Lo bueno que tiene la
creencia ciega en los Reyes Magos -o, como alternativa, en Santa Claus- es que
los niños piensan que todo es posible con solo pedirlo: los de Oriente -o
andaluces, según
Benedicto XVI- y el gordo barbudo norteño están obligados a
complacer cualquier capricho infantil, so pena de que el infante se nos frustre
y agarre un berrinche insoportable para el Estado proveedor, que ya se sabe que
somos usted y yo, padres y madres. Pues eso: que
Artur Mas, que aparece estos
días en muchos 'cartoons' enviando su misiva a los Magos, comparte la falta de
realismo de cualquier crío, y encima fundamenta sus peticiones a los magos que
gobiernan Europa -por cierto, menuda carta mal escrita, improcedente e
impertinente protocolariamente les ha escrito- en una burda falsía: dice que,
independiente, Cataluña sería la séptima potencia económica de Europa. No me
salen las cuentas, así que temo que el
molt honorable president de la
Generalitat se ha instalado definitivamente en el reino de la fantasía. Porque
no quiero atreverme a pensar, y menos decir, que se nos haya apoltronado en el
reino de la mentira consciente.
Pero no crea usted, amable
lector, estimada lectora, que este comentario está dedicado en exclusiva al
confuso y confundido líder independentista catalán, no. La convivencia en el
país de nunca jamás la comparten otros muchos, desde los ministros de Economía
y hasta presidentes del Gobierno que se empeñan, desde 2011, en que ese que
comenzaba iba a ser el año del inicio de la recuperación económica -y así hasta
este 2014...--, hasta el responsable gubernamental de los asuntos eléctricos, que
se apresuró, cuando las cosas no iban bien, a culpar de fraudulenta una subasta
que, ahora, el organismo regulador, teóricamente independiente, ha dicho que
fue ajustada a la ley, aunque otra cosa es que haya que cambiar el sistema de
funcionamiento, claramente deficiente.
Me temo que nos toman por
tontos. O por esos niños ilusos que piensan que los Magos lo pueden todo. Los
representantes de los ciudadanos españoles tienen siempre una explicación
a punto, una comparación con los países de nuestro entorno, una estadística, de
las que echar mano para justificar que lo hacen bien, que ellos nunca se
equivocan, que son los demás los que yerran, los que estamos errados. Y luego
resulta que las explicaciones son muchas veces ocultamientos puros y duros, que
las comparaciones no se corresponden con los datos tangibles y comprobables
-ocurre que nadie los comprueba, y ellos lo saben; por eso se permiten tamañas
licencias-- , y que las estadísticas son, por decir lo menos, adaptables a
diferentes versiones, como se constata en los rifirrafes parlamentarios en los
que el Gobierno arroja a la cara de la oposición cifras que la oposición
rechaza, contraponiéndolas con otras que, a su vez, el Ejecutivo deniega. Una
especie de juego sobre nuestro tablero, vamos.
Y así, en este gran deporte
nacional de la ocultación, de la negación de la realidad más comprobable, del
'pulimiento' de las cifras, vivimos. Dar la espalda a la evidencia -no,
Cataluña no sería la séptima potencia europea: se situaría por detrás de
Portugal e incluso de Grecia, allá por un decimocuarto o decimoquinto lugar-se
va convirtiendo en una costumbre impune para nuestros gobernantes: a ver a
quién se le pone la nariz de Pinocho más larga. Y luego, claro, vienen las
encuestas y, se las tome uno al pie de la letra o no, que yo más bien no, te
dicen que los españoles quieren otros líderes que pongan en marcha una forma de
gobernarles/nos completamente diferente. Me atrevo a decir que más de un
compatriota -e incluyo, por supuesto, a los catalanes-estaría encantado de que
los Reyes Magos le trajesen un reemplazo, convencido de que lo que hay empieza
a no valernos ya.
Yo, la verdad, no escribo
desde hace tiempo a los magos: sé que no lo son tanto, porque hay cosas que
ellos no pueden traernos. Ya, ay, uno no es un niño. Así que ¿para qué pedir
cosas que se ve que son imposibles?
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El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>