¿Quién defiende a España?
viernes 27 de diciembre de 2013, 09:44h
Quiero
utilizar la oportunidad que se me brinda en este foro para hacer una reflexión
sobre la baja calidad y la debilidad de nuestra democracia y sobre lo que hay
que hacer desde las instituciones políticas y desde la ciudadanía para superar
esta situación. Y en este momento en el que se cumple el 35 aniversario de
nuestra Constitución y el sexto del nacimiento de UPyD, quiero renovar nuestro
compromiso de regenerar la democracia y defender la libertad y la igualdad.
La
pregunta que da título a esta conferencia sería pura retórica en cualquier país
de nuestro entorno. Cualquier francés, por ejemplo, miraría extrañado a un
político -lo mismo da que fuera de izquierdas, de derechas, de centro...- que
se hiciera en alto esa pregunta, máxime con la intención de poner de manifiesto
las debilidades del sistema. Pero España es diferente. De entrada aquí resulta
necesario comenzar por explicar lo que significa defender a España, no vaya a
ser que alguien piense que estamos hablando de defender un mapa.
Empecemos
pues por lo obvio: para nosotros defender España no es otra cosa que defender la España constitucional,
la que nos hizo ciudadanos a quienes éramos súbditos, la que proclamó el
derecho a la igualdad, a la justicia y a la libertad. En concreto,
defender a España significa defender aquellos artículos de la Constitución del
78 que proclaman esos derechos que son innegociables en cualquier constitución
democrática del mundo.
Decía
que esta sería una pregunta retórica en cualquiera de los países de nuestro
entorno, porque en las democracias fuertes hay separación de poderes, reglas
claras, leyes que se cumplen, instituciones que responden y asumen su
responsabilidad. Las democracias de calidad se caracterizan también por la
existencia de ciudadanos críticos, que no entregan ningún cheque en blanco a
sus representantes, que se comprometen para ejercer plenamente su ciudadanía.
En
las democracias de calidad, por ejemplo, los responsables políticos no esperan
las sentencias firmes para abandonar los cargos públicos cuando son acusados de
corrupción política, que no consiste solamente en llevarse el dinero público:
ser acusado de haber engañado sobre una titulación es motivo suficiente para
dimitir fulminantemente. ¿Les obliga la ley? No; pero los ciudadanos no les
perdonarían y no les volverían a votar.
Defender
a España, defender al Estado de Derecho
Defender
el Estado social y democrático de Derecho es también defender la unidad de la
nación española, instrumento imprescindible para garantizar la igualdad de
todos sus ciudadanos. Defender a España es defender la vigencia de la ley sobre
las aspiraciones o las propuestas que necesitan ejercer la violencia (física,
ideológica, social, cultural...) para imponerse al conjunto de los ciudadanos.
Defender
a España es garantizar la seguridad de los ciudadanos, ya sea cuando ejercen el
derecho a la libertad de expresión, el derecho a la asociación política o a la
discrepancia frente a la ideología dominante; defender a España es garantizar
-a través de la acción de los poderes públicos- que no habrá impunidad para
quienes violen esos derechos fundamentales de cada uno de nuestros
conciudadanos.
Defender
a España es impedir que se produzcan homenajes a los terroristas que salen de
prisión como consecuencia de la irresponsable interpretación que hacen los
tribunales de justicia y la Fiscalía del Estado de la sentencia de Estrasburgo
sobre el caso Inés del Río; defender el estado social y democrático de Derecho
significa perseguir y poner a disposición de la justicia a quienes protagonicen
esos flagrantes delitos de enaltecimiento del terrorismo.
Defender
el estado de Derecho es proteger las sedes de los partidos políticos para
evitar que se produzcan asaltos y ocupaciones violentas; defender la democracia
es actuar si esos asaltos se producen y poner a disposición de la justicia a
sus autores.
Defender
a España es defender la existencia de medios de comunicación independientes,
tanto públicos como privados; unos medios de comunicación que no estén
concertados y que, por ejemplo, no se atrevieran a calificar como "protesta" el
ataque y ocupación a la sede de un partido político cuando este es
constitucionalista mientras titularon como "asalto fascista" y "agresión" el
ataque a una sede nacionalista. Defender el estado democrático y de Derecho
significa que no haya impunidad para quienes vulneran las reglas y las leyes
democráticas; pero que tampoco la haya para quienes lo minimizan o jalean.
