Me decía
Adolfo Suárez, siendo
ya ex presidente y esforzándose por conseguir votos para su Centro Democrático
y Social, que ser centrista no es ser de derechas en unas cosas y de izquierdas
en otras: es un estado de espíritu, me indicaba, como ser nacionalista, o como
ser optimista o pesimista ante la misma situación económica. El centro es un
talante y requiere de un talento especial. A Suárez, quienes quieren dividir el
mundo entre los de izquierdas y los de derechas, le llamaron, como si fuera un
insulto, "socialdemócrata", entendiendo sus detractores que había
traicionado los principios de hombre del Movimiento con los que se aupó al
poder. Sospecho que al ex presidente, que me dicen que pasa por momentos
especialmente difíciles, y a quien cada día recuerdo con más nostalgia, le
preocupaba poco la teórica división entre conservadores y progresistas, porque
pensaba que había, hay, gentes ocupadas casi en exclusiva de encasillar a sus
semejantes, quizá buscando ellos mismos algún acomodo, huyendo de la soledad
del creador de fórmulas nuevas, del valiente que se independiza de modas y
jaulas.
Por supuesto que esta
reflexión inicial me la suscita esa aún no oficialmente convocada conferencia
de prensa con la que
Mariano Rajoy, dicen, concluirá el curso político, dando
comienzo formal a unas breves vacaciones. La última vez, porque compareció este
verano ante el Parlamento en sesión exclusiva, no se celebró esta rendición de
cuentas ante los medios, que es probablemente el acto que más odia tener que
cumplir el presidente gallego. Su incomprensión de lo que significa la
profesión periodística abarca a todo y a (casi) todos mis colegas de profesión,
creo. Y alardea de no leer jamás lo que los periódicos dicen de él, actitud en
la que probablemente muestra acierto en lo que concierne a su paz personal.
Confío en que, efectivamente,
la rueda de prensa del próximo viernes, sin limitaciones de tiempo ni de
preguntantes más allá de lo razonable --La Moncloa siempre tiende a limitar la
curiosidad de los chicos de la prensa--, tenga efectivamente lugar, porque hay
mucho que inquirir. Y hasta indagar. Probablemente, nunca como en estos
momentos de paso del Ecuador de la Legislatura habrá tenido más interés qué es
lo que Rajoy-en-directo y sin plasmas, tiene que decir sobre lo que piensa
hacer con el conflicto catalán, con la posición española en la UE, con sus
llamadas telefónicas con Pérez
Rubalcaba, con los impuestos -a ver, esa
reforma fiscal pendiente--, con su Gobierno -a ver, esa crisis
ministerial ya demasiado demandada-y hasta con el enfrentamiento reciente
y durísimo con las poderosas compañías eléctricas. Eso, por poner apenas unas
cuantas cuestiones sobre la mesa. Porque, en el fondo, estamos ante el cambio
global de actitudes, de la forma de gobernarnos, y no estoy seguro de que el
señor Rajoy, muchas de cuyas virtudes políticas he alabado y alabo, se dé
cuenta de ello.
Está Mariano Rajoy ante un
momento crucial de su trayectoria como jefe del Gobierno del Reino de España. Y
él viene resolviendo la papeleta siendo, ora progresista en algunas actitudes
económicas, en su independencia frente a todos -casi todos-los poderes,
ora conservador, muy conservador, cuando toca legislar de nuevo sobre el
aborto, sobe la confesionalidad de la enseñanza, sobre la seguridad ciudadana.
Y ya digo que el centro, como enseñaba Suárez, no consiste en hacer la media entre
las decisiones que tópicamente se atribuirían a la derecha y las que se
corresponderían con la izquierda. No sé si ponerse a reformar la Constitución
en diálogo paralelo con Rubalcaba y con
Artur Mas sería de izquierdas o
derechas -a usted, amable lector, ¿qué le parece?--. No sé si plantarse en
claro desafío ante las eléctricas, ante los bancos -a veces--, ante los
señores de la Agencia Tributaria, es o no propio de la izquierda, ni sé si una
derecha inteligente se hubiese metido ahora, como ha hecho Ruiz Gallardón, a
aprobar una legislación que nadie ha solicitado sobre el aborto, o, como ha
hecho Jorge Fernández, sobre las manifestaciones callejeras, con compra de 'camiones
ducha' incluida.
No sé cómo responderá Mariano
Rajoy ante esta dicotomía; yo, desde luego, pienso preguntarle al respecto si
se me da la oportunidad. Rajoy no debe gobernar ahora para los suyos, por muy
abandonados que algunos se sientan ante los incumplimientos de un programa
electoral al que votaron: palabra de honor que, con la legislación sobre el
aborto, algunos de cuyos extremos uno hasta podría llegar a compartir, no se
van a equilibrar otros olvidos o transgresiones de este programa. Aguardo, en
fin, con ansia las reflexiones del presidente del Gobierno, fuente de casi todo
poder, solución y acaso problema, destinatario de las esperanzas y aprensiones de
tantos españoles. Como aguardo, claro está, con la expectación lógica, el
discurso navideño en el que el Rey suele darnos --cuando quiere, que no es
siempre-- algunas pistas de por dónde van las cosas. Nos aguardan días de
análisis y reflexión. Esperemos.
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