jueves 26 de diciembre de 2013, 07:49h
El Rey, en su mensaje de nochebuena, ha hecho lo que
debía y podía hacer: centrar el juego. Nada más. Que no es poco en este momento
demasiado confuso y convulso.
Este es su papel institucional, el papel de la
Monarquía. Si no hiciera eso, sobraría. Y si hiciera menos o más, se saldría de
su guión. Y crearía un problema. Tiene marcado su terreno de juego arbitral,
propio de una democracia parlamentaria y constitucional.
Ha cumplido con su papel con realismo. Él o los que
le asesoran, pero él pone la firma y da la cara. Que es lo que importa.
Ha centrado el juego en lo económico y social: "Para mí, la crisis empezará
a resolverse cuando los parados tengan oportunidad de trabajar". Ciertamente,
no bastan las grandes cifras oficiales u oficiosas, demasiadas veces virtuales
o engañosas para el ciudadano.
En el terreno de la corrupción ha precisado que "los casos de falta de
ejemplaridad en la vida pública, han afectado al prestigio de la política y de
las instituciones" y "que la sociedad española reclama hoy un profundo cambio
de actitud y un compromiso ético en todos los ámbitos". Y, como no podía ser de
otra manera pues habría sido escandaloso, ha asumido su propio compromiso en
este tema.
Una llamada a nuevos acuerdos para la convivencia:
"Hay voces en nuestra sociedad que quieren una actualización de los acuerdos de
convivencia. Todas estas cuestiones se podrán resolver con realismo, con
esfuerzo, con un funcionamiento correcto del Estado de Derecho y con la
generosidad de las fuerzas políticas y sociales representativas"."En una España
abierta -subraya- cabemos todos" Una
clara advertencia a las posturas
inmovilitas de todo signo.
Respecto de la unidad y diversidad ha concretado
que "nos unen la intensidad de los
afectos y lazos históricos, las culturas que compartimos, la convivencia de
nuestras lenguas, la aceptación del diferente. Nos une la extraordinaria
riqueza de un país diverso, de culturas y sensibilidades distintas". Pero la
diversidad no solo debe ser proclamada, sino realmente reconocida y respetada
como algo esencial del todo.
Y ha dado un mensaje de estabilidad institucional y
compromiso ético: "Mi determinación de continuar estimulando la convivencia
cívica, en el desempeño fiel del mandato y las competencias que me atribuye el
orden constitucional", y "la seguridad de que asumo las exigencias de
ejemplaridad y transparencia que hoy reclama la sociedad". Es decir, que
no piensa en abdicar, y toma nota de que
la "ejemplaridad" bien entendida empieza por uno mismo.
Se esté de acuerdo o no con su contenido, este
mensaje navideño del Rey, contribuye a centrar el juego político y social que
vive el país. Ha obviado la música angelical de los villancicos, para "hacerse
carne" en una vida más real.