El comunicado de los presos de ETA anunciando una 'rendición', significa el fin del final de una importante brecha
penitenciaria abierta por Pérez Rubalcaba cuando fue ministro del
Interior con Zapatero, y por su 'brazo ejecutor' en Instituciones Penitenciarias,
Mercedes Gallizo, a partir del otoño de 2008. Este proceso se inició con una
sonada ruptura dentro de las filas del Colectivo de Presos Políticos Vascos (EPPK);
una ruptura que tuvo, por sí misma, una gran importancia en el escenario de la izquierda
abertzale y que ha conducido a este previsible escenario. Así se inició todo,
tal y como se cuenta en el libro "El Zapaterato. La negociación. El fin de ETA".
En el otoño de 2008, 17 meses después de la ruptura
definitiva de negociaciones con la banda terrorista ETA,
Alfredo Pérez
Rubalcaba abrió un nuevo frente en la lucha contra los etarras con una labor de
zapa en las cárceles: impulsar la disidencia entre los reclusos hacia la
dirección de la banda. Rubalcaba y
Mercedes Gallizo contaron con un
grupo de expertos de Interior formado por un comisario de Policía especializado en la lucha contra ETA, un comandante de la Guardia Civil y un
veterano y destacado funcionario de Prisiones que establecieron las primeras
experiencias piloto en las cárceles de Zuera (Zaragoza) y Villabona (Asturias),
como 'laboratorios' de un nuevo intento de ruptura del colectivo de presos. El
objetivo era el de aislar a los considerados como "irreductibles" y
convertirlos en minoría.
Hay que recordar inicialmente que la política penitenciaria
siempre ha constituido un arma contra la banda terrorista. Lo saben muy bien
los ministros del Interior que en España han sido, como
Antoni Asunción, que, mientras
ejerció como director general de Instituciones Penitenciarias (1988-1993),
comenzó a acometer la dispersión de presos de ETA.
A Asunción se debe la
introducción de ciertas prácticas psicológicas que luego fueron funcionando con
excelente resultado para cuartear la unidad de los presos etarras. Unas
técnicas que tuvieron continuidad en el tiempo y que fueron utilizadas por
todos los ministros del Interior de
Aznar y de
Zapatero, especialmente por Pérez
Rubalcaba en la última etapa del Gobierno socialista, y por su brazo ejecutor
en Instituciones Penitenciarias, Mercedes Gallizo.
Pero ahora, en el nuevo contexto iniciado en el otoño de 2008,
una de las medidas adoptadas por Rubalcaba-Gallizo fue la de reagrupar a
veteranos disidentes de ETA en la cárcel de máxima seguridad de Zuera
(Zaragoza), a la que trasladaron a 16 etarras, la mayoría ex dirigentes
importantes de la banda, como
Francisco Mujika Garmendia 'Pakito', o activistas
con delitos muy graves, como
José Luis Urrusolo Sistiaga o
Ignacio Arakama
Mendia 'Makario'.
Como se cuenta en
"El Zapaterato. La negociación. El fin de
ETA", publicado en 2010 por quien firma este artículo y por
Fernando Jáuregui, la
idea era aprovechar la disidencia en presos históricos de ETA, con delitos de
sangre, para mostrar al resto del colectivo de presos la inutilidad de seguir
con la vía terrorista. Para esta no tan nueva estrategia -ya la había ensayado
con éxito Asunción, junto a otros episodios de 'guerra psicológica' más de tipo
personalista-, el Gobierno hizo de la cárcel de Zuera un punto de concentración
para contribuir, desde el colectivo de presos, a que la dirección de ETA
desistiera del terrorismo en un momento en el que tenía muchos frentes
abiertos.
Las denuncias de los presos: 'la vía armada es inútil'La estrategia del Gobierno se apoyó entonces en los
resultados de una carta firmada en junio de 2007 por dos dirigentes de ETA
presos,
José Luis Álvarez 'Txelis' y
Kepa Pikabea, en la que denunciaban la
marginación de los presos en el fallido proceso de paz (entre 2005 y junio de 2007),
la "inutilidad de la lucha armada" y el haberse convertido en obstáculo para el
avance de la izquierda abertzale. Como consecuencia fueron expulsados de ETA y
del colectivo de presos, lo que abrió una importantísima fisura en la banda que
ha culminado con el comunicado de 'rendición' del EPPK del sábado 28, día de
los Santos Inocentes.
