Pedro Solís, nominado a los Goya por su corto de animación 'Cuerdas'

Cuerdas, ¿una referencia para sensibilizar a la discapacidad? El cortometraje de animación Cuerdas, de Pedro Solís, acaba de recibir un premio Goya y el Ministerio de Cultura recomienda el corto "por su vocación educativa". Muchos profesores están interesados en mostrar el trabajo en los colegios. Cuerdas relata la historia de un niño afectado de parálisis cerebral que llega a un colegio de educación ordinaria. Los demás niños del cole, a excepción de María, lo dejan de lado. María inventa mil maneras de jugar con el niño, que se convierte en su mejor amigo. Hasta ahí, todo perfecto, a pesar de que el enfoque de Solís es un tanto sensiblero. Hasta ahí todo es natural, tan natural como la vida misma, pues Solís se ha inspirado de la propia historia de sus hijos. Su hija mayor, declara Solís en una entrevista a ABC del pasado 7 de enero, juega con su hermano menor, discapacitado, del mismo modo que lo hace María con su compañero de escuela. Hasta ahí, el corto puede, efectivamente, ser un referente en "educación en valores" para los niños. Donde todo se estropea, y uno ya no entiende el propósito de Solís, es a partir del momento en que la niña toma en sus brazos al niño, al que por cierto no se le da nombre ( la maestra lo presenta como el nuevo compañero "un poco especial"). En ese momento, pues, a un plano detalle sobre los ojos del niño, le sigue una escena en la que el niño, válido ahora, baila con la niña en un salón lujoso, ambos vestidos de etiqueta . El sueño del niño, sería, pues, ser válido. Llegados a este punto se entiende mejor que el niño discapacitado no tenga nombre: no representa sino un estereotipo, el estereotipo de esa visión validócrata de la discapacidad que pretende que la persona discapacitada no puede sino soñar con ser válida, pues ser válido representa la norma, el ideal al que aspirar y, por ende, la condición sine qua non de la felicidad. Por otro lado, este niño que acude a una escuela ordinaria, porque según se dice al principio no hay sitio en una escuela adaptada a sus necesidades, demuestra con su presencia y por la relación que entabla con María, que su inclusión en una escuela ordinaria no sólo es posible sino deseable. Y sin embargo, al final del corto, María, ya adulta, enseña en una escuela... especializada ¿Cuál es, me pregunto, la vocación educativa del corto? ¿Permite realmente la visión de Solís una educación a la aceptación de la diversidad humana? ¿Permite, por otro lado, apoyar la idea de una educación inclusiva? N.B. Resulta particularmente problemática la dedicatoria de Pedro Solís que aparece al final del corto: "A mi hija Alejandra: Gracias por inspirarme esta historia. "A mi hijo Nicolás: Ojalá no me hubieses inspirado nunca esta historia". A Lola: Por todo lo que no has llorado delante de mí". Sólo espero que su hijo no pueda entenderla. En estas palabras se lee el sufrimiento, legítimo, de Solís como padre. Se entiende que no haya deseado una parálisis cerebral para su hijo, sobre todo cuando sabemos las carencias de nuestras sociedades para ofrecer una vida digna a las personas afectadas por ella. Se entiende menos, sin embargo, que él, como muchos otros padres, dejen ver sin pudor la herida narcisista que les supone tener un hijo discapacitado y que les digan, como lo hace Solís de algún modo: "no eres el hijo que hubiese deseado tener". A través de los ojos de su protagonista, Solís parece, pues, hablarnos de su sueño, legítimo, pero de su sueño. No, definitivamente, no creo que ésta sea la visión de la discapacidad que deba darse en los colegios. La discapacidad no es solo desgracia. Es también riqueza, y para enriquecernos debemos aspirar a una escuela inclusiva (aunque se resistan muchos maestros), a una sociedad inclusiva. Esto es lo que parecía estar demostrando Solís en los primeros cinco minutos de su corto pero, por el camino, se pierde entre la confusión de sus sentimientos. Elena Chamorro Rodríguez