No hay la menor voluntad de reformar la Constitución
lunes 13 de enero de 2014, 09:36h
Y si ésta se pudiera reformar, el
resultado sería peor que
el actual texto, aunque ésta ya se haya reformado un mes de agosto, de hace tres años.
Se habla mucho y sin fundamento de la necesidad
de reformar la Constitución. Digo sin fundamento porque si de
verdad interesara su necesaria reforma se habría ya puesto en marcha una
ponencia en las Cortes Generales, en el Consejo de Estado, en alguna reunión de
los supervivientes de aquella ponencia del 78, o entre los dos partidos que
mayoritariamente podrían llevarla a cabo. Lo veo muy difícil.
La
tan jaleada Constitución del 78 fue un texto tutelado por el franquismo sociológico,
incluyendo en él a los militares, que no logró resolver, por falta de visión
política y generosidad, los dos problemas de autogobierno planteados desde
principios de siglo. No resolvió dos y creó diecisiete. Y encima a sus ponentes, que habían excluido al PNV de dicha
ponencia se les llamó "padres de la Constitución", se les condecoró
y a pesar de haber consagrado
en aquel texto la primacía machista del hombre sobre la mujer a la hora de la
sucesión en la Jefatura del Estado, de haberle otorgado al ejército unas
competencias que ninguna constitución democrática les otorga y de no haber
resuelto con valentía las demandas catalanas y vascas, se les jalea cada año.
Hoy,
pues, no se quiere su reforma, mientras sus costuras estallan por los cuatro
costados. Si Catalunya pide más poder, salen los valencianos y aprueban la
enmienda Camps que dice que aunque no se tenga tal o cual competencia, si
vascos y catalanes la tienen, los valencianos no pueden ser menos. Y lo mismo
pasa en Extremadura que ven el Concierto Económico vasco y el Convenio navarro
como un privilegio cuando fue un pacto después de dos guerras carlistas.
Hoy
se impone el sentimiento sobre la racionalidad y la incultura histórica sobre
hechos consagrados, y ante esta evidencia es casi imposible que se pueda llevar
a cabo una reforma que satisfaga a nadie, ya que se parte de premisas
equivocadas. La soberanía no puede residir solo en el pueblo español
cuando en España conviven varios pueblos distintos (nacionalidades) con sentido
de identidad y, por otra parte, el Estado que no es más que la administración
profesionalizada ha convertido la capital, Madrid, en una autonomía más, con
parlamento, himno y bandera, cuando en Madrid en 1978 no había demanda alguna
para ello y se hizo sólo con el fin de echar agua al vino de las
reivindicaciones vasca y catalana.
Escribí un libro hace unos años que pedí me lo
presentara en la librería Blanquerna José Bono, entonces presidente del
Congreso, y Josep Duran, portavoz de CIU. El Madrid periodístico, siempre tan
superficial, estaba interesado ese día por los emolumentos y dietas de los
parlamentarios que Bono quería regular. Sin embargo Bono, ex presidente de
Castilla-La Mancha, ex ministro de Defensa y un español de los que están al
tanto ante cualquiera veleidad separatista, dijo esto que como no podía ser
menos, pasó desapercibido:
"El café para
todos fue una salida, pero no una solución. Se llegó a esa salida porque cuando
acabó la dictadura el ejército no estaba dispuesto a que la Constitución
reconociera el derecho al autogobierno del País Vasco y de Catalunya. Para
evitar una posible sublevación se les dijo a los militares que lo mismo que se
le iba a reconocer a vascos y catalanes se reconocería también al resto
mediante la formación de distintas comunidades autónomas.
"El café para
todos fue el invento de los estrategas del momento, pero favoreció a otras
regiones que como Castilla-La Mancha pudieron superar un bache histórico
insuperable y modernizarse razonablemente. El que todas las comunidades
autónomas tengan el mismo techo competencial probablemente no fue una solución
porque lo diferente no es lo desigual. Lo contrario de desigualdad es igualdad
pero no diferencia".
Este es el meollo de la cuestión.
Hoy las actuales autonomías no van a dar su
marcha atrás, y todo lo que supuestamente lograsen vascos y catalanes
sería un ataque a la necesaria igualdad en cualquier Estado que "no puede
tolerar privilegios". Y con esta argumentación e imponiendo el número de españoles
ante vascos y catalanes, no hay forma de llegar a ningún acuerdo. A ninguno.
Es verdad que la Constitución
española tiene mecanismos para su reforma pero estos son endiabladamente
complicados.
La
reforma constitucional
En el Título Décimo se
contempla la posibilidad de modificar la Constitución. La Constitución no es un
texto definitivo, permanente; puede ser reformada. La iniciativa para la
reforma la tienen el Gobierno, el Congreso, el Senado y los Parlamentos autónomos.