Siguiendo ese relato cronológico, a partir de lo que
"El
Zapaterato" reveló ya en su día, entre los principales etarras disidentes se
pudo contar en marzo de 2009 con ex dirigentes como 'Pakito';
Carmen Guisasola
'Lourdes', ex jefa del comando Vizcaya;
José Luis Urrusolo Sistiaga; el temible
Santiago Arrospide Sarasola 'Santi Potros', condenado a 790 años por el
atentado de Hipercor, en Barcelona;
Rafael Caride Simón 'Rafa Gallego', que
también participó en el atentado de Hipercor, o
Iñaki Rekarte, en la cárcel desde
1992.
Estos 'históricos' fueron los que se encargaron de generar
un debate, provocando la discusión entre los etarras que llegaban a Zuera
seleccionados por el equipo de Interior. Fuera de la cárcel de Zuera, esa labor
la emprendieron también
Álvarez Santacristina 'Txelis' y
Kepa Pikabea Ugalde,
que sirvieron para ir minando a los sectores más irreductibles del 'frente
etarra'.
Así las cosas, a finales de 2009 las prisiones de Villabona
y Zuera recogían ya a cerca de 40 presos de ETA que en algún momento habían
mostrado signos contrarios a la lucha armada. La intención del equipo de
Interior era llegar al medio centenar de internos entre ambas cárceles, con lo
que buscarían un manifiesto contra la violencia.
La escisión ya estaba en marchaEn total, según datos de Instituciones Penitenciarias, a
finales de 2009 cumplían condena en España o estaban a la espera de sentencia
un total de 579 presos de ETA, una cifra muy superior a la que había en
1998-1999 -cuando la anterior 'tregua-trampa' con Aznar-: entonces permanecían
en prisión alrededor de 400. Estas cifras demuestran lo en serio que se lo tomó
Zapatero después de que se rompieran las negociaciones con la banda en mayo de
2007.
Siguiendo con esa política penitenciaria de reagrupamiento
de etarras (o abertzales, en el caso de Batasuna) que apostaban por la vía
pacífica, Interior e Instituciones Penitenciarias agruparon a determinados
dirigentes batasunos en prisión, como
Joseba Álvarez,
Rufino Etxeberria -que
participó con
Arnaldo Otegi en las negociaciones de Loyola- y
Juan José Petrikorena, ex
'jefe de prensa' de Batasuna, quienes fueron trasladados desde las cárceles de
Topas (Salamanca), Aranjuez (Madrid) y Curtis (La Coruña), respectivamente, a
la prisión de Logroño. Es decir, que el Ministerio del Interior siguió con
Batasuna la misma política de reagrupamiento de los presos de ETA que podían
estar mejor situados en una posición crítica con el mantenimiento de la
'solución armada'.
"ETA está ahora más débil que nunca". Esta frase se ha
repetido en infinidad de ocasiones, y siempre era cierto. Cuando el 5 de
septiembre de 2010 Euskadi Ta Askatasuna (ETA) anunció en la cadena de
televisión británica BBC1 a través de un vídeo un cese de "acciones
armadas ofensivas" que fue entendido como un alto el fuego, ya la situación
de la banda era desesperada: necesita dinero, los santuarios franceses se habían
acabado y el colectivo de presos ya había sido dividido de forma espectacular.
Los dirigentes etarras están cada vez más lumpenizados, por
así decirlo: peor preparados, más carentes de una base teórica. Y, para colmo
de males para la banda, en el Gobierno del País Vasco ejercía ya el socialista
Patxi López, apoyado por el Partido Popular, con un consejero de Interior,
Rodolfo Ares, que era una continuación del brazo de Pérez Rubalcaba en Interior.
Lo que ha ocurrido ahora no era más que la consecuencia
lógica de un proceso iniciado a finales de 2008: la propia inercia de las cosas
conducía inevitablemente a esta final, como ya calcularon algunos de los que
negociaron con ETA en 2006 y 2007. Así lo vieron esos negociadores por parte
gubernamental (
Jesús Eguiguren,
Javier Moscoso,
José Manuel Gómez Benítez o el
propio exconsejero de Interior del Gobierno vasco, Rodolfo Ares), que pensaban
ya en 2007, y así lo transmitieron privadamente en sus ifnormes, que estos
jóvenes 'no tienen preparación ni ideales; solamente fanatismo. Están perdidos'.
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