Parto,
conste, de la pesimista seguridad de que
Mariano Rajoy no va a leer este
comentario, de la misma manera que no lee ningún otro que esté dedicado a su
gestión, según dicen que él mismo asegura. Lo cual indica, por tanto, que,
entre las muchas estaciones de su particular
vía crucis a lo largo de cada uno
de estos setecientos treinta días -dos años-- de pasión, no se incluye la penosa
constatación de que hoy por hoy acumula más críticas que elogios, aunque
también de esto último haya.
Pese
a todo, uno, que se dedica a mirar, analizar y narrar lo que ve y lo que va
sabiendo por cenáculos y mentideros, no puede dejar pasar la ocasión, ante este
21 de diciembre en el que han trascurrido esos dos años desde que Rajoy juró el
cargo, de reflexionar sobre lo mucho y lo poco que ha ocurrido en estos
veinticuatro meses, en los que no puedo dar un aprobado ni siquiera raspado a
la acción del Gobierno, aunque tampoco me atrevería a ponerle un muy rotundo
suspenso.
Como
siempre ocurre, hay luces y sombras, cosas bien hechas -la administración de
los tiempos ante las urgencias para el rescate económico, la impasibilidad ante
el ataque de los propios más que de los ajenos, el afán de independencia- y
otras no tan logradas. Como creo que un cronista debe centrarse más en la
crítica que en el aplauso, yo diría que, entre estas últimas, entre las cosas
menos logradas, el inmovilismo ante los saltos políticos que entiendo que se
requieren aquí y ahora, es la peor de todas. Es un clamor que el elenco
ministerial necesita un reajuste, que el país reclama pactos amplios con la
oposición, que hay que negociar a fondo con esa difícil, insensata si usted quiere,
Generalitat de Catalunya, que la Constitución necesita remiendos que actualicen la
marcha política, económica y social del país...Etcétera.
Y,
sin embargo, resulta obvio que el presidente Rajoy no está por la labor de
mover un solo dedo para variaciones sustanciales, aunque sí se propicien en la
trayectoria del Ejecutivo cambios que, por lo demás, nadie reclama: tasas
judiciales, ley del aborto, ley de seguridad, idas y venidas fiscales que me
temo que garantizan la inseguridad jurídica... o incluso, si se me apura, la
reforma educativa no consensuada o la reforma laboral, insuficiente e
inicialmente mal planteada.
Son
cambios, muchos cambios sin duda, que, a mi juicio, obstaculizan el Cambio, esa
enorme revolución pendiente desde varios prismas, que abarcan desde las
libertades a una mayor equidad económica, desde el panorama laboral al
equilibrio territorial. Porque Mariano Rajoy debe saber que no puede entrar en
la segunda mitad de 'su' Legislatura pensando, y menos permitiendo, que todo
sea lo mismo, creyendo que es aún posible que algo -pero solo algo-cambie para
que todo siga igual.
No
caeré en el simplismo de llamar perezosa a la trayectoria de Rajoy. Todo lo
contrario: se han hecho muchas cosas, probablemente demasiadas, si usted
contempla ciertas 'ocurrencias' ministeriales. Se han planteado reformas
imprescindibles, como la de las administraciones a todas las escalas, pero
nunca completadas. Se han delineado normas de transparencia que ni bastan para
combatir la corrupción ni de verdad acercan al ciudadano al reparto del poder.
Así, la verdadera pereza, esa que, decía Pompidou, es un elemento motor de la
humanidad, se ha centrado en practicar un vuelo alto en lugar de rasante, en
poner parches donde era precisa la cirugía, en tomar el rábano por las hojas y
no el toro por los cuernos. Y entonces, claro, nos encontramos con que los dos
años de aniversario estuvieron marcados por una noche de búsqueda policial en
la sede del PP en Génova, en busca de datos 'comprometedores', y por la
contienda de la tarifa eléctrica, que mucho tiene de batalla interna entre
ministros del mismo Ejecutivo.
Viendo
la habitual impasibilidad del personaje, resulta difícil afirmar, aunque yo lo
hago, que esté sufriendo mucho más que gozando con el ejercicio del cargo en el
principal despacho de La Moncloa. Y
bien que lo siento, porque a uno le gustaría que el presidente del Gobierno se
sintiese dueño del acierto -por más que la autocrítica nos sea su fuerte,
intuyo que no está tan, tan seguro de que todo lo esté haciendo bien-- y lejano
del error; porque es mucho lo que a todos nos va en que el rumbo, en estos dos
años abarrotados que nos esperan, sea de verdad el correcto. ¿Cree usted que
Mariano Rajoy, que ya sé que no va a leer ni este ni ningún otro comentario de aniversario,
ha iniciado una reflexión a fondo, pensando en 2014, 2015 y, si se tercia, años
siguientes?
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