Una vez propuesta la reforma, ésta, para poder
prosperar, debe contar con el apoyo de las 3/5 partes de cada Cámara (Congreso y Senado). Esta mayoría
hace difícil, desde luego, que triunfe un proyecto de reforma si no ha habido
antes un consenso casi generalizado. En todo caso, la reforma habrá de ser sometida
a referéndum.
Si la reforma fuese total o una parcial
que afecte al Título Preliminar, que trata de los grandes
principios (concepción del Estado, etc.), o al Título de los derechos y deberes fundamentales, o al Título
de la Corona, y fuese aprobada, esta aprobación llevará consigo la inmediata
disolución de las Cortes.
En este Título quedan, desde
luego, muy limitadas las posibilidades que tienen las minorías a la hora de
obtener una reforma constitucional y, por tanto, siempre tendrán que contar con
un apoyo muy fuerte.
Derechos históricos y Disposición Adicional
En 1978 el PNV
no recurrió
a la demanda del derecho de autodeterminación. Ésta sí fue la vía de Franscisco
Letamendia, el único representante de Euskadiko Esquerra. El PNV fue por el
Pacto con la Corona y la Reintegración
Foral plena que aunque no prosperara dejó algunas perchas en la Disposiciones
Finales que, según el ponente constitucional Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón,
presentan buenos asideros para tratar de arreglar aquel entuerto.
Como se ha mencionado anteriormente, el
reconocimiento de los derechos históricos del Pueblo Vasco ha sido una de
las tesis principales que, con relación a la Constitución, sostuvo el Partido
Nacionalista Vasco.
La Disposición adicional primera
ampara y respeta los derechos históricos, pero subordina su actualización
general al marco de la Constitución y de los Estatutos de Autonomía. Esta
subordinación, al vincular estrechamente la actualización de los derechos históricos
al marco de la Constitución, deja sin una dimensión política real y práctica
tal actualización, no produciéndose una diferenciación entre la situación jurídico-política
que de ella pudiera derivarse y la establecida de modo general para las
comunidades autónomas. En definitiva, el texto de esta Disposición adicional no
se traducirá en una situación política diferente a la que pudiera crearse en
base al Título VIII de
la presente Constitución, no dando origen más que a un reconocimiento puramente
formal de los derechos históricos.
La propuesta del Partido Nacionalista Vasco, que
tantas vicisitudes experimentó en el transcurso de los debates constitucionales,
representaba el entronque de la problemática política vasca en la Constitución
y, además, suponía un instrumento inapreciable para proceder a la normalización
de la vida política y social de Euzkadi. El reconocimiento y la actualización
de los derechos históricos, en términos aceptables para el PNV, no se reducía, únicamente,
a una cuestión de principio, sino que poseía un alcance político práctico, en
cuanto que posibilitaba el acceso a situaciones de poder sumamente importantes
a las que nunca renunciará la mayoría de los vascos.
En la citada propuesta, el PNV aportaba
una concepción
del Estado diferente a la mantenida por los grupos mayoritarios y compatible
con la afirmación de soberanía originaria del Pueblo Vasco. En ella se incluía,
también, un procedimiento propio para la plasmación de la actualización de los
derechos históricos en el Estatuto, que debería realizarse por acuerdo entre el
Gobierno y las instituciones representativas de los territorios forales, para ser sometido,
después,
al referéndum de dichos territorios y al voto de ratificación de las Cortes
Generales. Asimismo, se proponía que las modificaciones del régimen autonómico
resultante se acomodaran a este mismo procedimiento. La derogación de las leyes
abolitorias de las libertades vascas y la salvaguarda de la foralidad entonces
vigente en Álava y Navarra constituían otros aspectos significativos de la
Disposición adicional defendida por el PNV.
El Gobierno y los partidos mayoritarios del Estado
cometieron un grave error al negarse a aceptar en la Constitución la especificidad del
problema vasco, desperdiciando una oportunidad histórica para encontrar una
solución satisfactoria a las aspiraciones de libertad constantemente expresadas
por el Pueblo Vasco. Por el contrario, se prefirió el uniformismo,
cediendo ante dudas y temores injustificados y careciendo de la voluntad y la
decisión necesaria para atender cada problemática concreta de acuerdo con sus
propias exigencias.
La actual Constitución
Casi se podía empezar, para
explicar el sentido de esta Constitución, con la disposición de la misma que
deroga todas las llamadas "leyes fundamentales" del Movimiento
(Principios del Movimiento, Fuero de los Españoles, Fuero del Trabajo, la ley
de Cortes, la ley de Sucesión, etc.), la ley de Reforma Política, así como toda
norma que se oponga a lo que establece la Constitución.
Esto significa una ruptura definitiva con
el pasado, empezar un nuevo período histórico que iba a tener como
marco de actuación lo que dispone la Constitución y su posterior desarrollo.