Defender
a España es denunciar el atraco a la democracia que ha supuesto el reparto
impúdico entre los partidos políticos del máximo órgano de la Justicia, el
Consejo General del Poder Judicial. Un país en el que se incumple un precepto
constitucional básico - todos los ciudadanos son iguales ante la ley y todos
los ciudadanos tienen derecho a un juez independiente- es un país en el que no
existe democracia.
Y
esa es la desgraciada realidad de España: que los partidos políticos viejos, el
establishment formado por PP, PSOE,
IU, PNV y CIU, han pervertido el sistema hasta el extremo de llegar a
considerar que los votos que los ciudadanos emiten para elegir a sus
representantes en las Cortes Generales les dan derecho a tener vocales en el
Consejo General del Poder Judicial.
La
consecuencia de esta aberración es que queda garantizado que en la práctica no
todos los ciudadanos somos iguales ante la ley; ya se encargan entre ellos de
que se cierre el círculo de la impunidad: primero se generaliza el aforamiento
(todos los cargos electos están a salvo de que les juzgue el juez de primera
instancia, el juez ordinario); después se reparten los vocales del órgano que
nombra a los jueces del Supremo o del Superior de Justicia, tribunales
encargados de juzgarles en un supuesto de corrupción; después, si eso falla,
apelan al Fiscal para que haga de abogado de la defensa (por aquello de que
también le han nombrado ellos mismos); y, en última instancia, siempre les
queda el indulto, que en el sistema español consagra no sólo la discrecionalidad
sino la arbitrariedad.
"¿En
qué momento se jodió el Perú?"
Por
eso, en este momento defender concretamente a España es garantizar la
separación de poderes y denunciar - política y penalmente- a quienes protegen
la impunidad de los usurpadores y de los delincuentes.
Si
convenimos que estas anomalías que he señalado son déficits propios de nuestro
país y no tienen parangón con ninguna de las democracias de nuestro entorno, la
inevitable pregunta es cómo hemos llegado a esto, "¿en qué momento se jodió el
Perú?": tal y como se preguntaba consternado Santiago Zabala, el protagonista
de "Conversación en la Catedral", la genial novela de nuestro amigo Mario
Vargas Llosa. En qué momento empezó a "estropeársenos" una transición modélica
como fue la española y hasta cuándo vamos a consentir que continúe la deriva
sería pues la segunda parte de esta reflexión.
Ciertamente
los constituyentes hicieron lo que pudieron en el momento político que les tocó
vivir; pero hoy sabemos que dejar abiertos tantos aspectos de la Carta Magna,
en un país con tan poca cultura e historia democrática, ha tenido graves
consecuencias. La escasa vertebración política de nuestro país y la inmadurez
de nuestra democracia explican que durante los treinta y cinco años de vida de
la Constitución hayamos sido incapaces de explicar e interiorizar las razones
para mantener y fortalecer un proyecto de vida en común.
Durante
la época más larga de democracia que hemos vivido en España hemos hecho leyes
homologables con las de las democracias más avanzadas de nuestro entorno; nos
hemos incorporado con éxito a Europa, el club de la democracia por excelencia;
hemos alcanzado la consideración de nuestros socios europeos- al menos durante
bastante tiempo- hasta el extremo que llegaron a calificarnos como "los
prusianos del sur"; fuimos la referencia de los países de América Latina que
querían avanzar y consolidar su democracia...
Pero
mientras eso ocurría fuera de nuestras fronteras, hemos sido incapaces de
compartir con las nuevas generaciones de españoles una regla democrática
básica: que no existe proyecto político más digno que la defensa de una
integración social basada en compartir los mismos derechos al margen de la
parte de la nación en la que se viva o se haya nacido, al margen de la etnia,
de la religión, de la tradición cultural...
