Nada me fastidiaría más,
querido lector, estimada lectora, que contribuir a amargarle las últimas horas
de 2013 con unas perspectivas catastrofistas sobre lo que va a ser 2014.
Quienes me conocen saben que tiendo al optimismo incurable, pero también a
considerar los aspectos que puedan ennegrecer mi habitual visión sonrosada de
la vida. Y, como cronista de la realidad que pretendo ser, no puedo desconocer
la existencia de bastantes voces y colectivos, preocupados por la marcha de las
cosas y que en absoluto coinciden con la versión benéfica sobre lo que nos
aguarda en este año que comienza que nos transmitió
Rajoy en su despedida de
curso.
Debo, por tanto, contarle a
usted, amable lector/a, que las previsiones de algunos dirigentes sindicales
cifran en otros doscientos mil los puestos de trabajo que se perderán este año;
unos, como consecuencia de ERES en grandes empresas -ahí están Renfe, Adif,
Iberia, el sector naval y alguna del motor, como Peugeot-Citroën--; otros, los
más, por la caída en picado que están experimentando tantas pequeñas y medianas
empresas que no pueden acceder a la exportación ni a ayudas procedentes del
exterior. Cierto que el surgimiento de planteles de emprendedores equilibra
algo la balanza, pero no puede desconocerse que el empleo estable y fijo está
siendo implacablemente sustituído, por mucho que los sindicatos y amplios
sectores de la sociedad se nieguen a aceptarlo, por un trabajo autónomo mucho
más precario y con un poder adquisitivo disminuido. Y, así, nos encontramos con
un agravamiento del bache socioeconómico español: es cierto que aumenta, un
poco, el número de ricos (ocurre en todas las crisis). Pero también lo es que
crece, y mucho, el número de mileuristas y de 'ochocientoseuristas', con una
baja capacidad de consumo por tanto, en el límite de la supervivencia.
Esta no es, claro, una
radiografía de mi cosecha, sino una conclusión bastante unánime de una mayoría
de consultores especializados independientes con los que he estado últimamente
en contacto y de los que algunos publican sus dictámenes en los medios. Puede,
así, que no hablemos mucho, en este 2014, de subidas de la prima de riesgo
-laus Deo-ni de batacazos en el Ibex. Pero me temo que sí se van a notar las
tensiones sociales derivadas de que hay capas de la población, y no muy
minoritarias por cierto, que, aun silenciosas hasta el momento, ya no pueden
apretarse más el cinturón. Así, cuando el 'presidente europeo'
Van Rompuy dice
que en 2014 las cosas van a ir mejor para países como España, tiene
inmediatamente que agregar que la mejora macroeconómica no va a repercutir
'inmediatamente' en el mapa del empleo. Que, añado yo, va a seguir dependiendo
en buena parte de la creación de trabajadores autónomos y de la ilusión de los
emprendedores por embarcarse en la aventura de crear, con todo lo que este cambio
de signo implica.
Con estos datos y razonamientos
en la mano, comprendo que el optimismo, al menos para muchos sectores de la
ciudadanía, siga siendo un estado de espíritu inalcanzable. Resulta curioso un
país en el que restaurantes, bares y hoteles están a tope en estas fiestas,
conviviendo este panorama con la constatación de que, por ejemplo, en muchos
hogares ya no se puede pagar el calor para combatir el invierno. Yo, la verdad,
eché de menos un recuerdo para estos hogares -sí lo tuvo, por cierto, el
Rey en
su mensaje navideño-en la despedida de curso de Mariano Rajoy. Ya sé que con
ello no va a solucionar los problemas de al menos seis millones de españoles;
pero sí pienso que hablar de un problema implica, al menos, tenerlo en mente,
lo cual ya es un primer paso para caminar hacia una solución. Y ya digo: hay
silencios que a veces me tientan a olvidar mi natural optimismo. Demasiados
silencios, contrapuestos a demasiadas palabras vanas, nos acompañan en este
tránsito hacia el umbral de 2014.
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