaran varios golpes de Estado y que Don Juan Carlos fuera pieza importante para abortar uno, en defensa de los
intereses de la Corona, no se olvide, sirvió de vacuna y la legislación
iniciada por ese gran patriota que fue el teniente general Gutiérrez Mellado, ayudaron
a que hoy España disponga de unos ejércitos modernos alejados de cualquier
veleidad golpista.
Dicho todo lo anterior, y mucho más que podría decirse
y que ha sido tratado en libros y publicaciones, hay que plantearse ahora,
desde diferentes ópticas si la Constitución de 1978 puede seguir siendo el buen
instrumento que ha sido hasta ahora o si es necesario reformarla. Me voy a
referir ahora simplemente al temor a las Fuerzas Armadas españolas de cara a
cualquier reforma, temor que se utiliza a veces sabiendo lo que de falacia
tiene. Y las Fuerzas Armadas no son el problema, ni mucho menos.
Lo primero que hay que analizar es si quienes tienen
posibilidad de hacer las reformas que este país necesita, tienen también
voluntad política de ello o si no es menos cierto que lo que les hace pensar en
su reforma o no se aleja mucho del interés general y se circunscribe a
intereses de partido para acercarse al poder, lo que, naturalmente, entra de
lleno en el terreno de lo despreciable. Ese es uno de los problemas.
Desde el punto de vista militar, sea directa o
tangencialmente, hay que señalar varias cosas. El título I de la Constitución debería ser revisado ya
que proporciona a los militares una falaz interpretación de lo que allí se puso
en su día que justificaría una intervención. Pero creo que eso ya se ha
superado, lo que no le da carácter de urgencia.
Los cuadros de mando de las Fuerzas Armadas pueden
pertenecer a un estrato social de centro derecha, como demostraron las
encuestas del año 2000 entre los alumnos de las escuelas militares realizada
por la Universidad de Barcelona. Pero sobre todo son ciudadanos que pueden y
deben analizar todo lo que la política actual supone para la convivencia de los
españoles. En ningún caso, por supuesto, se les autoriza a intervenir, salvo a
las ordenes del Gobierno. Y es del Gobierno, no del Rey por mucho que uno de
sus títulos sea el de Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas. Entre esos títulos
está el de Rey de Jerusalén y no creo que, tras su cetro, vayamos a guerrear
con los judíos.
Hoy por hoy el riesgo de intervención militar, al
margen de la Constitución, es irrelevante Lo malo es como la interpretaban
algunos viejos uniformados que, curiosamente, pasaron de llamarla, en las salas
de Banderas, "la Prostitución" a defenderla en la parte que les interesaba,
casi con el ardor guerrero que les caracteriza.
Y esta actitud de nuestras Fuerzas Armadas nos lleva
irremediablemente al asunto de la estructura territorial y la llamada cuestión
catalana. Quienes diseñaron el camino de la dictadura a la Democracia tuvieron
en cuenta muchos factores y uno de ellos fue la actitud de los generales de
entonces en relación con cualquier legislación que, según ellos, atentara
contra la unidad de España. De ahí el famoso "café para todos" que nos llevó al
Estado de las Autonomías y que sirvió para salir del paso, pero que hoy no
resuelve el problema catalán, vasco y gallego y me atrevería a decir que hasta el
andaluz. Curiosamente, las autonomías que llegaron por el artículo 151, un
camino que se podría explorar a la hora de diseñar una estructura federal del
Estado.
Hoy la derecha menos proclive a resolver problemas que
pongan en peligro su unidad política, amenazada por la derecha extrema de
Aznar, no quiere ni oír hablar de reforma de la estructura del Estado -salvo en
dirección al centralismo que agrada más a los militares, además- y prefiere no
mover fichas peligrosas para sus intereses aunque olvide los intereses de
España.
Durante la II República hubo estatuto de autogobierno
para Cataluña y el País Vasco. En el "contubernio de Munich" se hablaba de estos
dos territorios y vagamente de Galicia, pero a nadie se le ocurrió pensar en un
gobierno o un Parlamento para Murcia, La Rioja o Extremadura..., por poner ejemplos
y sin tratar de ofender a nadie.
El PSOE ahora descubre que es federalista, después de
tantos años, pero lo explica muy mal. Y hasta el Pere Navarro se desmarca del
derecho a decidir por intereses personales y partidistas. Dicho así, eso del
federalismo no es más que una palabra que entra en el duelo dialectico de
centralismo e independentismo. El camino de estos últimos -CIU, con su
ambigüedad calculada, aunque a ERC hay que reconocerle su honestidad, pues no
engañan- nos lleva, en efecto, a una especie de abismo que muchos de los
catalanes ya no defienden. El federalismo podría ser una buena solución y los
federalismos son, por definición, asimétricos.
Pero entra en juego lo de "el derecho a decidir" que
cambia las cosas bastante. Para ejercerlo no hace falta reformar la
Constitución, sino aplicar el artículo 150 o reformar la Ley de Referéndum.
Para eso lo que hace falta es voluntad política, luego ya vendrán los expertos
a decir a los políticos como lo deben hacer.
La convivencia en este país pasa, precisamente, por la
existencia de esa voluntad política para resolver más allá de los intereses
partidistas. Pero eso, tal vez, choca con el bajo nivel de nuestros actuales
dirigentes, hasta el punto de que uno de ellos, el portavoz pepero Rafael
Hernando, valga de ejemplo, se atreve a decir que quienes quieren encontrar los
huesos de sus familias desaparecidas se han acordado de su padre cuando había
subvenciones. Y no recibió ni una tarta ni un zapato de regalo. Los españoles
somos buena gente, hay que decirlo.
[*] Fernando Reinlein es teniente coronel del Ejército
en la reserva y periodista