"Hemos tenido mala suerte con nuestros políticos"
En España se ha instalado la idea de
que lo particular es más importante que lo común, que la diversidad (cultural,
ideológica, identitaria, lingüística....) es más "progresista" que la igualdad
efectiva de derechos de todos los ciudadanos... Por eso en el discurso político lo
cotidiano es escuchar a quien habla en nombre de los gallegos, los vascos, los
canarios, los andaluces... mientras apenas nadie habla en nombre de los
españoles. La consecuencia de esa ausencia de pedagogía democrática es que
España no tiene hoy españoles que la defiendan.
Podríamos
decir que hemos tenido mala suerte con nuestros políticos, sobre todo una vez
consolidada la democracia en España. Porque esto empezó -digamos a estropearse-
cuando ya no había riesgo de invertir el proceso democrático, cuando debiéramos
de haber dedicado todo nuestro esfuerzo a construir una comunidad de ciudadanos
capaces e interesados por la defensa de lo común.
En
los países con larga historia democrática existen contrapoderes democráticos
que actúan en defensa del interés general cuando los responsables de defender
los valores comunes pierden la cabeza o simplemente dejan de cumplir con su
obligación. Piensen en Francia, en Alemania, en el Reino Unido, en EEUU... E
imagínense que llega al Gobierno un iluminado o un pusilánime..., alguien capaz
de romper con la tradición republicana en Francia, la unión de Alemania, el
atlantismo, los principios de la Constitución norteamericana... Ni con mayorías
absolutas en las cámaras hubieran podido hacerlo; porque tras todos esos
nombres propios de país existen ciudadanos alemanes, franceses,
norteamericanos, británicos... que defienden a su nación porque saben que es la
única manera de garantizar el respeto a los derechos de todos y cada uno de los
que componen la sociedad de la que forman parte.
Contra
los que lanzan y defienden el discurso de la ruptura
Es
por esa debilidad de nuestra democracia, por esta falta de voces que defiendan
el Estado -a lo que se suma la ausencia de un discurso nacional en los dos
partidos que históricamente se han alternado en el poder- por lo que hoy
resulta imprescindible un discurso político que lidere el mantenimientos de los
vínculos de lealtad entre nuestros conciudadanos. Una lealtad que pasa por
evitar que nadie vulnere, entre otros, el artículo 1.2 de nuestra Constitución
que proclama que la soberanía nacional reside en el pueblo español.
Defender
la España democrática, la única que nos interesa, es estar a favor de España,
explicando a los ciudadanos las razones para mantener y fortalecer un proyecto
de vida en común. Lamentablemente no vemos que ninguno de los dos partidos que
han ejercido el poder en España, ni el que gobierna ni el primero de la
oposición, estén dispuestos a dar esa batalla. El uno por debilidad o
connivencia parcial con el nacionalismo secesionista y el otro por pereza o
cobardía, lo cierto es que el único discurso que penetra en la sociedad
española es el de quienes defienden la ruptura.
Es
por eso que en nuestro partido tomamos hace unos meses la decisión de reunir a
una serie de personas que desde distintas ópticas histórica, política,
psicológica, jurídica, económica, cultural... reflexionaran sobre las ventajas
de mantenernos unidos. De esa reflexión colectiva surgió un libro, "A favor de
España", que ofrece argumentos y alternativas en este panorama político
huérfano de ideas y plagado de sectarismo y de consignas.
Como
señala Carlos Martínez Gorriarán en el prefacio de la citada publicación, los
autores tienen sus propias ideas sobre otras muchas cuestiones; pero todos
coinciden en que "la ruptura de España sería un desastre para todos nosotros,
los ciudadanos españoles, y no sólo para los separatistas partidarios de la
secesión, sumergidos en un sueño narcótico que da la espalda a la realidad y
desprecia la razón democrática".
Pensar
que la ruptura de la nación española no tendría coste alguno es una completa
estupidez, por mucho que quienes proponen la secesión de una parte de España se
empeñen en negarlo. En un proceso de secesión perdemos todos; de hecho, ya
estamos perdiendo, pues la violencia simbólica -y en ocasiones, la violencia
real- que se está ejerciendo contra los ciudadanos que no están dispuestos a
aceptar como inevitable el proceso abierto por el nacionalismo ya está teniendo
graves consecuencias para la convivencia entre catalanes y de estos con el
resto de ciudadanos españoles.
"Papá,
¿nosotros qué somos, catalanes o fachas?"
