La Pascua Militar y otros símbolos
domingo 05 de enero de 2014, 12:48h
Ignoro, en los momentos en
los que esto escribo, cómo será la parafernalia de la Pascua Militar este
lunes, día de los Reyes Magos. Nuestro Rey, que no es mago, la encara con
problemas físicos, con encuestas que reflejan el descenso en la aceptación de
la Monarquía por parte de la población y, me parece, que, pese a todo, con el
cariño de los españoles, considérense monárquicos, republicanos,
accidentalistas o, como me parece que es el caso de la mayoría, indiferentes
ante la forma del Estado. Ya he dicho muchas veces que me considero una especie
de 'monárquico crítico', que no juancarlista, y que, como dicen los
sondeos, pienso que el Príncipe, si sabe resolver algún tema de imagen que es
más familiar que personal, ha de ser un monarca que constituya la respuesta a
muchas de nuestras preguntas, acaso la solución a algunos de nuestros
problemas.
Porque problemas los hay, y
muchos, cuando comienza ahora un nuevo curso político. Y no son solamente los
económicos, con ser aún graves, los que nos atenazan. Todo está sobre la mesa:
desde la 'cuestión catalana', que sigue sin ofrecer ninguna luz al
final de un túnel en el que puede producirse un choque de trenes del que
alguien, muchos, saldrán, saldremos, lesionados, hasta la presencia
internacional de España. Ahí está el 'caso Sacyr', en el que la
mala gestión de unos empresarios ha originado ni más ni menos que un problema
de Estado con Panamá, que es un país interesantísimo para la economía española.
No sé si la mera presencia de la ministra de Fomento, Ana Pastor, que es una
buena ministra, va a contribuir a resolver el diferendo con una nación que ha
puesto a su frente nada menos que al presidente, Martinelli, para garantizar
que las obras de ampliación del Canal, que no son unas obras cualquiera, van a
seguir en el tiempo previsto. Y con el presupuesto previsto.
Quiero decir que son estos, el
de Cataluña o el de algún tropezón internacional, casos que requieren quizá que
alguien 'sopra tutti', por encima de todos, eche una mano, oficial
u oficiosamente, para resolver conflictos que una mala gestión política, o
empresarial, o de ambas conjuntamente, han creado. De la misma manera que cada
día se echa más de menos una mayor actividad de la Jefatura del Estado a la
hora de exigir -y mira que Don Juan Carlos lo ha hecho en cada uno de sus
mensajes de Nochebuena-una mayor unidad de acción de los partidos ante
las cuestiones más graves para la nación, una mayor generosidad a los
sindicatos y a la patronal cuando se discuten cuestiones que afectan al
equilibrio social, un mayor rigor y mejor laboriosidad a ciertas instituciones.
¿O es que queda alguien que no considere que hace falta una mayor velocidad
para la acción política que la que le están imprimiendo los gobiernos y las
oposiciones de turno?
Por eso, porque en cualquier
momento, ahora que entramos ya en un año electoral y preelectoral, se pondrá de
manifiesto nuevamente que aquí fallan los partidos, los sindicatos, las
patronales, los más altos tribunales, las autonomías y hasta, si se me fuerza a
decirlo, los municipios y la propia sociedad civil, pienso que es clave la
figura de un Rey que no gobierne, de acuerdo, pero que reine. Que dé las
señales de advertencia cuando algo va mal, o solo regular, y que indique que ese
es el camino cuando van bien; ese es, me parece, junto con la
representatividad, el trabajo de un Rey en una sociedad tan fluida como la
española. En 2013, que era un año alejado de cualquier confrontación ante las
urnas, se perdió la oportunidad de llegar a acuerdos entre Gobierno y oposición
para afrontar grandes reformas, la constitucional entre ellas. Ahora, habrá que
forzar 'in extremis' tales acuerdos, porque son necesarios. Algún
día, sospecho que el Rey tendrá que llamar a los líderes de los partidos a La
Zarzuela y urgir las grandes decisiones, que poco tienen que ver con las
pequeñas chapuzas legales que se nos proponen --incluyendo, por ejemplo, la
propuesta sobre nueva regulación del aborto, o la nueva ley de seguridad-- y
que nos dividen.
Si algo tuviese que reprochar
al Príncipe -si me atreviera a hacerlo; pero quién es uno, sino un mero
ciudadano más, para esas cosas-sería que no estuviese más en la
actualidad de los temas candentes: una pared invisible, no sé si cortesana o
hecha de miedos a la acción, le sigue 'protegiendo' de la
ciudadanía. O quizá sea la propia estructura familiar en La Zarzuela. O quizá
sea que el Rey, el buen Rey que este domingo cumplía 76 años -don Felipe
cumplirá cuarenta y seis dentro de tres semanas, atención--, se siente
demasiado presionado ante las voces que, nunca directamente, le sugieren una
abdicación gradual, y entonces se obliga a sí mismo a cubrir todos los frentes,
en aras de lo que él piensa que sigue siendo su obligación: ahora se anuncia que
volverá, estaba empeñado en eso, a viajar al extranjero, aunque sea en vuelo
corto a Portugal.
Pienso, en fin, que, en esta
Pascua Militar algo devaluada, ante la figura del Rey doliente y solitario, al
que le espera un año de angustias familiares/judiciales, ha llegado el momento
de meditar en algo más que la simple coyuntura del hoy y aquí. No podemos
perder nuevamente la oportunidad de que, en este 2014, en el que tantos
momentos trascendentales para la Humanidad se conmemoran, España dé el gran
paso adelante al que tiene derecho. Y que, además, tiene el deber de dar.