Unas Navidades bastante extrañas
lunes 16 de diciembre de 2013, 08:02h
Yo no sé que está pasando, pero las "entrañables"
me están resultando bastante extrañas. Y no es una opinión subjetiva sino que
comparto con muchos con quienes coincido estos días. Dejando a un lado las
habituales luces, los villancicos, los belenes, las bullas, las comilonas y las
borracheras, el ambiente está como cargado de tensión. La gente, empujada por
los medios y la publicidad, sale a la calle con miedo a gastar. A todos
les importa un bledo que el Gobierno y sus altavoces aseguren que la crisis ha
acabado, que comienza a verse el final del túnel y que el 2014 va a ser el año
de la recuperación. Aquí nadie se cree nada después de casi un lustro de
penurias, cierres, quiebras, despidos, recortes y escaseces y, por si acaso,
todos nos lanzamos a la calle con la intención de gastar unicamente la suela de
los zapatos. Por si acaso. No vayamos a joderla de nuevo tirando lo que queda
de casa por la ventana. Lo digo con conocimiento de causa. En Sevilla, el
pasado puente de la Constitución no se podía dar un paso por el centro de la
ciudad. La Avenida, la Plaza de San Francisco, las calles Tetuán y Sierpes, la
Campana, el Salvador, la Alfalfa estaban como si fuera plena Madrugá al paso de
la Macarena o la Esperanza de Triana, abarrotás. No cabía un alfiler. Miles de
familias, de la capital y de los pueblos cercanos, con sus niños, sus
cochecitos, sus globos regalados por la Caixa, se agolpaban en el centro para
contemplar la iluminación navideña, ver algún belén en El Corte Inglés o en
alguna iglesia, mirar extasiados los escaparates de las tiendas vacías de
clientes y echar la tarde noche sin tener que tirar de la cartera, que no están
los tiempos como para hacer dispendios excesivos. Con estas premisas y lo que
te rondaré morena, me da a mí que Papa Nöel y los Reyes Magos van a andar este
año tan cortitos de presupuesto como en 2012.
La extrañeza no sólo se contempla en la calle sino también a nivel político. En
Andalucía se acaban de cumplir cien días de la toma de posesión de la sin par Susana
Díaz como presidenta de la Junta. Hasta hace poco, esa efemérides era
respaldada por decenas de comunicados de prensa de las distintas fuerzas
políticas a favor o en contra alabando o criticando la gestión del Gobierno en
la fecha en la que se le acaba el plazo de pura condescendecia política que se
le concede a los nuevos Ejecutivos. Ahora ha dado igual ocho que ochenta. Casi
nadie ha dicho esta boca es mía. Unos, el PSOE y sus socios de IULV-CA, porque
están encantados de conocerse y quieren que siga el máximo tiempo posible la
entente cordial que les mantiene en la cresta de la ola; los otros, el PP-A,
porque prefiere que el asunto le pase lo más desapercibido posible a la opinión
pública a fin de no darle más publicidad a la estrella socialista. Tal y como
está el panorama, con millón y medio de parados y con docenas de políticos,
sindicalistas, empresarios y hasta presidentes de clubes de fútbol, imputados o
inmersos en medio del torbellino de la corrupción por haber robado ciento de
millones de dinero público es preferible no moverse demasiado y mantener un
prudente silencio hasta que pase el huracán.
En cuanto al resto de España, qué quieren que les diga, que estamos hasta la
mismísima coronilla, por no decir otra palabrota, de Arturo Mas y sus
socios con la matraca del referéndum independentista. Fuera de Cataluña el
asunto auna voluntades y casi todo el mundo se muestra de acuerdo en que la
consulta no tiene validez alguna. Pero ni Rajoy ni Rubalcaba quieren
mojarse. El Gobierno y el principal partido de la oposición están dejando pasar
el tiempo esperando que CiU y ERC se den cuenta que su órdago a grandes no
conduce a nada. Y no es eso. Si el referéndum se celebra y. como es previsible,
gana el "sí", nos queda a los españoles que aguantar carros y
carretas sobre la oposición de la voluntad del pueblo catalán. Anda que no. Y
todo porque todavía no ha habido ningún político con mando en plaza que obligue
a los nacionalistas a cumplir lo que dice la ley y evitar que aquí cada tonto
que sale a la palestra haga de su capa un sayo y se tome a cachondeo la
Constitución que ha votado la inmensa mayoría del pueblo español. Con esos
mimbres y esa condescendencia, así nos va. Y en estas extrañas Navidades
seguiremos dándole vueltas hasta hartarnos a la tortilla de la independencia
catalana como si al resto de los españoles no nos la trajera floja que se
fuesen de España con todos sus mue...bles ¡Anda y que les vayan dando por donde
amargan los pepinos!