Ya
se pueden percibir las consecuencias de esa violencia ética y emocional que se
está llevando a cabo para silenciar a aquellos que no quieren convertirse en
extranjeros en su propia tierra. Todos conocemos testimonios de familias y
amigos que han dejado de reunirse o de hablarse, separados ya por la pulsión
secesionista; todos conocemos ejemplos de ciudadanos acusados de traición por
no querer renunciar a su condición de españoles. Félix de Azúa lo explicaba de
la forma más gráfica posible cuando contó que le llevó a tomar la decisión de
venir a vivir a Madrid: fue cuando su hijo le preguntó, "Papá, ¿nosotros qué
somos, catalanes o fachas?".
Decíamos
al principio de esta conferencia que defender a España es defender la
democracia. Por eso hemos de llamar la atención sobre lo que está ocurriendo en
Cataluña: porque donde no hay libertad para elegir no hay ni pluralidad
política ni hay democracia.
El
debate planteado por los independentistas y los nacionalistas catalanes no
versa sobre el modelo territorial del Estado; eso sería algo completamente
normal; no, lo que se está planteando en Cataluña -por mucho que el Gobierno
prefiera mirarlo como si fuera un tema menor y le envíe a Montoro a decirnos
que la cuestión "no está entre las principales preocupaciones del Gobierno", y
que eso se arregla con dinero.... es una iniciativa profundamente
antidemocrática.
Porque
una propuesta en la que se nos priva al conjunto de los españoles de nuestro
derecho a decidir sobre nuestro futuro, sobre nuestro país, esa sociedad de
buenos y malos que nos dibujan los nacionalistas no es compatible con una
auténtica democracia. Y, aunque pueda escandalizar a las almas cándidas, es
conveniente que llamemos a las cosas por su nombre: en el alma del nacionalismo
anida el racismo, el mayor de los desastres políticos, la peor de las pasiones
de la historia de la humanidad.
Conviene
pues que no nos dejemos engañar: cuando la discrepancia está vetada, cuando el
que piensa diferente es condenado a la exclusión social y a la marginación
política (paso previo a convertirlo en destinatario del odio), desaparece el
requisito y objetivo de la democracia. En suma, que la ruptura de España nos
haría a todos mucho más pobres no sólo desde la perspectiva económica sino
fundamentalmente desde la perspectiva de nuestros derechos y libertades
civiles.
Contra
las barreras del nacionalismo excluyente
No
debemos afrontar esta cuestión como si fuera un debate abstracto o teórico,
porque lo que está ocurriendo en nuestro país tiene consecuencias en la vida de
los ciudadanos. En esta España que se debilita quien más riesgos asume son las
clases sociales más débiles, las más desfavorecidas, los ciudadanos que más
necesitan de la protección del Estado. Es la gente más sencilla la que necesita
un Estado que le garantice el ejercicio efectivo de sus derechos en condiciones
de igualdad; o el derecho a acceder a una plaza en la Administración dentro del
territorio nacional en igualdad de condiciones con cualquiera de sus
conciudadanos.
No
hace falta que explique que quienes tienen recursos económicos no sufren las
consecuencias de las barreras que imponen el nacionalismo excluyente a los
ciudadanos que exigen se respeten el derecho a que sus hijos sean educados en
su lengua materna. Por eso la inacción de los poderes del Estado es, además de
suicida para nuestro futuro como país, brutalmente injusta para los ciudadanos.
Pero
no quiero finalizar limitándome a señalar los problemas, por mucho que un
diagnóstico certero sea la clave del éxito en la lucha contra la enfermedad. Ya
no estamos para paños calientes ni para tratamientos paliativos. El mal está a
punto de hacerse crónico en España y actuar con rapidez y con valor es una
necesidad imperiosa; y, por cierto, una obligación patriótica aunque esta
palabra no se lleve nada.
Políticos
'voraces' e 'incompetentes'
En
España llevamos varias legislaturas en manos de unos dirigentes políticos cuyas
acciones han estado guiadas por una mezcla de voracidad e incompetencia, lo que
les ha llevado a dejar que todo se pudra. Tanto el Partido Popular como el
Partido Socialista, con la complicidad activa de los nacionalistas y el ruido
estéril de la izquierda de nombre tan complejo como cambiante, se han negado a
aceptar que el modelo diseñado en la Constitución del 78, la España de las
Autonomías, estaba agotado. Ellos que viven del viejo modelo, son conscientes
de que su reforma podría significarles una grave pérdida de influencia o de
dinero, y por eso han preferido dejar que todo se vaya desmoronando siempre que
eso les permitiera mantener sus cuotas de poder partidario intactas.