Este es el sentido de esta Constitución: sustituir una legalidad, la
franquista, por otra democrática.
¿Cómo
fue, analizado en su conjunto, aquel nuevo marco, aquella nueva legalidad?
Responder a esta pregunta con suficiente dosis de objetividad no es tarea fácil.
Para ello es preciso examinar el proceso de su elaboración, o lo que influyó el
tiempo excesivamente largo que duraron, los hechos acaecidos durante el mismo,
etc.
A la hora del hecho constitucional cabían
dos opciones: que una mayoría fuerte impusiese "su" Constitución a
todos los demás o que al no existir tal fortaleza en esa mayoría
"UCD" se intentasen conciliar los intereses de los más fuertes (UCD y
PSOE) contando (más teórica que realmente) con las aportaciones de los demás
(AP, PCE, minorías catalana y vasca).
Esta segunda fue la elegida y fruto de
ella es el famoso "CONSENSO", que significó un intento de que
"llueva a gusto de todos", lo cual fue imposible.
Del
"consenso" se derivan las ambigüedades, contradicciones y recelos que contiene el
texto constitucional. Se aprecia con claridad meridiana que el "acuerdo" no
consistió en coincidir sobre un punto cediendo unos y renunciando otros, sino
en triunfos parciales que obtenían unos y otros sobre determinadas materias
como pago a renuncias parciales en otras materias. Así, hay aspectos de
signo progresista y hasta muy avanzado, y otros de signo conservador y hasta
reaccionario. Y cuando el trato no era posible, entonces se resolvía el
problema con la ambigüedad o con su posposición al futuro (las famosas
expresiones: "Una ley regulará...", "Se podrá regular...",
etc.).
¿Era
esto necesario? Quizás sólo el tiempo ha podido dar realmente la respuesta,
pues argumentos en pro y en contra hay suficientes.
Pero donde los vascos tenemos que
fijarnos a la hora de valorar o de pedir reformar el texto constitucional es en
aquellos puntos que afectan a Euzkadi no como mera agregación
de personas o demarcaciones territoriales, sino como un Pueblo, una Nación.
En este sentido, el Título
preliminar, que establece las grandes definiciones políticas; el Título I, que
establece el catálogo de derechos, libertades y deberes; el Título VIII, que regula la autonomía,
y la Disposición adicional, que "pretende servir un bálsamo" para las heridas del
Pueblo Vasco, son los puntos claves de referencia.
Un Estado
unitario, con autonomía uniforme para las nacionalidades y regiones
basadas en el temor y desconfianza; una unidad que rezuma incomprensión casi
agresiva; un positivo e importante capítulo de los derechos, libertades y
deberes; una autonomía insuficiente para nuestros planteamientos, pero
posibilista en cuanto al objetivo prioritario de reconstrucción y recuperación
de nuestra identidad a través de una moderada capacidad de autogobierno; una
Disposición adicional que ampara y respeta los derechos históricos de los
territorios forales con actualización en el marco de la Constitución, cuya sola
presencia irrita por el tremendo contrasentido que supone con nuestra concepción
de los derechos originarios del Pueblo Vasco, es el bagaje con el que hemos
andado el camino que nos falta hasta colmar el actual estatuto de Gernika aún
sin completar.
Pobre bagaje, sí, pero valió como instrumento de
lucha, de trabajo, de ir consiguiendo con la fuerza de la razón y de la práctica
política cotas cada vez más altas de juego político tras años de silencio y
durísima represión. Pero una cosa fue aquello y muy otra la situación actual
que el Lehendakari Ibarretxe quiso cambiar en 2005 y recibió en el hemiciclo
del Congreso de los Diputados una sonora bofetada política al no admitir a
trámite el PSOE, IU y el PP ni siquiera la admisión de aquella reforma del
Estatuto de Gernika. De aquellos polvos, estos lodos.
[*] Iñaki Anasagasti Olabeaga es senador del PNV por
Vizcaya
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Comentarios
Últimos comentarios de los lectores (1)
25860 | Cuquiña - 13/01/2014 @ 19:34:04 (GMT+1)
Es una auténtica pea que no hay deseos de reformar la Constitución, porque lo primero que tendrían que hacer es suprimir el Senado, cámara cementerio de elefantes que como vd. mismo, cobran de nosotros espléndidamente y encima ponen verde a España y todo lo que a ella atañe, solo tienen ojitos para la mala ralea terrorista. No hacen nada, es una cámara de irás y volverás al Congreso que es donde se deciden las cosas. Desde luego muchos nos gustrían reformas, pero seguramente cada español haría una reforma distinta. Podrían también quitar poder a los pequeños partidos, los llorones, los que nada aportan más que mala uva. Y mil cosas más.
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