Hoy
nadie se atreve a negar que la gravedad de la crisis española reside en el
hecho de que no es sólo económica, sino que ha sido y es fundamentalmente
política. La realidad se nos ha caído encima, pero algunos habíamos hecho el
diagnóstico desde antes de que estallara la crisis económica:
"Unos
servicios [públicos] que han de tener calidad y deben gestionarse con
eficiencia, evitando derroches en los recursos, (...) adoptándose las fórmulas
que mejor respondan a los objetivos de atención a todos los ciudadanos y que,
en todo caso, estarán sujetas a la supervisión del Estado. Los ciudadanos deben
tener las mismas oportunidades de acceso a esos servicios y un mismo
tratamiento en ellos, con independencia del lugar en el que residan, para lo
que hay que asegurar una equitativa financiación pública, eliminándose los
privilegios que hoy día otorgan los sistemas de Concierto en el País Vasco y
Navarra, y los que se pretenden imponer a través de las reformas de los
Estatutos de Autonomía".
Este
es un párrafo de nuestro Manifiesto Fundacional, presentado a los españoles en
setiembre de 2007. En coherencia con ese Manifiesto venimos defendiendo desde
nuestro Primer Congreso la necesidad de Refundar el Estado, reformando la
Constitución y definiendo en ella un Estado federal cooperativo, con una amplia
descentralización política, ordenada y definida, que establezca con claridad
las competencias exclusivas del Estado, las de las CCAA y las de la
Administración Local. Un Estado Federal con un sistema de financiación
racional, que elimine los conciertos fiscales vasco y navarro.
Un
Estado Federal en el que el Gobierno Federal recupere las competencias precisas
para que quien proclame derechos básicos como la educación, la sanidad y los
servicios sociales tenga los instrumentos para hacerlos efectivos en
condiciones de igualdad a todos los españoles.
"A
los partidos viejos les ciega el egoísmo"
El
pensamiento conservador -que supera la ideología, en este caso lo comparten por
igual el PP y el PSOE- considera que estas propuestas son imposibles de llevar
a cabo (ahora toca la economía, se nos suele decir, no hay clima para otras
cosas...).
Una
vez más a los partidos viejos les ciega el egoísmo, la irresponsabilidad y la
incompetencia, el peor de los problemas del establishment
político. Porque mientras no acometamos una profunda reforma institucional no
mejorará la calidad de nuestra democracia ni superaremos de verdad la crisis
económica y de empleo.
¿Acaso
alguien cree que es posible acabar con la corrupción política mientras la
justicia siga tutelada por los partidos políticos? ¿Y acaso la corrupción
política no está en el origen de una parte de la quiebra de España? ¿Acaso la
quiebra del sistema financiero español, las Cajas de Ahorros, no es
consecuencia de la parasitación de los partidos políticos, sindicatos y patronales?
¿Cuántas decenas de millones de Euros -propios y prestados por Europa- que
hemos invertido en rescatar las Cajas podríamos haberlo destinado a educación, economía
productiva, investigación y desarrollo, o infraestructuras...?
¿Acaso
el escándalo de los falsos ERES en Andalucía no está íntimamente relacionado
con la ausencia de interventores de carrera, sustituidos por personal de
confianza política para asegurar su complicidad y su silencio? ¿Acaso la
opacidad en el desvío de estos fondos públicos no ha sido el instrumento
fundamental para perpetuar el fraude? ¿Acaso no es para satisfacer la voracidad
de los partidos por lo que no se fusionan municipios aunque les quiten
competencias a los ayuntamientos? ¿Acaso alguien duda que el único objetivo es
mantener las Diputaciones Provinciales, foco de clientelismo y poder
partidario, que nos cuestan seis mil millones de euros al año?
¿Acaso
es posible un modelo energético competitivo, con precios ajustados para
empresas y hogares, sin la existencia de supervisores independientes? ¿Acaso es
posible un modelo fiscal racional y coherente si lo primero que se hace al
crear la Autoridad Fiscal Independiente es nombrar a un Presidente de partido?
Y así, suma y sigue...
Federalismo
contra el nacionalismo insaciable
Quizá
alguien de los que me escucha esté pensando que no es verdad que los dos
viejos, el PPPSOE, no piensan en esta materia lo mismo.
No
se confundan; el Partido Socialista -que durante estos seis años ha rechazado
nuestra propuesta de reforma federal haciendo un canto a la España de las
Autonomías- ha empezado a plantear esta opción ante el envite secesionista y
forzado por la necesidad de pactar internamente su discurso y su táctica (poner
de acuerdo a los nacionalistas del PSC con los españoles del PSOE) y se han
lanzado a explicar su alternativa de un federalismo asimétrico. Pero para
sorpresa de cualquier persona medianamente informada sobre la historia de los
movimientos políticos en España los socialistas lanzan esa idea como una respuesta/oferta
a la pretensión de los nacionalistas.
Es
una pretensión completamente absurda, porque no hay nada más contrario al
nacionalismo que el federalismo: el nacionalismo reivindica la diferencia
mientras que el federalismo pretende garantizar la igualdad. Así que conviene
que no nos equivoquemos: nuestra propuesta de modelo federal para España nada
tiene que ver con las pretensiones del nacionalismo que, por definición, es
insaciable.
Desde
Unión Progreso y Democracia hacemos esa propuesta de descentralización política
porque nos parece lo mejor para España y que habremos de sacarla adelante a
pesar de los partidos nacionalistas. Conocemos bien a los nacionalistas y
sabemos que la estabilidad de España nunca podrá depender de su voluntad; por eso
conseguir esa nueva estabilidad democrática exige integrar no tanto a los
nacionalismos como a las sociedades que tienen una fuerte conciencia nacional
diferenciada. Si el modelo tiene éxito, los partidos nacionalistas se amoldarán
para poder volver a ganar las elecciones.
Decía
hace un momento que la palabra "patriota" está muy mal vista en nuestro país;
vamos, salvo que seas patriota vasco, o catalán, o gallego... Pero a mi juicio
ser patriota español no es otra cosa que defender los valores comunes, la
lealtad entre conciudadanos... en definitiva, la Constitución. El patriotismo,
como la democracia, incluye a todos los que quieren defender sus valores, no
excluye a nadie, no obliga a elegir, no necesita enemigos.
Es
por eso que quiero finalizar como empecé, haciendo un llamamiento a defender a
España. Frente a quienes quieren construir una "patria" pequeña rompiendo la
lealtad entre conciudadanos españoles, frente a quienes quieren privarnos del
derecho a decidir nuestro futuro entre todos y de legarles a nuestros hijos un
país fuerte y unido, desde UPyD defendemos la unidad para garantizar la
igualdad de todos los ciudadanos, unidos por vínculos de solidaridad y
propietarios de todo el país.
En
los seis años de vida de nuestro partido hemos explicado muchas veces que
nacimos para defender el Estado, aportando a la vertebración del país el
discurso y el compromiso de un partido inequívocamente nacional y laico, ni
dogmático ni fundamentalista, que defiende el protagonismo de la ciudadanía en
la tarea de regenerar la democracia. También he explicado más de una vez
nuestra vocación de reconstruir esa tercera España que tan bien representaron
un liberal como Marañón y un socialista como Besteiro, hombres cabales ambos,
españoles sin complejos.
Hoy,
resquebrajados los vínculos entre conciudadanos, debilitado el estado por el
silencio cobarde o cómplice de quienes debieran defender lo que nos une,
creemos que construir esa tercera España resulta más necesario que nunca.
Defender esa tercera España, que es la de la mayoría de los ciudadanos, es
nuestra vocación y el compromiso que ha sido refrendado en nuestro Segundo
Congreso Nacional.
[*]
Rosa Díez es fundadora y portavoz de Unión, Progreso y Democracia (UPyD)
[Conferencia
pronunciada el 3 de diciembre de 2013, con permiso expreso de la autora para su
utilización por Diariocrítico]